jueves, 5 de mayo de 2016

CAPITULO 40





Abro mis ojos y estoy sola. Levantarse en la cama de Alfonso sin él se ha convertido en una rutina para mí desde que no he pasado muchas noches en casa de Benjamin. Y luego me doy cuenta. Recuerdo lo que pasó con mi huésped y por qué no podré quedarme con él ya.


No quiero ni contarle a Aldana porque no sé lo que voy a decir. Encuentro mi cartera y bolsa de viaje en la silla en la esquina de la habitación y tomo mi teléfono para llamarla. 


Bien podría acabar con ello de una vez.


Veo un texto inadvertido de Aldana a las tres de la mañana.


¿Estás con A?


Realmente no hay razón para preocuparse por lo que decir. Sólo le diré lo que pasó y que no puedo quedarme allí ya. Es así de simple.


Ella responde en el primer repique.


—Llama cuando no tenga resaca y esté lista para vomitar.


Debió haber bebido mucho más después de que me fui.


—¿Noche ruda?


—No. Mañana ruda. Tú no suenas muy mal.


—No lo estoy. Dejé de beber después de que Alfonso llegó al club.


—Desapareciste anoche. Supuse que habías ido a casa con el galán.


Es como que ella no recuerda nada.


—Te dije que me iba con él. Es que tu trasero borracho simplemente no lo recuerda.


—Oh.


Bien, aquí se va todo al garete.


—Necesito hablarte de algo que paso anoche.


—¿Todo está bien?


Definitivamente no está bien.


—No, no lo está. ¿Estás en casa de Benjamin o de Zac?


—En casa de Zac.


Bien. Al menos ha tenido las agallas de pasar toda la noche.


—Benjamin y yo tuvimos un incidente anoche. Vino a nuestro cuarto mientras estaba empacando para ir a casa de Alfonso. Me pidió que me quedara con él en vez de irme. Le dije que no y trató de besarme. Cuando lo aparté, me llamó zorra.


—Oh, Paula. Benjamin estaba muy tomado anoche. Estoy segura que se arrepiente de toda la cosa esta mañana.


Ella es su hermana, pero no esperaba que tomara su lado tan completamente.


—Quizás haya sido así, pero no puedo vivir con alguien que me llame zorra. Vamos por mis cosas y me quedaré con Alfonso.


—¿Quieres decir hasta que esto termine?


—No, me pidió que me quedara hasta que fuéramos a casa, y he decidido que voy a hacerlo. Haré arreglos para ir al apartamento por mis cosas en un par de días.


—Pero no lo conoces.


—Aldana, lo conozco tan bien como tú conoces a Zac. No hay diferencia. —Eso no era absolutamente la verdad, pero sentía como que conocía las cosas más importantes, aunque eso no incluyera su nombre.


—Buen punto, bien hecho, supongo. —Bien. No me sentía como que quería discutir con ella sobre esto.


—Alfonso trabaja largas jornadas, así que llámame la próxima cuando Zac esté ocupado y nos encontramos. Tal vez salir a comprar.


—Bien.


Cuelgo y pienso en cuan diferente es nuestra estadía en Australia de lo que pensé.


Aldana y yo no hemos estado separadas por más de un día en cuatro años, y ahora nuestro tiempo juntas es casi inexistente. Me di cuenta de que no le importaba mucho que estuviera con Alfonso, pero lo superaría. Pasaba todo el tiempo que podía con Zac y eso significaba que iba a estar a solas con Benjamin, así que no me siento ni un poco culpable por irme y estar con Alfonso.


Sigo usando la camiseta de Alfonso, que apenas cubre mis bragas, cuando salgo de la habitación en busca de él. Voy a la cocina primero y encuentro la puerta de la nevera abierta. 


Me deslizo hacia él con la agilidad de una leona y espero a que cierre, así poder sorprenderlo, pero cuando la puerta se cierra, soy yo quien recibe el shock.


Estoy de pie cara a cara con una mujer, no Alfonso.


Ella me sonríe mientras desvía sus ojos a mis piernas desnudas.


—¿La señorita Beckett?


Alcanzo la parte inferior de la camiseta y la tiro hacia mis piernas, como si de alguna manera pudiera cubrir mi desnudez.


—Sí.


