miércoles, 8 de junio de 2016
CAPITULO 150
Este es un momento sin precedentes. Estoy despierta antes que Pedro Henry, estudiando su figura mientras duerme —es una muy buena— pero eso no es lo que hace de esta mañana una nueva experiencia. Me despierto a su lado con él como mi marido.
Guau. Lo hice. Me casé con un hombre que me hizo la proposición hace un año, pidiéndome que fuera su pareja durante tres meses. Su idea de nosotros como pareja derivó en algo muy diferente en ese entonces, una oferta de sexo sin compromiso durante un momento de mi vida.
¿Traducción? Estuve de acuerdo en ser su puta. Allí está, lo admito, y fue la mejor decisión que he tomado independientemente del tipo de etiqueta que le pusimos a ello. Ahora él es mi esposo —por siempre mío— y no podría ser más feliz.
Ninguna número catorce para él. Nunca.
Empezamos como extraños —como la mayoría de las parejas lo hacen— pero nuestro comienzo fue mucho más complicado. Esa simple palabra me hace reír cada vez que la escucho o la digo ahora. No hay un momento en que no recuerde el peculiar control del que mi esposo presumía cuando me dijo que era un hombre que no se complicaba. Maldita sea, siempre estuvo equivocado. Volteé su mundo de cabeza. Saber que tengo ese poder sobre él me hace sentir invencible. Y adorada.
Algunos considerarían nuestro comienzo en este torbellino como uno pervertido. Incluso así lo hice en un principio, pero después nos convertimos en mucho más de lo que cualquiera de nosotros tenía la intención que fuera. Ahora somos el Sr. y la Sra. Pedro Henry Alfonso y este es el inicio del resto de nuestras vidas. Estamos disponiendo del mundo para escribir nuestra propia historia, sobre una piedra, nunca en arena.
Observo el rostro de mi marido y veo el aleteo de sus ojos debajo de los párpados, una clara indicación de que está soñando, y me pregunto lo que ve un hombre como él cuando está en lo más profundo del sueño. Sea lo que sea, no lo quiero interrumpir, así que me deslizo lentamente hasta el borde de la cama y pongo mis pies sobre el suelo de la suite del avión.
Miro por encima de mi hombro para asegurarme de que no he perturbado su sueño —y él está inmóvil— así que me levanto cuidadosamente de la cama con la agilidad de un ladrón en la noche.
Cuando he terminado en el cuarto de baño, regreso a la cama y repito el mismo movimiento de reversa. Estoy muy satisfecha conmigo misma porque me las he arreglado para deslizarme en la cama al lado de Pedro sin despertarlo. Pero luego me doy cuenta de que estoy disfrutando de mi logro prematuramente. De repente se levanta, inmovilizándome debajo de él, con una enorme sonrisa en su rostro.
—Buenos días. —Desciende su boca sobre la mía mientras su sonrisa se hace más grande, un dulce beso sólo en la superficie de mis labios—. Mi esposa. —Coloca su frente contra la mía—. Sabes… creo que me gusta cómo suena eso.
—Es mejor que ames el sonido de eso.
—Hmm. Tal vez le tomaré cariño a eso con un poco de tiempo.
Empujo el pecho de Pedro Henry y rodamos, así que estoy sobre él.
—Y tal vez te encariñes conmigo. —Bajo mi boca hacia la suya lo más cerca posible sin que nuestros labios se toquen—. Si lo intento muy, muy duro.
Muevo mis rodillas a cada lado de sus caderas y lentamente me presiono contra él. Sus manos se deslizan por mis muslos hasta que llegan a mi cintura.
—Creo que algo ya podría estar creciendo en ti. Realmente duro.
—Tú y esa boca tuya, Sr. Alfonso.
—Te encanta esta boca mía, Sra. Alfonso, junto con todo lo que te hace. —Me ha dicho eso antes.
Desliza sus manos por ambos costados de mi cuerpo desnudo y luego nos da la vuelta rápidamente, así que estoy sobre mi espalda de nuevo. Su boca inicia un viaje hacia mi cuello y deja un rastro de besos húmedos en su camino hacia abajo, hasta llegar a mi ombligo.
—Y esta lengua mía. Tampoco olvides lo mucho que amas lo que te hace.
La mete dentro de mi ombligo y enlazo mis dedos en su cabello antes de arrastrar mis uñas a través de su cuero cabelludo.
