lunes, 20 de junio de 2016

CAPITULO 187





Esperamos en el restaurante del hotel donde toda esta mierda comenzó, en el que me acerqué a Pedro Henry como otra persona. La peor idea de todas.


No puedo creer que Jenna acordó reunirse con nosotros aquí. En verdad es algo estúpido de su parte ya que es su lugar de trabajo, al menos el hotel lo es, pero el restaurante está en el interior. Me pregunto qué hace aquí, y qué hacía hace tres años que atrajo a Pedro Henry a ella.


No me ha dicho lo que Jim encontró de ella. Francamente, no me importa, siempre y cuando salga de nuestras vidas. Me estremezco cuando pienso en lo diferente que podría haber ido. ¿Y si Pedro Henry hubiera sido el padre de su hijo? Hubiese sido una pesadilla.


—Llega tarde. —Eso lo irrita aún más.


—No te preocupes, esa perra hambrienta de dinero va a venir. No hizo todo esto para no llevarlo a cabo.


Llega diez minutos después.


—Llegas tarde.


—No pude llegar antes porque Ashton está enfermo. Probablemente se agarro lo que sea que haya en esa clínica médica a la que nos hiciste ir.


Pedro Henry es rápido para responder.


—Tal vez deberías haber intentado saber quién es el padre de tu hijo y no habríamos estado allí en primer lugar. —Creo que estoy más contenta de que su hijo no sea suyo porque no creo que pudiera haber aguantado las discusiones entre ellos.


Nuestro camarero se acerca y Jenna pide un vaso de vino.


—Sólo me voy a quedar el tiempo suficiente para hablar de lo que quiero de ti—. Me mira—. Debo decir que estoy sorprendida de verte aquí, por lo que sólo puede significar una cosa: una vez accediste a ser su puta igual que el resto de nosotras.


No respondo porque no puedo negar lo que está diciendo.


—Nunca fue mi puta.


—De acuerdo. —Una copa de vino es coloca frente a ella y veo mientras pasa por el proceso de usar sus sentidos para juzgarlo—. Logan Ross, eso es lo que él fue para mí, me enseñó un montón de cosas, pero apreciar una gran copa de Shiraz es algo que he mantenido conmigo. ¿Qué vino te ha enseñado para divertirse? —Mira hacia abajo a mi agua—. ¿Qué… no hay vino para la princesa del viñedo? —Ninguno de nosotros responde y comienza a sonreír—. Ajá… estás embarazada. Supongo que las felicitaciones están en orden para la pareja perfecta. —Su voz está saturada con veneno—. ¿Es por eso que te mantuviste firme a su lado? ¿O es porque es asquerosamente rico?


Pedro Henry está echando humo.


—No estamos aquí para discutir.


Está sonriendo.


—Entonces vamos al por qué estamos aquí. Te he investigado un poco desde que hablamos y me alegro de haberlo hecho porque resulta que eres incluso más rico de lo que pensaba.


—Di lo que quieres —le dice él.


—Iba a pedirte un millón, pero luego decidí que me estaba desvalorando a mí misma. Quiero dos millones de dólares y todo esto desaparece. No le hablaré a la prensa acerca de
tus pequeñas y desagradables prácticas y nunca me verás otra vez.


—Dos millones de dólares por tu silencio parece razonable a no ser que considere que puedo tenerlo gratis.


Está claramente confundida.


—No es gratis.


Le pasa un sobre.


—Pero creo que lo es… Aurora Dawn.


Ni siquiera abre el sobre.


—¿Crees en serio que vas a convencerme de mantener la boca cerrada por algún vídeo porno estúpido que protagonicé por unos pésimos cientos de dólares cuando tenía dieciocho años?


—No. Sólo lo traje para humillarte. Lo que va a mantener tu boca cerrada es la prueba que tengo de ti malversando un montón de dinero de este hotel, el mismo en el que estamos
sentados. Por lo tanto, si bien podría ser incómodo saber que tus compañeros de trabajo pueden verte jodiendo en una cinta, la cárcel es malditamente más incómoda. Y estoy
seguro de que extrañarás a tu hijo terriblemente. Tal vez no habrá crecido del todo para cuando salgas.


Parece indignada.


—Bueno, me tienes sobre el barril y me has jodido otra vez. —Traga lo último de su vino antes de tomar su bolso y el sobre de la mesa—. Tendría cuidado con este si fuera tú, Sra. Alfonso. Siempre se sale con la suya.


Tiene razón. Pedro Henry generalmente se sale con la suya, siendo los medios razonables o no.