Tiro más duro de la camisa y me doy cuenta que la estoy estirando hasta el punto de que casi se rasga.


—Soy la señora Porcelli. Es muy bonito conocerte. ¿Puedo cocinarte algo para desayunar? ¿Te gustan las tortillas?


Oh, mierda, estoy mortificada. Me olvidé por completo que la señora Porcelli estaría aquí hoy. Ahora, aquí estoy para saludarla llevando mi ropa interior y la camiseta de Alfonso, que estoy segura de que ella reconoce ya que ella hace su
lavandería.


—Umm, sí. Gracias. Si me disculpa, vengo en un momento.


—Por supuesto, querida.


Me pongo la camiseta por encima de mi ropa interior mientras voy hacia el dormitorio. Una vez dentro, cierro la puerta y me recuesto de ella. Hago un arma con mis dedos y lo pongo en mi cabeza y aprieto el gatillo.


—No puedo creer que haya hecho eso.


Me inclino a hurgar en el bolso cuando me sobresalto por dos manos arrastrándome por la cintura y un cálido aliento en la nuca. Dejo escapar un grito de pánico y doy vuelta para darle a Alfonso una palmada en el pecho.


—No te me acerques a hurtadillas así. Me asustaste.


Él piensa que es gracioso.


—Lo siento. Juro que asustarte no era lo que yo buscaba. Tenía algo mucho más como esto en mi mente.


Él lleva sus labios a los míos y me olvido mi descontento con él. Siento una de sus manos deslizarse dentro de mis bragas por encima de mi trasero.


—Oh, no, no lo hagas, Sr. Henry.


—¿Por qué?


—Acabo de conocer a la Sra. Porcelli, mientras usaba esto, debo añadir, y ahora está cocinando el desayuno. Será de mala educación, sin mencionar raro, si no vuelvo allí para comer lo que me está cocinando.


Él desliza su otra mano dentro de mi blusa hasta que alcanza mi pecho y pasa el pulgar sobre mi pezón hasta que está duro. Baja la boca a mi oído.


—Ella nunca sabrá, nena. Voy a ser rápido.


—Sí, pero yo lo sabré y ella lo verá en mi cara.


—No, no lo hará. Estas haciendo demasiado de ello. —Mueve su mano de mi trasero al frente de mis bragas.


—Ella ya sabe que soy la última.


—¿La última qué?


—Compañía o como sea que nos llama a nosotras. —Quizás zorra.


—No, no lo sabe.


Me está confundiendo y no tiene nada que ver con su mano en mi ropa interior volviendo mi cerebro papilla.


—¿Cómo no iba a hacerlo?


—Ella no sabe acerca de las otras. Va a pensar que eres mi novia.


¿Cómo no puede saber de las otras si va a todos lados con él?


—No entiendo.


—Las demás no han venido a la viña, así que eres la primera que ve.


Bueno, eso es una revelación.


—¿A dónde llevas a las otras?


—A hoteles.


Estoy sorprendida por estas noticias. E intrigada. ¿Por qué se me permite entrar a su mundo privado cuando ninguna de las otras lo ha hecho?


No tengo mucho tiempo para absorber lo que me ha dicho porque siento sus manos en mis muslos sacándome las bragas.


—Seré rápido. Lo prometo.


Cedo ante él como siempre lo hago y salgo de mi ropa interior antes de dejar que me guía hacia la cama sin hacer. 


Me caigo hacia atrás y mete la mano en el cajón de la mesilla. Oigo los familiares sonidos antes de que agarre mis tobillos hasta el borde de la cama donde él está parado.


—Pon tus piernas alrededor de mí.


Hago lo que me dice y luego está dentro de mí.


—Esto va a ser rápido, pero sólo porque es así como lo quieres.


Él no estaba bromeando. Está chocando contra mí rápido y duro. Agarra mis muslos con fuerza para evitar que me impulse hacia el otro lado de la cama. En un rápido movimiento, llevo mis piernas desde la cintura hasta sus hombros y eso lo vuelve loco. Él empuja profundamente una última vez y lo oigo decir mi nombre.


—Oh, Paula.


Amo la manera en como dice mi nombre cuando se viene.


Mis tobillos todavía están enganchados en sus hombros y me sonríe. Besa la parte interior de mi pierna antes de ayudarme a pararme.


