jueves, 28 de abril de 2016

CAPITULO 17




Estoy de espaldas, desnuda de la cintura para abajo, a lo largo de una ornamentada mesa de comedor y miro fijamente hacia el techo. Estoy mareada y aturdida durante mi felicidad post-orgásmica. Casi borracha.


No soy una inocente virgen, pero esto es nuevo para mí. 


Fernando nunca me hizo sentir de esta manera, no es que nunca lo intentara.


No quiero pensar en él. No voy a dejar que me arruine nada más.


Siento a Alfonso besando su camino hacia arriba por mi cuerpo y me toma un minuto antes de ser capaz de concentrarme en él cuando se cierne sobre mí. Veo su sonrisa y sé que él está contento con mi aceptación de su propuesta. No jugó limpiamente, pero consiguió lo que quería de mí. Eso es algo que voy a tener que recordar en el futuro.


Espero el sonido de su cremallera deslizándose hacia abajo, pero no llega. En su lugar, oigo que me dice cómo no me voy a arrepentir de decir que sí, y no puedo discutírselo porque sé que tiene razón. Los próximos tres meses van a ser
extraordinarios.


Encuentro mi voz y susurro:
—Hombre de las cavernas. —Ese va a ser mi apodo para él.


Él echa la cabeza hacia atrás riendo y me uno en poco tiempo. Es tan hermoso cuando sonríe. La felicidad en sus deslumbrantes ojos azules es inconfundible.


Estoy eufórica porque toda es por mí; soy la que lo hace sonreír, y no podría estar más feliz por eso.


Baja el rostro a mi cuello y me acaricia con la nariz. Sé que me está oliendo porque oigo su larga y profunda inspiración seguida de un suspiro.


—Un hombre de las cavernas. Crees que eso es lo que soy, ¿eh?


Siento la cálida ráfaga de su aliento en mi piel y los escalofríos cubren mi cuerpo.


—Definitivamente tienes tendencias de un hombre de las cavernas.


Él coloca un beso en mi cuello y levanto la barbilla para que pueda tener acceso completo.


—¿No te gustan mis tendencias?


—No dije eso.


—Sólo estaba ayudándote a decir que sí —me recuerda, como si temiera que he olvidado mi acuerdo.


—Fui coaccionada por un hombre de las cavernas. —Me río. 


Mi risa es interrumpida por mi brusca inspiración cuando él pasa la mano por mi camiseta hasta mi pezón desnudo. Lo hace rodar entre sus dedos y lo siento endurecerse de
nuevo con su toque.


Succiona el lóbulo de mi oreja y eso es un recordatorio de cómo se sintió tener su boca entre mis piernas. Me susurra al oído:
—Pero no te estás retractando, ¿verdad?


Me está coaccionando de nuevo, pero de una manera diferente. Él no se da cuenta, pero no es necesario. Chiara Beckett ya le pertenece.


Pienso cuán divertida podría ser su persuasión si le digo que me retracto. No me importa su forma de convencerme, pero decido que es mejor no empujar mi suerte dado que él me advirtió que consigue lo que quiere. Afirma usar medios
razonables, pero no creo que eso sea cierto después de lo que acaba de hacerme para conseguir un simple sí.


—No, no me estoy retractando.


—Bien. Eso es lo que esperaba que dijeras. —Su boca deja mi cuello y se empuja a sí mismo para ponerse de pie. Su toque se ha ido demasiado pronto y reprimo un gemido. Toma mis manos entre las suyas y me ayuda a levantarme de la mesa.


No estoy usando nada de la cintura para abajo frente a él, y me siento vulnerable, aunque sé que no será la última vez que esté desnuda con este hombre. La sola idea me da ganas de hacer mi baile feliz, pero decido guardarlo para más tarde cuando esté sola.


Él recoge mis bragas y mis pantalones cortos del suelo de piedra y los sostiene para que entre en ellos, como un adulto vistiendo a un niño pequeño. Me equilibro sujetando de sus hombros, y él se inclina hacia delante e inhala profundamente antes de poner un beso contra mi suave montículo. Me hace querer volver a caer de espalda sobre la mesa para tener una segunda ronda, pero me resisto porque sé que él tiene otros planes para mí.


