miércoles, 11 de mayo de 2016

CAPITULO 60




Visto un ajustado vestido negro de cóctel y un chal junto con un par de tacones altos. Zapatos del diablo. Así es como los llamo porque van a doler como el infierno si camino mucho con ellos. Pero maldición, me hacen lucir increíble y eso es lo que quiero; estar hermosa para Alfonso, incluso si es doloroso. Puedo soportar el dolor.


Estoy frente al espejo prendiendo mi colgante de diamantes alrededor de mi cuello cuando Alfonso entra al baño.


—Estás olvidando algo.


Me analizo y tomo nota. No sé a qué se refiere, pero tomo la oportunidad para burlarme de él.


—¿Cómo sabías que no llevaba ropa interior?


Sus ojos se agrandan y también lo hace su sonrisa mientras estira la mano hacia el ruedo de mi vestido para evaluar la situación.


—¿No? Bueno, eso resulta ser muy conveniente.


Le golpeo la mano.


—No habrá nada de eso hasta más tarde. ¿Qué estoy olvidando?


Del bolsillo interior de su chaqueta saca una caja de terciopelo negro.


—Esto.


Miro la caja situada en la palma de su mano.


—Me consientes, Alfonso.


—Y lo amas. Admítelo.


Pongo los ojos en blanco. No es que no ame ser consentida por Alfonso. Me encanta, pero me incomoda cuando me da regalos caros. Cualquier cosa que haya dentro de esa caja va a costar mucho dinero.


La caja hace clic cuando él levanta la tapa y veo un par de aros de diamantes; grandes. Estiro la mano y los toco.


—Son hermosos.


—Lo son, pero tú eres más hermosa. —Siempre me dice eso. Me pregunto si se los dijo a otras—. ¿Qué ocurre?


—Nada. —Levanto la mano, sonriendo—. Dame mis nuevos aros así puedo ponérmelos.


Él los saca de la caja y los coloca en mi mano uno a la vez. Inclino mi cabeza de manera que mi cabello no moleste cuando me pongo el primero solitario.


Maldición, es aún más grande en mi oreja. Me pregunto, ¿cuántos quilates tendrá? No dudo que muchos.


Después de ponerme el segundo, vuelvo la cabeza y Alfonso lleva mi cabello detrás de mis orejas para examinar.


—Incluso si son pequeñas, los diamantes siempre tienen algunas imperfecciones, pero tú haces que sean perfectos.


—Gracias por los aros y el cumplido.


—Un placer. ¿Estás lista para irnos?


—Sí.


Llegamos a la Casa de Opera de Sydney y Alfonso ha hecho arreglos para estacionar en la explanada cerca de la entrada ya que no hay valet. Mis pies se lo agradecen. De lo contrario, estaríamos caminando desde el área de estacionamiento público.


Estamos caminando hacia la entrada cuando un hombre con una enorme cámara se sitúa frente a nosotros y comienza a tomar fotos. El flash de la cámara es casi cegador cuando siento la mano de Alfonso en la parte baja de mi espalda, instándome a seguir caminando.


Cuando estamos en el edificio, miro a Alfonso y él no parece perturbado en lo absoluto por el bizarro incidente de hace un momento.


—Eso fue raro. ¿Por qué crees que haya sido?


—Estoy seguro que era un fotógrafo asignado para cubrir la noche de apertura.


—El periódico debería enseñarle a su personal a ser corteses cuando fotografían a los patrocinadores. Eso fue grosero. Y ridículo. Actuó como si tuviera que sacar tantas fotos como fuera posible antes lo que golpearas… como un paparazzi frente a una celebridad.


—Probablemente deberíamos encontrar nuestros asientos para que pueda hablar con el Sr. Brees, si está aquí.


En nuestra sección privada del balcón, estamos en la segunda de dos filas. Una vez que estamos sentados, Alfonso se inclina y susurra.