—Voy a comprobar los injertos mientras desayunas. Estaré fuera un par de horas y luego tendremos el resto del día para hacer lo que quieras.


Supongo que sus vacaciones del trabajo se acabarán mañana, así que quería tomar ventaja de nuestro último día libre juntos.


—¿Podemos ir a la piscina y nadar?


—Todo lo que quieras, nena.


Agarra mi ropa interior del piso y los sujeta para mí. Besa el interior de mi muslo mientras entro en ella. Tengo las manos sobre sus hombros para mantener el equilibrio mientras las pasa por mis piernas y no puedo resistir comentar sobre ello.


—Pones mis bragas de vuelta prácticamente tanto como las quitas.


Le da una palmadita a mi trasero cuando están en su lugar.


—Supongo que sí. Ahora, vístete y disfrutar de tu desayuno. Nos vemos en un par de horas.


Voy a tener que ducharme después del desayuno, así que saco mi cabello en una cola de caballo y me deslizo rápidamente en unos shorts y una camiseta mía. El aroma proveniente de la cocina es celestial y entro mientras la señora Porcelli coloca en un plato lo que parece una deliciosa tortilla.


—Huele delicioso.


—Gracias. ¿Te sirvo café?


—No soy una gran bebedora de café. Tomaré jugo, pero puedo buscarlo. Ya has hecho demasiado.


—Estoy complacida de buscarlo por ti, querida. —No discuto y tomo mi asiento en el bar donde mi tortilla me espera. 


Pone un alto vaso de jugo en frente de mí y me siento incómoda de que me sirva.


—Gracias.


Comienzo a comer mientras limpia el desastre de haber preparado mi desayuno.


Eso me hace sentir más culpable.


—Puedo hacerlo después de que termine de comer.


—Señorita Beckett, relájese y disfrute de su tortilla.


Señorita Beckett no es mi nombre.


—Bien, pero por favor, ¿podrías llamarme Paula?


—Bien, Paula.


—¿Cuánto tiempo ha trabajado para… —Oh, maldición, no sé su nombre. Al menos no al que la Sra. Porcelli suele usar.


—Lo llamo Sr. Alfonso, cariño. Él es mi jefe y aunque soy muy vieja para ser su madre, no me sentiría bien llamándolo por su primer nombre.


Alfonso. Me rio para mis adentros porque parece como si hubiésemos pensado lo mismo cuando elegimos nuestros alias. Tengo que preguntarme. ¿Es esto un desliz en su plan cuidadosamente orquestado o está relajándose de sus inflexibles reglas de relaciones?


Seguramente, consideró esta posibilidad. Debe haber sabido que la señora Porcelli diría su nombre delante de mí en algún momento desde que me voy a quedar aquí todo el tiempo.


Decido que no voy a mencionar el descubrimiento de mi información recién descubierta sobre el Sr. Alfonso. 


Descubrir su apellido no cambia nada para nosotros. No voy a tratar de encontrarlo una vez que deje Australia. No hay razón para preocuparme, así que él sigue creyendo que todavía tiene ese secreto.




CAPITULO 39






Nos dirigimos al apartamento y me siento en el auto mientras Paula va adentro a empacar un bolso. Cuando estoy esperando que regrese, un taxi se detiene en la acera y Benjamin sale. Se tambalea a medida que hace su camino hacia el edificio. Parece borracho. Quiero ir hasta el apartamento cuando lo veo, pero no lo hago porque Paula debe estar bajando en cualquier momento. Y estoy seguro que no me voy a llevar mejor con Benjamin estando borracho de lo que lo hago con Benjamin estando sobrio.


Ella no baja pero espero un poco más y entonces algo no se siente bien. Al diablo con esto. Quiero saber lo que le está tomando tanto tiempo, así que salgo y camino a grandes zancadas hacia el edificio. Presiono el timbre y no obtengo respuesta, así que presiono de nuevo y luego escucho la voz de Paula.


—Estoy a punto de terminar. Enseguida bajo. —Escucho a Benjamin gritar algo en el fondo, pero no puedo entender lo que es.


—Déjame entrar, Paula. Ahora.