Empuja mis bragas y mis pantalones cortos hacia arriba, y estoy asustada por lo bien que conozco este lugar al que no debería ir. Este hombre será peligroso para mi corazón si se lo permito. Me acabará si lo dejo. Sé esto sin duda alguna y me recuerdo a mí misma una lección bien aprendida no hace mucho tiempo. Nunca confundas sexo por amor.


En este momento, somos blanco y negro, pero juro que en el segundo en que se convierta en una borrosa sombra de frío gris acero, me saldré. Sin lugar a dudas.


Él besa mi boca mientras abrocho mis pantalones cortos. Me pregunto si lo hace porque tiene curiosidad por ver mi reacción: si le devolveré el beso después de que ha tenido su boca entre mis piernas. Lo beso con fuerza y él sonríe.


—Da un paseo conmigo. —Agarra mi mano y me lleva a través del laberinto de habitaciones hacia la salida de la bodega. Estoy un poco decepcionada por irnos y espero que pronto me traiga aquí de nuevo.


Estoy bastante interesada en sus hábitos de hombre de las cavernas.


Caminamos entre dos hileras de enrejados cubiertos de viñas que se extienden hasta donde alcanza la vista. Está callado, pero sólo caminar junto a él es pacífico.


Mi mente no está girando en busca de nuestro siguiente tema de conversación... por alguna razón, no hablar está bien. Simplemente estar a su lado es suficiente para mantenerme contenta y es cuando me doy cuenta de lo que está sucediendo.


Él tiene razón acerca de esta relación. Nos sentimos relajados el uno con otro porque no hay pretensiones.


Soy suya por los próximos tres meses y estoy preparada para lo que eso significa.


Está claro que él tiene límites, y me ha dicho lo que espera de mí. Estoy entusiasmada por mi repentina epifanía y me detengo en seco.


—Esta relación... ahora lo entiendo. Entiendo por qué funciona.


Sonríe pero todavía me pide una explicación.


—Dime lo que entiendes.


Creo que quiere escucharme decir las palabras, y estoy de acuerdo con eso.


—Porque no tenemos pretensiones ni expectativas claras, no me siento presionada a ser nada salvo yo misma. No me preocupo por lo que significa para nosotros el día de hoy, mañana o el próximo mes, porque ya lo sé.


Él alcanza mi rostro y acaricia mis mejillas con sus pulgares. 


Está sonriendo mientras me mira a los ojos.


—Ahora entiendes el círculo completo... lo que quiero y necesito de ti.


Veo lo encantado que está y me doy cuenta de algo. 


Complacer a este hombre me da placer. El sentido común me dice que debería estar asustada por eso, pero por
alguna razón, no lo estoy.


Volvemos a la bodega después de nuestro paseo y él nos conduce de regreso a la casa. Pienso en las cosas que ha planeado para esta noche. Sé que tiene algo en mente, porque este hombre no improvisa sobre la marcha. Ha hecho el tiempo suficiente para ser calculador, cada movimiento premeditado.


Llegamos a la casa y me deja en la puerta, mientras estaciona el todoterreno.


Tomo la canasta de picnic de la encimera para sacar las cosas y poner los platos sucios y los cubiertos en el lavavajillas. En cualquier otro momento, sospecho que
Alfonso le dejaría el desorden a la Sra. Porcelli. Dado que ella no está aquí, yo hago mi trabajo.


Cuando él entra en la cocina, estoy cargando el último de los platos en el lavavajillas.


—No tienes que hacer eso.


—Lo sé, pero ahora está hecho y no tenemos que preocuparnos por eso.


Él abre la nevera y saca dos botellas de cerveza.


Desenrosca las tapas y empuja una a través de la encimera para mí. Es una sorpresa inesperada, pero supongo que es presuntuoso por mi parte pensar que sólo bebe vino.


—Tómate una fría conmigo.


Beber vino es un montón de trabajo. Beber cerveza es más mi velocidad. Tomo la botella ámbar y bebo de un sorbo sin sostenerla a la luz u olfatearla. No la agito en mi boca para juzgar su regusto. Simplemente la bebo y la disfruto porque eso es todo lo que tienes que hacer.


Miro la etiqueta y veo que es una marca australiana. Me gusta y baja suavemente.


—No hay nada como una cerveza helada.


Él alcanza mi mano libre y la hala.


