martes, 31 de mayo de 2016

CAPITULO 121





Han pasado días desde el accidente de la charla de matrimonio en las Vegas.


Agrego el término accidente por que no fue realmente una charla. Fui yo, borracho, escupiendo que quiero casarme con Paula y tener bebés con ella.


No fue bueno, Pedro. Ninguna mujer quiere una proposición ebria. Debo pensar en una mejor manera de hacerlo, algo romántico que amará y querrá contarle a nuestros hijos cuando crezcan.


Pero la propuesta no vale de nada si no puedo convencerla de alejarse de esta vida, de pasar las tres cuartas partes del año en un bus con un grupo de chicos, actuando en una ciudad distinta cada noche. Ésa no es la vida que debería tener.


Debería estar conmigo, empezando nuestra vida juntos así puedo darle la familia que quiere.


Hoy compré un anillo de compromiso para Paula. Pensé que sería difícil, quizás incluso que me faltaría el aire o casi me desmayaría, pero fue muy simple.


Supongo que cuando es correcto, lo sabes. No dudo que hice la elección perfecta para ella.


Pero eso no vale nada si no tengo el plan perfecto para proponérselo.


Y no tengo un plan hoy. O al día siguiente. O a la siguiente semana.


Y ahora nos quedan ocho días. Nuestro tiempo juntos se está acabando y tengo que pensar en algo rápido. Es sábado por la noche y voy a llevarla a cenar a uno de los restaurantes más finos de Nashville, o eso me han dicho. No tengo idea.


Estoy fuera de mi elemento aquí. Ésta no es la propuesta que tendría para ella si estuviéramos en casa. La llevaría a la casa de playa en Nueva Zelanda y la cubriría de velas y flores frescas. Y luego, haríamos el amor en nuestra habitación favorita donde la tela de las sábanas se junta a nuestro alrededor y nos separa del resto del mundo.


No creí que estaría tan nervioso, pero lo estoy. Algo con llevar este anillo en mi bolsillo toda la semana ha sacudido mi confianza. Todo me aterroriza, que diga que no, que elija esta vida sobre una conmigo, que se niegue a dejar a sus padres disfuncionales. Quizás esta duda es natural, algo que todos experimentan cuando están por soltar la gran pregunta.


Llamé anteriormente con instrucciones sobre nuestra ubicación e hicieron un gran trabajo siguiendo mi pedido. 


Estamos sentados en el lugar ideal, aislados en una cabina. 


Se siente como si fuéramos los únicos en el restaurante además del personal. Creo que estos asientos para dos están creados para estas cosas.


—¿Qué te sucede esta noche?


¿Soy tan evidente?


—Nada. ¿Qué te hace pensar que sucede algo?


Ella se inclina a lo largo de la mesa y pone su mano en mi frente como lo hace mi mamá.


—No te ves como si te sintieras bien. ¿Estás enfermo?


—Me siento bien —miento. Mi estómago se siente como si estuviera lleno de murciélagos.


—Si no te sientes bien, podemos ir a casa —ofrece mientras mueve sus palmas a mis mejillas—. Te ves ruborizado.


Ése es su instinto maternal tomando el control y me re asegura que es la mujer perfecta para ser mi esposa y la madre de mis hijos. 


Tomo su mano y la beso.


—Estoy bien. Deja de preocuparte.


Después de que terminamos de comer, sé que la hora de la propuesta se acerca.


Voy por mi tercera copa de vino, pero me advierto porque Paula no aceptará otra propuesta ebria.


No quiero sólo escupir, “cásate conmigo” como lo hice en las Vegas. Quiero ablandarlo y que mejor que traer a colación que me iré pronto.


—Sólo tenemos ocho días antes de que me vaya.


—Odio nuestro estúpido límite de tiempo —dice mientras traga el último trozo de su postre—. Nuestro tiempo juntos siempre es una bomba de tiempo. Lo odio tanto.


—No quiero irme sin ti.


Ella deja su cuchara y se inclina hacia mí.


—Y yo no quiero que te vayas. Punto.


—¿Has pensado en lo que habría que hacer para no estar lejos de nuevo?


—Todos los días —confiesa.


—Yo también. Pienso en ello todo el tiempo. Me consume día y noche. —Y es cierto. No dejo de pensar en ello.


—¿Qué has decidido?


Me inclino por la mesa y tomo su mano.


—No quiero vivir sin ti.


—Yo tampoco, ¿pero cómo sugieres que hagamos que esto funcione? —No puedo decir si ella está insinuándome que le haga la propuesta o realmente no tiene idea.


Paso mi pulgar por la caja en mi bolsillo. ¿Es ahora el momento adecuado para decirle que haremos que funcione si nos casamos y decirle que mande al infierno todo esto? ¿Qué lo averiguaremos en el camino? No tengo idea, pero tomo la caja y la saco de mi bolsillo. La sostengo bajo la mesa, jugando con ella.


—Tengo algo en mente.


Estoy por ubicarlo en la mesa frente a ella cuando un hombre se acerca a la mesa y nos interrumpe. 


Demonios. 


Esperé a propósito a después del postre así esto
mismo no sucedería.


—¿Srta. Chiara Alfonso?


Éste no es un mesero o un empleado. Él no sabría su nombre de escenario.


Paula lo mira.


—Sí.


Un flash ilumina su rostro mientras él toma varias fotos con su enorme cámara.


—¿Puedes comentar para las Noticias del Country cómo se siente trabajar en la industria de la música con Jake Beckett como tu padre?


Shock y horror, ésas son las expresiones en su rostro.


—¿Qué acabas de decir?


Su cámara cuelga de su cuello y él levanta un instrumento de grabación frente a ella.


—Srta. Alfonso, ¿su padre consiguió su trabajo en Southern Ophelia?


Paula mira de mí al hombre.


—No sé quién eres, pero no responderé ninguna de tus preguntas.


Sigue acercándole el grabador.


—¿Crees que el éxito de Southern Ophelia tiene que ver con quién es tu padre?


Me levanto y me ubico entre ellos. No hay espacio entre nosotros cuando lo miro.


—Ella dijo que no quiere responder tus preguntas. Vete. Ahora.


Se va pero no sin antes sacar más fotos y comentar.


—Es asombroso lo mucho que se parecen, Srita. Alfonso. Los fans lo amarán.


No dice nada de inmediato. Creo que necesita un minuto para absorber lo que esto significa, así que se lo concedo. 


Una vez que parece haberlo entendido en su mente, me mira.


—Esto cambia todo. Nadie me verá ahora como Chiara Alfonso. Para el mundo, sólo soy la hija de Jack Beckett.


—Southern Ophelia no está donde están porque usaste su nombre. Tú y la banda ganaron su éxito sin colgarse de él. La gente lo verá.


—No lo creo. Necesito llamar a mi mamá… y a mi papá.


Bueno, allí va mi oportunidad de soltar la pregunta esta noche.


—Hola, mamá. ¿Estás en casa? —hace una pausa—. Estaré allí en veinte minutos.






No hay comentarios:

Publicar un comentario