Escucho el pestillo en la puerta soltarse y no espero el ascensor. Tomo las escaleras de dos en dos hasta llegar al apartamento del tercer piso. Golpeo la puerta y en cuanto Paula abre, puedo ver que ha estado llorando. Lo miro a él y luego de nuevo a ella.


—¿Qué te hizo?


—Nada. —Ella no me mira y es porque algo pasó. Y es algo que me va a enfurecer.


—¡Dime qué diablos te hizo, Paula!


Ella recoge su bolso.


—¿Podemos irnos, por favor?


No tengo ganas de irme. Él le hizo algo y voy a averiguar qué. Doy un paso dentro del apartamento hacia Benjamin.


—¿Qué demonios le hiciste?


Paula da un paso frente a mí, entre Benjamin y yo. Ella puede ver a dónde va esto.


Pone sus manos en mi pecho y niega con la cabeza mientras suplica:
—Por favor no lo hagas, Alfonso. Él es el hermano de mi mejor amiga. No quiero que esto se convierta en un problema entre Aldana y yo.


Alcanzo el bolso en el suelo mientras fulmino a Benjamin con la mirada.


—Voy a averiguar lo que hiciste.


Salimos del apartamento y no digo nada hasta que estamos en mi auto y no puedo soportarlo más. Tengo que saberlo.


—Dime, Paula.


Su cabeza está gacha y ella está mirando sus manos en su regazo.


—No quiero hablar de eso.


—No voy a mover este auto hasta que me digas lo que hizo.


Está oscuro, pero la luz que brota de las farolas brilla en su rostro y veo que está llorando.


—Realmente sólo quiero salir de aquí.


No me va a decir nada mientras estemos aquí. Sabe que voy a subir hasta allá y a sacarle la mierda a golpes a él si la lastimó. Enciendo el auto y arranco. Cuando estamos en la autopista, tomo su mano y la llevo hasta mis labios.


Ella suspira profundamente.


—Él entró en mi habitación y me vio empacando. Sabía que yo iba a quedarme contigo, así que me pidió que no me fuera. Cuando le dije que me iba contigo, me agarró y comenzó a besarme. Lo aparté de un empujón y me dijo que yo no era nada más que una puta para ti.


Sólo hay una palabra para describir la sensación rabiando dentro de mí: Furia.


Me alegra que no me lo dijera mientras estábamos allí, porque habría salido volando en una rabia ciega. No estaba del todo seguro de que no fuese a dar la vuelta y regresar para patearle el culo.


—No te vas a quedar más con él.


—Alfonso, no seas ridículo. Tengo que hacerlo.


—No, no tienes que hacerlo. Te conseguiré tu propio apartamento.


Ella está negando con la cabeza.


—No, Alfonso. No puedo dejarte hacer eso.


—Entonces, la única otra opción es que te quedes conmigo en el viñedo porque no vas a volver a quedarte con él. —Estoy mirando el camino, pero eso no me impide sentirla mirándome en la oscuridad—. Empacar cada pocos días ya no tiene gracia, ¿no? Y nunca tienes todo lo que necesitas.


—¿No vas a tener que salir de la ciudad a veces? ¿Dónde voy a estar cuando no estés?


—Puedes quedarte en el viñedo sin mí. A la Sra. Porcelli probablemente le gustaría la compañía y Daniel puede llevarte si tienes que ir a alguna parte. No sé. Tal vez vendrías conmigo en algunos de mis viajes.


¿Lo está considerando?


—Nena, no te quiero allá con él nunca más —agrego.


—Aldana se enojará conmigo si me mudo.


—Creo que estaría más enojada si algo pasara entre tú y su hermano y eso arruinara su amistad —respondo—. Además, ella se queda con Zac la mayoría de las noches, ¿no?


—Eso es verdad —acepta ella.


—Dime que lo harás.


Vacila antes de responder.


—Está bien, lo haré.


Llevo su mano de nuevo hasta mis labios y la beso.


—Iremos por tus cosas en un día o dos después de que me enfríe. No hay manera de que pueda estar cerca de ese pequeño cabrón ahora mismo sin matarlo.


Bueno. Es un hecho; Paula se muda conmigo durante los próximos dos meses y medio. Esto no es algo que haya hecho antes. Demonios, nunca le había permitido a ninguna de mis compañeras visitar una de mis casas o viñedos. No
podía arriesgarme a la conexión después, pero no importa si Paula hace la conexión. Ella estará a quince mil kilómetros de distancia una vez que hayamos terminado por lo que no importa.