—Ése no es el Sr. Bees sentado frente a nosotros. ¿Quieres irte?


¿Habla en serio?


—No, ya estamos aquí. Nos vestimos. Actuemos como si supiéramos algo de ópera.


—Oh, sé todo sobre la ópera. Sólo no soy un fan. Mi madre la ama, así que crecí escuchándola. Madame Butterfly es su favorita, así que la conozco al derecho y al revés. Podemos saltárnosla y hacer algo más si quieres.


—No. Quiero quedarme, especialmente porque no sabía que estaba junto a un experto en ópera. Puedes explicármela.


Se ríe.


—Excelente. Eso es exactamente lo que quería hacer.


El telón se eleva, y luego de unos momentos, estoy perdida.


—No tengo ni idea de qué está sucediendo.


—De acuerdo. Es 1904 y el hombre, Pinkerton, es un oficial de la Marina de Estados Unidos. Está a punto de casarse con una chica japonesa de quince años la cual llaman Mariposa, pero sabe que se divorciará de ella cuando encuentre una esposa americana adecuada.


—Bueno, eso es una mierda.


—No me culpes. Yo no lo escribí. De cualquier modo, Mariposa ama tanto a Pinkerton, que se convierte de la religión japonesa a la cristiana. Su tío descubre que se convirtió y va a la casa donde se están casando. Hace un escándalo, maldice a Mariposa, y renuncia a ella. El fin del acto es ellos preparándose para su noche de bodas.


—Entonces, ¿esto es como bow-chicka-wow-wow, sólo que al estilo ópera?


Él comienza a reír y se gana varios “ssh” de la gente de la fila frente a nosotros. Se acerca más y siento una cálida ráfaga de aliento en mi oreja cuando susurra.


—No, Madame Butterfly no es bow-chicka-wow-wow de ninguna manera, pero me aseguraré de mostrarte algo de eso cuando regresemos al hotel.


Su promesa envía una oleada de necesidad a mi entrepierna y me pongo inquieta en mi asiento. Alfonso me observa y sonríe.


—¿Todo bien ahí?


—Estoy bien.


—¿En verdad no llevas ropa interior?


—Tal vez. Tal vez no. —No había manera de que arruinara este grandioso vestido con una línea de ropa interior.


Él está intentando leer mi rostro, pero no puede adivinar. 


Saca la estola de mis hombros y lo extiende sobre mi regazo.


—Creo que tus piernas están frías.


No señor, estoy de todo menos fría ahora mismo.


—Mi mano también está fría. Necesito que la calientes —susurra él cuando la desliza bajo la tela sobre mis muslos.


No puede ser. No está a punto de hacer eso aquí… oh, oh sí, sí lo hará.


Siento sus dedos subir suavemente entre mis piernas, escalando por mis muslos hacia donde me duele por su contacto.


—Hmm, alguien no está usando ropa interior. Descarada.


Me muevo hacia atrás en mi asiento y él mueve sus dedos de arriba abajo, esparciendo la humedad de mi centro.


—Amo como siempre estás tan húmeda.


Afortunadamente para mí, está oscuro dentro del teatro, pero aun así miro alrededor para asegurarme de que nadie nos está observando. Con lo que él está haciendo, no estoy segura de que me importe si es así.


Sus dedos son frustrantes, pero maravillosos. Quiero mover mis caderas con fuerza y montar su mano hasta acabar y destrozarme en millones de pedazos, pero no puedo hacerlo sin llamar la atención. Es una lenta tortura.


—Voy a darte más, pero tienes que comportarte. ¿Puedes hacer eso por mí?


No puedo responder, así que asiento para mostrar mi complacencia y luego siento sus dedos comenzar a deslizarse dentro. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Casi pierdo la cabeza, ahí mismo, pero lo contengo mordiéndome el labio inferior. Sus dedos se aceleran y lo siente crecer. Está acabando. Y yo también, mientras Mariposa se prepara para su noche de bodas.



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