—Ven a la sala de estar conmigo para que podamos hablar y relajarnos. —Lo sigo y nos sentamos uno al lado del otro en el sofá. Está tan cerca que su pierna roza la mía y me siento de nuevo como un adolescente. Es increíble cómo me emociona ese simple toque—. Lamento haberte dejado plantada ayer.


—Está bien. Entiendo que no fue tu elección.


Apoya su mano libre en mi muslo desnudo y comienza a trabajar mis músculos como un masajista profesional.


—¿Qué terminaste haciendo?


—Aldana y yo fuimos de compras, que probablemente era lo peor que podíamos hacer teniendo en cuenta que en tres días es Navidad.


—¿Compraste algo?


—Un par de cosas. —Sonrío cuando pienso en la lencería. 


No sabía si tendría alguna utilidad cuando decidí volar mi presupuesto por comprarla, pero ahora estoy segura de que la tendrá, y no puedo esperar.


—No he estado en la ciudad mucho tiempo, pero WaggaWagga no parece tener un montón de buenos lugares para ir de compras.


Tiene razón. Las opciones de compra no son buenas. Estoy acostumbrada a Nashville. Es el hogar de las estrellas más grandes del country así que los lugares para ir de compras son infinitos.


—Es un poco limitado en comparación con lo que estoy acostumbrada.


Está acariciando mi pierna mientras habla de WaggaWagga, pero me desconcentro por un minuto porque estoy recordando lo que me hizo en la bodega. Le oigo decir algo acerca de Sydney y me obligo a regresar a la conversación, justo a tiempo para oír su invitación.


—Tengo entradas para MadamButterfly en febrero en Sydney. ¿Quieres ir conmigo y dejar que te lleve de compras?


Me está pidiendo que haga planes con él para dos meses a partir de ahora, y me doy cuenta de que esta relación me da la posibilidad de aceptar su oferta sin preocuparme por lo que sucederá entre ahora y entonces.


—Claro, eso suena divertido.


Probablemente piensa que me gusta la ópera, porque soy músico, pero estaría equivocado. No soy una fanática, pero no se lo digo porque él parece feliz de llevarme.


Terminamos nuestras cervezas y tomamos dos más mientras hablamos de todo y de nada a la vez. Me cuenta más acerca de su vida, pero es reservado y me pregunto si está diciéndome medias verdades.


Escucho “Jolene” de Dolly Parton sonando dentro de mi bolso. Es el tono de mi mamá y no estoy segura de que sea aconsejable hablar con ella después de haber tomado un par de cervezas, pero decido que probablemente debería responder, ya que sólo he hablado con ella una vez desde que llegué a Australia.


Busco mi bolso y disculpas a Alfonso.


—Lo siento. Esa es mi mamá llamando, así que probablemente debería responder.


—No te disculpes.


Saco mi teléfono cantarín y recuerdo el que Alfonso me envió. Ninguno de los dos ha sacado el tema todavía. No estoy segura si es apropiado darle las gracias por ello o no. Es una situación extraña. No agradecerle se siente grosero, así que pensaré en eso más tarde. En este momento, tengo que hablar con Julia Chaves.


—Hola, mamá.


—Hola, nena. No he sabido nada de ti en unos días. He estado preocupada.


—Mamá, no deberías preocuparte. Todo está bien.


—Bueno, ¿cómo se supone que voy a saber estas cosas si no oigo de ti?


—Tienes razón y lo siento. Ya debería haberte llamado.


—¿Te estás divirtiendo en Australia?


Umm, sí. Un montón. Me deleito en la fuente de mi diversión hoy y él sostiene el alto su botella de cerveza vacía y agita las cejas. Me está preguntando si quiero otra, y yo asiento. Toma mi botella vacía y admiro la increíble vista mientras se
aleja. Él ha estado en un traje las otras veces que estuvimos juntos, así que esta es la primera oportunidad que he tenido de ver cuán genial se ve su trasero en pantalones vaqueros.


—Me estoy divirtiendo un montón, mamá. Australia es genial hasta ahora.


Ella me da una actualización sobre las cosas que me he perdido en Nashville esta semana y luego la oigo exhalar un largo suspiro. Ahí es cuando sé que hay una razón detrás de su llamada.


—¿Has pensado algo más sobre lo que hablamos antes de te fueras?


No puedo creer que me esté llamado para hablar de esto otra vez. Ella no va a aceptar un no por respuesta.


—No, te lo he dicho, no voy a hacer eso y no voy a cambiar de opinión. Por favor, deja de pedírmelo.