—Nunca podría olvidar tu lengua altamente talentosa. O lo bien que me hizo sentir ayer por la noche.
Me mira y sonríe.
—¿Nuestra noche de bodas fue todo lo que esperabas que fuera?
No puedo creer que piense que tiene que preguntarlo.
—Fue perfecta, todo lo que soñé además de muchísimas cosas más que no podría haber imaginado. No sabía que podía ser tan feliz.
—Lo de anoche superó todas mis expectativas. —Entrelaza sus dedos y los coloca sobre mi vientre antes de apoyar su barbilla encima de ellos—. Fue el mismo acto físico que hemos compartido innumerables veces, pero nunca me imaginé que se sintiera tan diferente como marido y mujer. —Paso mis dedos nuevamente por su cabello, pero estoy sin palabras. Creo que está esperando una respuesta pero no puedo darla porque mi corazón se siente como si fuera a explotar por el amor que le tengo a este hombre—. Vamos, P. Me estás haciendo sentir malditamente cursi ya que no estás diciendo nada.
Le hago una seña para que se acerque y acaricio sus mejillas una vez que estamos frente a frente.
—Tienes razón. Fue un nivel de intimidad que nunca hemos compartido y no podría sentirme más conectada a ti.
Mete ambos lados de mi cabello detrás de mis orejas, antes de presionar su frente con la mía.
—Tú eres mi mundo y haré cualquier cosa para hacerte feliz.
—Tú. Eso es todo lo que se necesita para hacerme sonreír.
Acaricia mi cuello y siento la barba recién crecida en su barbilla.
—Tu rostro estaba suave ayer en la boda. No puedo creer que ya tengas la barba tan crecida.
Se estira y acaricia la barbilla con su mano.
—¿Está demasiado áspera para ti?
—No. Me gustas con barba incipiente. Es sexy. No me importaría que creciera un poco.
—Pero sólo una barba muy ligera, ¿no? ¿Nada tan grueso como lo que tenía hace unos meses?
Nunca lo he visto con la barba muy crecida.
—No sabía que te creció la barba.
—Caí en una depresión y en cierto modo me dejé llevar por un tiempo cuando cierta dama sin nombre me dejó sin decir una palabra.
No es el único que pasó un mal rato.
—También estuve deprimida pero no me creció una barba. Quité los reflejos de mi cabello, los rayos más claros no parecían ir bien con la oscuridad que sentía.
—Cuando mi barba creció, encontré reflejos en ella. —Apunta hacia su sien—. Y varios aquí a cada lado.
Agarré su rostro y lo giré hacia un lado para ver mejor.
—¿En serio?
—Sí. Grises. —Se ríe—. ¿De verdad eres ajena al hecho de que te acabas de casar con un hombre viejo?
Giro nuevamente su rostro, por lo que lo estoy mirando.
—Tienes treinta. Eso no es ser viejo. ¿Entiendes?
Juguetonamente frota su nariz contra la mía, dándome un beso esquimal.
—Tu desaparición me hizo pasar un infierno, así que te culpo por darme mis primeras canas.
Frota su nariz a lo largo de mi cuello.
—¿Eso significa que no tendrás ninguna más ya que nunca voy a dejarte de nuevo? ¿Incluso si me lanzas sobre mi trasero?
—Lo siento. Me temo que es inevitable. Heredé el cabello de papá y él era en su mayoría sal con un poco de pimienta a los cuarenta y cinco. Eso no te deja muchos años con un marido de apariencia joven.
Me estoy imaginando a Pedro Henry con cabello gris en lugar de casi negro. Estoy segura de que va a ser como Richard Gere y simplemente va a mejorar su aspecto con la edad.
—¿Así que cuando la gente nos vea en diez años va a pensar que soy una dulce jovencita del brazo de su dulce padre?
Se está riendo.
—No, verán nuestro enjambre de mini-Paulis zumbando a nuestro alrededor y sabrán que fui lo suficientemente inteligente como para hacerte mía mientras todavía era joven y tenía una oportunidad contigo.
—¿Exactamente cuántos niños hay en ese enjambre?
Con sus labios a un lado de oído, susurra:
—Varios.
No seré distraída por el revuelo que su cercanía provoca en mi ingle.
—“Varios” es un número que puede variar un poco dependiendo de con quién estás hablando.