Ella ha estado inusualmente callada y estoy preocupado por las cosas que están girando en su cabeza. Espero que no le esté dando ningún mérito a Benjamin diciéndole que pienso en ella como mi puta.


Le doy a su mano un pequeño apretón donde descansa sobre mi muslo.


—Benjamin está equivocado. No eres una puta para mí.


—¿Cómo no lo soy? ¿No estuve de acuerdo en una relación sexual con un hombre que no conocía a cambio del momento de mi vida? Eso es tan bueno como que me paguen para tener sexo.


—Paula, somos dos adultos en edad de consentimiento sexual. Tenemos relaciones sexuales geniales, pero no te pago por ello. Pasamos un gran tiempo juntos porque somos amigos. Disfrutamos pasando el tiempo juntos y no tiene absolutamente nada que ver con el sexo. ¿Entiendes?


—Sí.


No parece convencida ya que la duda que Benjamin colocó en su mente está fresca. Ella necesitará tiempo para olvidarse de sus crueles palabras. Por ahora, elijo no decir nada más sobre el asunto y en su lugar cambio el tema.


—Los yanquis tienen tradiciones de Año Nuevo, ¿verdad?


—Sí. Hay una tradición sureña de comer frijoles de ojo negro y codillos de cerdo en el Día de Año Nuevo. Se supone que te traerá suerte durante todo el año.


—¿Debería hacer que la Sra. Porcelli te cocine eso hoy?


Se está riendo ahora.


—No, yo no como codillo de cerdo, sea lo que sea eso, por lo que no será necesario.


En algún momento del viaje, se queda callada y creo que tiene la acusación de Benjamin en su mente otra vez hasta que me doy cuenta de que su mano se ha relajado.


Se ha quedado dormida. Entro al garaje y estaciono, pero me tomo un instante para verla durmiendo. Cuando le aparto el cabello del rostro, ella me recuerda a un ángel dormido y no puedo entender cómo ese hijo de puta podía hacerle daño al decirle esas horribles cosas.


Rozo mis dedos contra su mejilla.


—Paula, estamos en casa. —Ella se agita un poco y pienso en como eso salió todo mal—. Estamos en el viñedo.


Ella no se despierta, así que salgo y voy a su lado del auto. 


La saco para cargarla hasta la cama. Doy unos cuantos pasos hacia la puerta y ella trata de enfocarse en mí con los ojos cansados.


—¿Qué estás haciendo?


—Estoy cargándote hasta la cama.


—No me han cargado hasta la cama desde que tenía tres años.


—Ahora puedes decir que no te han cargado hasta la cama desde que tenías veintidós años.


La coloco en lo que he llegado a pensar como su lado de la cama. Parece que ya se ha vuelto a dormir. Noto el vestido de cóctel que lleva puesto y estoy seguro de que no quiere dormir en eso, así que saco una camiseta de mis cajones para ella.


Le quito uno de sus zapatos y ella inhala profundamente cuando le retiro el segundo.


—Gracias, Alfonso.


Pongo sus zapatos en el suelo cerca del pie de cama.


—No pasa nada.


Sus ojos están cerrados cuando dice:
—No, no me refiero a cargarme hasta la cama. Me refiero a todo. Me tratas como si yo fuese alguien en lugar de una don nadie.



Está mostrándome una nueva faceta de sí misma. Es ingenua y maltratada. Sé en mis entrañas que este momento no tiene nada que ver con nada de lo que Benjamin dijo. Ella lleva una antigua cicatriz y eso le causa un profundo dolor.


Paso los dedos ligeramente por su mejilla.


—Eres una persona tan especial. Siempre deberías ser tratada como alguien.


Ella alcanza mi mano y la sostiene contra su rostro, pero no dice nada. Quiero decirle cómo su corazón le pertenece a alguien que todavía tiene que conocer y que algún día va a ser amada y adorada por un hombre condenadamente suertudo. Ella tendrá sus bebés tal como me dijo que quería hacer y él la amará de una manera que ella nunca ha conocido.


Pero no le puedo decir estas cosas. Y no sé por qué.