martes, 10 de mayo de 2016

CAPITULO 55




Me paso el día leyendo en la playa, sin nadar en el agua, aunque hace tanto calor como en el infierno. Es media tarde y decido tomar un descanso del calor sofocante, así que entro en la casa para tomar un aperitivo y un poco de aire
acondicionado.


Estoy sentada en la mesa del comedor comiendo un poco de fruta sobrante de mi desayuno de cumpleaños cuando suena mi teléfono personal. Es mi mamá, sin duda llamando para desearme un feliz cumpleaños.


—Hola, mamá.


—Feliz cumpleaños, bebé.


—Gracias.


—¿Lo estás pasando bien?


—De lo mejor. —Y lo es. Me estoy quedando en una casa en una playa privada en Nueva Zelanda con un hombre hermoso del que no puedo tener suficiente. No hay nada como esto.


—Bueno, tengo una noticia que va a hacer que sea aún mejor.


Su idea de una buena noticia y la mía no siempre son iguales.


—¿Qué es?


—Es tu padre. Vino a verme, nena. Quiere conocerte.


Éste es un ejemplo perfecto de que nuestras ideas de lo que son buenas noticias están en dos espectros totalmente diferentes.


—¿Por qué?


—Porque tú eres su hija.


Habría dado cualquier cosa por oír esas palabras cuando era niña. Todo lo que quería era que mi padre rico y famoso me rescatara de ella cuando sobrevivía a base de agua de grifo y pan mohoso porque ella estaba demasiado enganchada para ir a la tienda de comestibles. Había rezado para que él viniera a salvarme, pero no lo hizo.


—No me ha querido como su hija durante veintitrés años, y no puede venir a cambiar de opinión ahora porque el único hijo que afirmaba tener está muerto.


—No es así, Paula.


—Es así, mamá. He sido su pequeño y sucio secreto todos estos años. Por lo menos ten las pelotas para ser honesta al respecto. —No sé el momento exacto en que las lágrimas empiezan a surgir, pero no puedo detenerlas una vez que comienzan. Cuanto más intento contenerlas, más duro caen—. Él fingió que yo no existía toda mi vida y la única razón por la que me quiere ahora es porque no le quedan otros hijos.


Me sorprendo al sentir unos cálidos brazos a mi alrededor cuando Alfonso toma el teléfono de mi mano. ¿Cuándo regresó?


—Lo siento. Paula tendrá que devolverle la llamada más tarde.


Él le cuelga a mi madre y silencia el timbre antes de arrojar el teléfono al sofá. Me envuelve con sus brazos y yo me fundo en él. Él no pregunta lo que ella ha dicho para disgustarme, pero creo que tiene una buena idea si oyó alguna parte de nuestra conversación.


Éste es otro de esos momentos como la mañana que casi lo dejé. Él me abraza y su abrazo habla sin decir una palabra.






CAPITULO 54





La habitación se llena de la brillante luz del sol a pesar de las cortinas. Huelo el desayuno, definitivamente tocino, tal vez panqueques. Tengo hambre, pero tengo más sueño, así que me cubro la cabeza con la sábana. Fue una noche larga.


Logro unos cuantos minutos más de sueño antes de sentir a Alfonso meter la mano debajo de la sábana para hacerle cosquillas a mi nariz. La remuevo para aliviar la necesidad de rascarme, pero cedo y estiro bajo las sábanas mi mano y paso las uñas sobre ella.


—Pensé que conseguías dormir hasta tarde en las vacaciones.


—No son vacaciones para mí. Es un trabajo y tengo que salir pronto, pero quería desayunar contigo por tu cumpleaños.


¿Cómo lo sabe? Levanto las sábanas para verlo. Él está sonriendo porque está muy orgulloso de sí mismo.


—¿Cómo sabes que es mi cumpleaños?


—Me lo dijiste en nuestra segunda cita.


—No recuerdo eso.


—Bueno, lo hiciste, y yo lo recordé, así que levántate para el desayuno de cumpleaños.


No puedo creer que él lo recordara. Tiene tanto ojo para el detalle. ¿Él me dijo cuándo es su cumpleaños? Si lo hizo, se me olvidó.


Entro a la cocina y hay un enorme buffet de desayuno en la mesada. No hay manera de que pudiéramos comer todo eso.


—¿Hiciste todo esto?


—¿Te parecería menos si no lo hubiera hecho?


—No.


—Hice que lo trajeran de uno de los restaurantes de la zona.


—Huele delicioso.


Él me pasa un plato.


—La chica cumpleañera va primero.


Mientras pongo la comida en mi plato, él me sirve un vaso de jugo. Lo pone en la mesa del comedor y luego se une a mí con una pila de panqueques de un kilómetro de alto.