CAPITULO 186




Ya casi ha pasado una semana —ese es el tiempo que esa perra chantajista dijo que le daría Pedro Henry antes de que lo llamara otra vez— por lo que esperamos tener noticias de ella mañana. Mi decisión sigue en pie. Voy a apoyar a mi esposo, incluso si esto se hace público. Digo esto con increíble fidelidad, pero luego me pongo asustadiza cuando pienso en las diez mujeres restantes que no he tenido el disgusto de conocer. ¿Vendrán de la nada? Podrían haber más reclamos falsos de paternidad. O verdaderos. 


¿Estamos tomando la decisión equivocada al no pagarle? No lo sé.


Pedro Henry hoy está esperando una llamada de Jim. Espero que sea el mejor —como lo cree mi marido— y nos diga que ha encontrado algo que podemos usar para deshacernos de esa mujer.


Jim llama mientras Pedro Henry está sentado a mi lado durante mi rutina mañanera: tumbada en la cama con náuseas, tomando el remedio de la Sra. Porcelli, mientras mordisqueo galletas. Se sienta conmigo cada mañana y me ayuda a ir al baño cuando mi náusea progresa a algo más.


Está escuchando atentamente cuando la ola casi abrumadora me golpea. Cierro los ojos, deseando que desaparezca, pero se niega a obedecer, así que estoy luchando por salir de la cama.


—Un momento, Jim. —Pedro Henry deja caer su teléfono a la cama para ayudarme a levantar.


Voy corriendo al baño, pero lo rechazo con un gesto.


—Atiende la llamada —le digo entre arcadas—. Estoy bien.


Está indeciso mientras se expone por un tiempo en el cuarto de baño.


—Grita si necesitas algo.


Asiento, mi cabeza colgando sobre el inodoro.


Me lavo siguiendo mi episodio de vómitos y creo que es posible que me sienta mejor. Sí, creo que sí.


Cuando salgo del baño, Pedro Henry está terminando su llamada.


—Mi hombre, Jim, ha descubierto una gran cantidad de pequeños secretos sucios sobre una tal Jenna Rosenthal. La mayoría son insignificantes para nuestras necesidades, pero una transgresión será de uso. Yo digo que invitemos a la señorita Rosenthal a cenar. No creo que una llamada telefónica sea suficiente.


—¿Qué vas a hacer?


—Algo que no corresponde a un caballero, y quiero ver su cara cuando lo haga.




CAPITULO 185





Decidimos que queríamos contarle a Margarita y a Henry sobre el bebé en persona, pero a causa del trabajo que Pedro Henry tenía que hacer en Avalon esta semana, tuvimos que esperar hasta el fin de esta para viajar a Sydney. Estoy segura de que mi suegra sospecha por qué estamos yendo de nuevo tan pronto. Podía escuchar la emoción en su voz por teléfono. Habíamos acabado de colgar hace un momento cuando volvió a llamar para decirme que está horneando un pastel de chocolate para mí —uno que puedo llevar a casa cuando nos vayamos— e incluso me dio el permiso para no compartirlo con Pedro Henry.


Hemos llevado a mis suegros a cenar en vez de cocinar en su casa. El restaurante es formal, y caro, pero es a lo que los Alfonso están acostumbrados. Incluso hay una mujer dando serenatas en las mesas. Se detiene para cantar a una pareja y canta a pleno pulmón “At Last”. Estoy viendo la escena desde la distancia, pero está bastante claro al final de la canción que el hombre está proponiéndose a su compañera de mesa cuando cae sobre una rodilla. Los comensales que los rodean comienzan a aplaudir y se propaga a lo largo de todo el restaurante, la mayoría de los clientes probablemente creyendo que están aplaudiendo a la cantante.


Todo el mundo en nuestra mesa ha pedido vino, menos yo. Henry no le hace ningún caso a ese pequeño chisme, pero Margarita se fija. Lo sé porque repentinamente está mareada y no es por el vino.


Pedro, Randall me dice que metiste a su nieta en un puesto de interna.


Uh-oh.


—Lo hice, pero encontró otro. Quería estar más cerca de sus amigos de la universidad. Estaba más preocupada por salir de fiesta que aprender a manejar un viñedo. —Muy buena, Alfonso. Lo único bueno que puedo decir de Bianca es que tuvo el buen sentido de irse en silencio para que Pedro Henry y el Sr. Brees no experimentaran un traspié en su relación comercial.


Pedro Henry y su padre hablan el idioma viñedo y estoy bastante perdida. Creo que Margarita entiende mucho, pero opta por no unirse. Creo que todavía tiene un poco de resentimiento por esa vida, a pesar de que les hizo a ella y a Henry una buena existencia.


—¿Entiendes algo de lo que están diciendo?


Levanta su copa y toma un trago.


—Más de lo que me gustaría saber.


—Estoy interesada en aprender. Quiero entender así puede hablar conmigo de las cosas que sucedan en los viñedos.