No me malinterpreten. Mi mamá es una buena mujer, pero se está acercando al punto de la obsesión con mi carrera y eso es agotador.


—Tu padre te lo debe, Paula.


—Mamá, me debo a mí misma el hacerlo por mi cuenta. Cuando mire hacia atrás unos años a partir de ahora, quiero estar orgullosa de lo que he logrado.


—Paula Chaves, eres la hija de Francisco Beckett y deberías utilizar eso a tu favor.


—No, soy la hija de Julia, y voy a hacer mi propio camino. No voy a hablar más de esto. Te quiero, mamá, pero me tengo que ir. Te llamo la semana que viene.


Cuelgo cuando Alfonso vuelve a entrar en la sala de estar.


—¿Está todo bien con tu mamá?


Mamá. Es muy linda la forma en que lo dice.


—Tan bien como puede estar. Ella puede ser difícil a veces.


Me pasa una cerveza.


—¿Te hizo pasar un mal rato?


Un mal rato es un eufemismo.


—Sí.


—¿Quieres hablar de ello?


Nadie aparte de mi madre y mis abuelos saben que mi padre es una gran estrella de la música country. Es un secreto que estoy obligada a guardar de todos los que conozco, pero no tengo que hacer eso con Alfonso. Él no conoce mi verdadera identidad así que eso lo hace mi única excepción.


—Ella quiere que amenace a mi donante de esperma con hacer pública mi paternidad, a cambio de que me consiga un contrato discográfico.


Eso suena mucho peor cuando lo digo en voz alta y siento la necesidad de defenderla, incluso aunque ella esté equivocada.


—Por favor, no creas que mi mamá es una persona terrible. No lo es.


Alfonso se escabulle más cerca de mí y pone su brazo alrededor de mis hombros.


Pone los pies en la mesa de café y puedo decir que está dispuesto a hablar y escuchar todo el tiempo que yo quiera.


—No creo que sea una persona terrible. Ella sólo quiere ver a su hija tener éxito, pero la forma correcta de lograr eso se ha ido desdibujando a través de sus ojos.


Hablamos un largo rato y luego vamos a la cocina para continuar nuestra conversación sobre el recalentado pollo a la cazuela de la Sra. Porcelli. No sé nada de ella o de su relación de trabajo, pero algo me dice que tiene un punto débil en su corazón por su patrono. Me imagino a una mujer de cabello gris que ama a Alfonso como a un hijo, pero entonces se me ocurre una idea diferente. Tal vez ella es más joven de lo que imagino y está secretamente enamorada de él.


Terminamos de comer y los pensamientos de la Sra. Porcelli desaparecen de mi mente mientras limpiamos nuestros platos. Cuando termino, me estoy secando las manos cuando él se me acerca por detrás y besa mi cuello mientras desliza sus manos alrededor de mi cintura. Creo que le gusta hacer eso —sorprenderme— y me imagino que le gustan otras cosas desde atrás.


Aleja el cabello de mi cuello para que pueda colocar besos allí y yo inclino la cabeza hacia un lado. Cuando ha terminado, alcanza mi rostro y lo voltea hacia él de modo que estoy mirándolo por encima del hombro. Presiona su erección contra mi trasero y besa a la esquina de mi boca. 


Me desea. Desesperadamente.


—He estado pensando todo el día en meterte en mi cama, y ahora he terminado de pensar en ello.


Toma mi mano y me hala hacia el dormitorio. Lo sigo felizmente porque estoy lista para esto. Estoy ansiosa por empezar lo que ha predicho como los mejores tres meses de mi vida. Hasta el momento, no me ha decepcionado.


Entramos en el dormitorio y veo mi bolso de viaje en la cama. Me pregunto cuándo lo trasladó desde la habitación de huéspedes, pero no pregunto porque no importa. Los dos sabemos que nunca iba a dormir en otra cama que la suya. 


Eso no es por lo que estoy aquí.


Nos paramos en el medio del dormitorio uno frente al otro y él acuna mi rostro en sus manos mientras besa mi boca. Su lengua se mueve lentamente en una onda contra la mía y me derrito contra él.


Deja de besarme pero no se aparta. Siento su boca moverse contra la mía cuando habla.


—¿Necesitas un minuto?