—¿Tan hambriento?


—Tuve una noche famélica, pero siempre como esta cantidad en la mañana. Lo sabrías si alguna vez despertaras para unirte a mí para el desayuno. —Nunca va a dejar de hacerme bromas acerca de levantarme tarde.


—¿Cómo está la mano hoy?


Él la levanta para formar un puño y luego lo suelta.


—Me duele, pero puedo moverla, así que no está rota.


—Nunca nadie ha hecho algo así por mí.


—Cuando quieras, cariño.


Cuando termino, deslizo mi plato a un lado porque estoy llena.


—Eso fue maravilloso. Gracias. Fue un regalo muy considerado para despertar.


—La comida no es tu regalo. —Mete la mano en el bolsillo y saca una caja de joyería de terciopelo negro. La pone sobre la mesa y la desliza hasta mí—. Pero esto sí lo es.


No soy tan tonta como para pensar, ni esperar, que esta pequeña caja contenga un anillo. Sé que no lo es porque eso sería ridículo, pero sin duda contiene una pieza de joyería.


Me estiro para tomarla y abro la tapa. En el interior hay un colgante con forma de estrella cubierta con lo que supongo que son diamantes.


—Lo elegí porque vas a ser una enorme súper estrella después de ir a casa.


Es el mejor regalo de cumpleaños jamás visto. Y el peor.


Es el mejor porque es muy alentador y considerado. Es el peor, porque significa que cuando él me dice que soy suya, deja fuera la parte de que sólo es por las próximas seis semanas.


—¿No te gusta?


Fuerzo una sonrisa.


—Es perfecta y me encanta. Gracias.


Lo saco de la caja y se lo paso.


—¿Podrías? —Me doy vuelta y levanto mi cabello para que pueda ponérmelo.


Después de que cierra el broche, me besa la nuca.


—Me gustaría poder estar contigo todo el día.


Me vuelvo y toco el colgante con mi dedo.


—A mí también.


Él sonríe mientras admira su regalo alrededor de mi cuello.


—Intentaré regresar temprano.


—Temprano o tarde, de cualquier manera, voy a estar aquí.


—Todavía no quiero que te metas al agua sin mí.


—¡Ugh! Hay una canción country llamada “Don’t Go Near The Water”. Ahora va a estar pegada en mi cabeza todo el día y no me gusta esa maldita canción. Muchas gracias, idiota.


Él besa la parte superior de mi cabeza.


—No la conozco, pero puedes agradecerme cada vez que te sorprendas cantándola.


Hoy viste de traje. Maldición, luce sexy en él: muy picante. 


Está de pie sobre mí y yo tomo las solapas de su chaqueta para empujarlo hacia abajo y darle un beso. El besito que me dio en la parte superior de mi cabeza no está lo suficientemente cerca de satisfacerme para todo el día. 


Cuando lo dejo ir, le digo.
—Ése es tu incentivo para trabajar rápido de modo que puedas salir temprano y volver a mí.




CAPITULO 53





Alfonso se levanta de la cama y me pone sobre mi espalda. 


Él está de rodillas entre mis piernas y las engancha alrededor de sus brazos para poder hacerlas retroceder. No es suave al respecto. Entra en mí sin piedad, pero ésa es la forma que yo quiero esto. Su boca está contra mi oído.


—Eres mía. ¿Entiendes?


—¡Sí! —grito en parte porque es mi respuesta, pero sobre todo porque lo que está haciendo se siente tan bien.


—Quiero que lo digas.


Estamos de lado en la cama y cada embestida me empuja lejos a través del colchón hasta que mi cabeza está colgando por el borde.


—Soy… tuya… y… de… nadie… más.


Él libera una de mis piernas y su mano se desliza hacia debajo de modo que sus dedos pueden acariciarme por encima de nuestro punto de fusión.


—Nadie más te toca aquí de esta manera.


Estoy jadeando a medida que elevo mis caderas contra él y sus dedos.


—Sólo tú, Alfonso.


Él golpea mi dulce punto a la perfección y me siento contraer alrededor de él, detonando su orgasmo. Siento deseos de gritar a todo mi pulmón, y así lo hago porque no hay nadie alrededor que me escuche.


—¡Ah, ah!


—Ah, Paula. —Ahí está mi nombre, justo como siempre cuando él acaba.


Él sale de mí y se derrumba en la cama. Mi cabeza todavía cuelga del lateral, así que me deslizo de nuevo sobre el colchón. Estoy de espaldas y miro los hermosos paneles transparentes colgados en el dosel por encima de nosotros con un pensamiento: esta cama fue hecha para hacer el amor, pero eso no es lo que acabamos de hacer. Nunca lo es.