—Te voy a dar un consejo. —Sonrío al recordar el último pedacito que me dio. También sonríe y se inclina, bajando la voz—. Un consejo más . El viñedo es trabajo para él. Es su
profesión y tiene empleados con los que discute sobre ello. Les paga muy bien por ese servicio y tú no eres su empleada. No permitas que los viñedos entren en tu vida en casa y asegúrate malditamente bien de no dejarlos entrar en su dormitorio. Sé su salida, un lugar seguro donde pueda escapar, cuando toda la mierda que viene con esa vida se convierta en demasiado para él.


Margarita tiene una manera diferente de ver las cosas. Aquí estaba yo pensando que me acercaría más a mi marido al convertirme en parte de su vida laboral, pero me está diciendo lo contrario. Y creo que tiene razón.


—Confía en mí, Paula. Te tendrá en un aspecto diferente si te ve como su refugio y no su confidente. —Regresa a su entrada y sólo puedo pensar en cuánto espero ser el tipo de madre que ella es. Quiero ser fuerte y segura en mí misma, pero también amable y encantadora. Ojalá la hubiera tenido a ella como modelo a seguir en vez de a mi propia madre.


Pedro Henry me toma de la mano y le da un apretón debajo de la mesa después de pedir el postre. Supongo que es mi señal de que está listo para soltar la lengua.


—Paula y yo tenemos un comunicado. —Henry todavía está concentrado con lo que estamos a punto de decir, pero Margarita puede predecirlo fácilmente. Ella, literalmente,
parece a punto de estallar—. Paula está embarazada.


Henry hace el varonil golpe paternal en la espalda de Pedro Henry mientras nos felicita.


Casi creo ver su pecho inflarse, como una especie de orgullo acerca de sus chicos siendo capaz de nadar con suficiente fuerza para fecundarme en el primer intento.


Margarita sale de su silla y yo también. Me atrae a sus brazos en un fuerte abrazo.


—Lo sabía. Ohh… Estoy tan feliz por ustedes. —Me libera y me toma de los brazos para mirarme—. ¿Cuándo puedo esperar a mi nuevo nieto?


—Primero de octubre.


—Tienes una fecha. ¿Eso significa que ya has tenido una visita con un médico?


—Sí. Tengo una fotografía de la ecografía. ¿Quieres verla?


—Por supuesto. —Saca las gafas de su bolso, se las desliza, y me mira—. Apesta tener ojos de viejo. No puedo ver nada sin estas ridículas cosas.


—Creo que te ves muy bien en ellas. —Margarita nunca se ve con nada menos que con clase.


—Mentira. Me veo vieja como el infierno. —Se ríe. Toma la 
copia a distancia para verla mejor—. Creo que es uno de los pequeños puntos más dulces que he visto en mi vida.


Me río porque tiene razón. El bebé es muy pequeño.


—Es muy temprano, sólo seis semanas. La doctora dice que es del tamaño de un grano de arroz. La mayoría de las personas no anuncian sus embarazos sino después de las doce semanas, pero estamos demasiado emocionados como para esperar por tanto tiempo.


—¿Se lo dirán a todos o es información privada porque somos los abuelos?


No lo sé. No hemos hablado nada más allá de decirle a Margarita y a Henry en el caso de que esta historia sobre su pasado salga.


—¿Qué vamos a hacer?


—Te lo dije desde el principio, amor. Quiero que el mundo sepa que mi esposa está embarazada.


Está bien, entonces. Supongo que se lo diremos al mundo.


Llamo a mi mamá desde el auto mientras que Pedro conduce hacia casa desde lo de Henry y Margarita. Estoy emocionada de escuchar su reacción. 


Espero que esté tan contenta como lo está Margarita.


Comenzamos nuestra conversación semejante a lo normal, poniéndome al día de todo lo que sucede en su vida, antes de que pase a compartir las noticias por las que llamé.


—Mamá, Pedro Henry y yo tenemos una noticia maravillosa. Estoy embarazada.


Silencio.


—Mamá, ¿sigues ahí?


—Pau, ¿por qué permitirías que eso sucediera? Un bebé va a arruinar tu carrera.


El hecho de que haya arruinado su vida no significa que mi bebé arruinará la mía. ¿Por qué no puede entender eso?


—Elegimos tener este bebé porque queremos comenzar nuestra familia.


—Estás siendo estúpida. No sabes dónde te estás metiendo.


No puedo escuchar estas cosas de mi madre.


—Me tengo que ir.


Termino la llamada y dejo que su reacción me empape durante un minuto antes de decirle Pedro Henry las cosas terribles que dijo. Espero a que su temperamento aparezca, pero no es así. Lleva el auto a un lado de la carretera y me toma en sus brazos, donde lloro hasta que no tengo más lágrimas que derramar.