Su pregunta me hace cuestionar si curioseó en mi bolso y vio la lencería, pero no me importa. No hay pretensiones aquí. Ambos sabemos lo que está por suceder.


La única pregunta es qué conjunto de lencería usaré cuando suceda.


—Sí, por favor.


Me da un beso rápido.


—No tardes mucho. Estoy ansioso por tenerte debajo de mí.


No hemos pasado mucho tiempo juntos, pero puedo decir que le gusta decir cosas como esa. Él ya ha demostrado que es un hombre que dice lo que piensa. Apuesto a que habla sucio en la cama. Espero que sí.


Agarro mi bolso y me dirijo al baño. Rápidamente me desnudo y trato de decidir qué lencería ponerme. El travieso conjunto navideño está encima, pero voy a guardarlo para mañana por la noche.


Me decido por el babydoll transparente de encaje negro y bragas a juego... es travieso, pero de alguna manera inocente al mismo tiempo. Algo me dice que a Alfonso le gustaría tener las dos cosas. Cuando estoy vestida y lista para él, sacudo mi cabello y me doy el toque final con aerosol corporal mientras inspecciono el resultado final en el espejo. Siento cada latido de mi corazón en mi enrojecido rostro, pero no estoy nerviosa. Deseo a este hombre y todo lo que tiene planeado para mí.


Me detengo en el umbral. Este asunto de la falta de pretensiones me hace valiente, así que no voy a él de inmediato. Me siento juguetona, todavía un poco agitada por el alcohol. Quiero provocarlo, así que pongo la mano en mi cadera y me inclino en el marco de la puerta, apoyándome con una mano levantada. El hambre en sus ojos me dice todo lo que su boca no hace. Se está muriendo por tenerme.


Sonríe y la dulce seducción rezuma de él. Me derrito en un charco en el suelo, porque sé lo que está a punto de hacer con esa boca; va a usarla para hacer que me corra.


Observa mientras camino hacia donde él está de pie junto a la cama. Cuando lo alcanzo, gira el dedo en un círculo.


—Date la vuelta para mí. —No estoy segura si se refiere a que dé toda la vuelta porque quiere ver la vista completa o porque quiere que esté de espalda a él. Sé que le gusta tocarme desde atrás así que giro lentamente, decidiendo que me detendrá si así lo que quiere.


Hago una vuelta completa antes de que se ponga de rodillas delante de mí.


Empuja el vestido por encima de los huesos de mi cadera. 


Mis bragas son de corte bajo y él besa mi vientre antes de pasar la lengua por el piercing enjoyado que atraviesa mi ombligo.


—Esto fue muy inesperado hoy. Me gusta.


Pongo la mano en la parte superior de su cabeza y deslizo mis dedos por su grueso cabello oscuro mientras él besa cada uno de los huesos de mis caderas por encima de la cintura elástica de mis bragas. Ningún hombre se ha arrodillado alguna vez ante mí y ha explorado así mi cuerpo. 


Por un lado, es inquietante. Por el otro, es caliente como el infierno y me tiene empapada.


Él engancha sus dedos en mis bragas de encaje negro y las arrastra por mis piernas. Tengo que usar sus hombros para equilibrarme a mí misma mientras doy un paso fuera de ellas, porque mi cabeza está girando con fuerza por todo lo que me está haciendo.


Las arroja a un lado y pasa las manos por la parte posterior de mis piernas, empezando por los tobillos hasta que ahueca mis nalgas y me hala contra su rostro. Su boca casi está justo donde la ansío, y estoy avergonzada de admitir lo
mucho que anhelo que esté sobre mí.


Alza su mirada hacia mí. Sonríe cuando sus ojos encuentran los míos y no rompemos el contacto mientras él se inclina hacia adelante para lamerme en una larga caricia. Estoy sorprendida, pero no por la sensación de su lengua. Es la vista de verlo hacerme eso. Creo que él quiere que vea el espectáculo.


—Siéntate en la cama. —Hago lo que me dice porque temo no hacerlo.


Me siento más lejos de lo que él quiere que lo haga, así que agarra mis piernas por detrás de mis rodillas dobladas y me hala hasta que estoy apenas en el borde.


Toma mis pies y los coloca en los largueros y empuja mis piernas abiertas.



—No te acuestes. Creo que disfrutarás de la vista.


¡Oh, fóllame en la marcha! O en el borde de tu cama usando tu boca . Veo su cabeza hundirse entre mis piernas. Él usa su lengua para lamerme de arriba abajo antes de rodear el lugar palpitando de deseo por su atención. Empuja el pulgar
dentro de mí y lo desliza dentro y fuera, mientras su lengua hace su magia. En poco o ningún tiempo en absoluto, me lleva a esa zona: aquella donde un poco es demasiado, pero nunca es suficiente, y estoy cerca de perder el control.


Es ese lugar justo allí. Mientras le estoy enviando el mensaje telepático, él lo recibe y me da exactamente lo que necesito para terminar. Una vez que el torrente de puro placer comienza, no puedo reprimir el incoherente balbuceo que escapa de mi boca. Empuño su cabello y halo su boca más fuerte contra mí.


Siento una nueva sensación: diminutos estremecimientos en mi interior mientras caigo en espiral desde el lugar a donde Alfonso me ha llevado. Recobro mis sentidos y me doy cuenta que sigo empuñando su cabello. Lo suelto y sé que debería disculparme, pero no puedo encontrar la coherencia necesaria para hablar.


Mis piernas están temblando, apéndices sin hueso como consecuencia y creo que mis rodillas colapsarían si trato de ponerme de pie. Miro a Alfonso para asegurarme de que no lo sofoqué cuando aplasté su rostro entre mis piernas. Él
está mirándome.


—Eres tan jodidamente hermosa.


—Gracias —susurro. No estoy segura si estoy expresando gratitud por el elogio o por el orgasmo sobrenatural que acababa de otorgarme. No tengo tiempo para resolverlo porque él patea sus zapatos y se quita la camisa por encima de la cabeza sin desabotonársela.


Él es el hermoso: suave y duro en todos los lugares correctos. Él no pierde tiempo al librarse de sus pantalones vaqueros y sus bóxers. Está ansioso por follarme. Y yo estoy ansiosa por ser follada, pero primero quiero devolverle el favor que me ha regalado dos veces.


Me ve bajarme de la cama y sabe que estoy a punto de arrodillarme, por lo que me detiene.


—No esta vez. Tengo que estar en control o explotaré tan pronto como tu boca me toque. —Sí, en cierto modo conozco la sensación.


Nos da la vuelta y se sienta en la cama. Necesita el control, pero veo qué más quiere, así que me subo a horcajadas sobre él. Frota los pulgares sobre mis pezones a través de mi camisón y lo oigo inhalar a través de sus dientes cuando
me froto contra él.


—No puedo esperar más. Tengo que tenerte en este momento.


Pasa un brazo alrededor de mi cintura y me aferro a él cuando se inclina hacia adelante para conseguir un condón del cajón de su mesilla de noche. Cuando se sienta en la cama de nuevo, suelta mi cintura y se inclina hacia atrás. 


Abre el paquete cuadrado con los dientes y desliza el condón con un rápido movimiento.


Miro hacia abajo porque quiero ver, pero llego demasiado tarde porque él es muy rápido.


Siento sus manos a cada lado de mis caderas y me voltea sobre mi espalda. Usa sus piernas para separar las mías y posiciona su erección contra el centro muy húmedo entre mis piernas. Se muerde el labio inferior y sacude con la cabeza mientras gime:
—Chiara, estoy a punto de follarte tan duro. No tienes idea.


Y luego se impulsa en mí con un suave movimiento: duro, como prometió. O amenazó. Suprimo la sorpresa detrás de mis labios y el ruido que hago sale sonando como un gemido. Retrocede con deliberado ocio y se siente como que va a salirse por completo, pero luego se sumerge en mí otra vez todavía más duro. Él hace esto varias veces y me doy cuenta de lo que está haciendo. Se está imponiendo un ritmo porque quiere que esto dure el mayor tiempo posible. Y yo
también.


Me sorprende cuando alcanza mis pies y los lleva hasta sus hombros para que pueda llegar más profundo dentro de mí. Es un ritmo lento, pero cada caricia es deliberada. Y oh tan poderoso. Nada de lo que me hace es accidental.


Encuentra su voz entre empujes.


—Te. Sientes. Tan. Jodidamente. Bien.


Pero todas las cosas buenas deben llegar a su fin, y ésta también lo hace cuando todo dentro de mi pelvis se tensa y la sensación se irradia hacia mis muslos y curva los dedos de mis pies.


Literalmente.