Sus dedos se entrelazan a través de la nuca de mi cabello y frota su pulgar en ese punto debajo de mi oreja.
—Una vez me dijiste que te veías con tres.
—Tres son unos pocos, no varios.
—Lo sé, pero me gustaría persuadirte para tener más. —Pasa su nariz a lo largo de mi cuello de nuevo y siento su aliento cálido sobre mi piel. Sabe lo mucho que eso me excita—. Y me gustaría persuadirte para empezar con el primero justo ahora.
Él no quería una esposa o hijos cuando nos conocimos. En algún lugar de la teoría de mi futuro, quería un marido —el cual ahora tengo— pero me gustaría esperar por los niños. Quiero disfrutar de nosotros antes de añadir un bebé a la mezcla.
—¿Por qué estás tan ansioso? Aún no hemos estado casados por un día completo. ¿No quieres tiempo para nosotros? —Rueda sobre su espalda y se queda mirando al techo—. ¿Qué pasa contigo y tu prisa por comenzar a tener hijos de inmediato?
Suspira y se gira hacia un lado, así que estamos enfrente el uno del otro.
—El lado de la familia de papá tiene un historial significativo de enfermedades y ataques del corazón. Él tiene cincuenta y cinco y ya ha tenido su primer incidente. Su hermano no tenía ni cincuenta cuando tuvo su primer ataque al corazón. Tengo miedo de que eso me vaya a pasar en veinte años, así que siento que esperar para empezar nuestra familia es una pérdida de tiempo que podría estar pasando con nuestros hijos mientras aún estoy joven y saludable.
Esta es la razón por la que él esperaba que estuviera embarazada. Tiene miedo de morir joven. No tenía idea de que tuviera ese miedo contenido dentro de él.
—No sabes si tendrás ese tipo de problemas.
—Tampoco sabes si no los tendré. —Alcanza la parte de atrás de mi cuello y acerca mi rostro al suyo—. Prométeme que lo pensarás.
Este hermoso hombre quiere crear vida conmigo, gente pequeña que se parezca a nosotros.
¿No es eso lo que me dijo una vez que vio cuando se imaginó su futuro conmigo? Quiero que él tenga todo lo que su corazón desea —y eso es algo que solo yo puedo darle— ¿así que cómo puedo no pensar en ello?
—Lo pensaré. Te lo prometo.
—Gracias. —Besa mi boca muy amorosamente. No es urgente como lo son la mayoría de nuestros besos. Es dulce, y me hace sentir tan querida—. Te amo mucho, P.
—Y yo te amo, pero necesito que me prometas que compartirás estos temores y preocupaciones. Soy tu esposa y quiero saberlo todo. Tus esperanzas. Tus sueños. Y sobre todo tus miedos. —Necesita ver que no debería esconder estas cosas de mí.
Toca con su dedo la punta de mi nariz.
—Tú. Tú eres de lo que están hechos mis sueños y esperanzas.
Lo atraigo de nuevo encima de mí.
—Sabes exactamente qué decir para entrar en las bragas de una chica.
Pasa sus manos por cada lado de mis desnudas caderas.
—Creo que sería necesario que estuvieras usando ropa interior para que me metiera en ellas, pero no la estás usando, Sra. Alfonso.
—Oops. —Me tapo la boca con los dedos—. Tienes razón. El Sr. Alfonso me la quitó hace horas.
—Nunca te las pusiste de nuevo y ahora estás debajo de mí, completamente desnuda.
Levanto mis piernas y lo aprieto cerca.
—Por una buena razón. Un acceso más fácil.
Frota la parte posterior de mis muslos, apretándolos.
—Un acceso más fácil. Me gusta eso. Deberías ir sin ropa interior todo el tiempo.
—Tal vez lo haré.
Pedro Henry toma posesión de mi boca mientras bajo mis manos por su espalda hasta que tengo las manos llenas con su perfecto culo.
—Me encanta tu… trasero.
Se mueve desde mi boca hacia un lado de mi rostro y luego hacia el lugar especial debajo de mi oreja.
—Mi trasero, ¿eh? —Su voz es un susurro entrecortado—. ¿Mi mujer yanqui se está convirtiendo en australiana tan pronto?
—Quizás. —Su boca se desliza por mi cuello—. Probablemente. No veo ninguna razón para luchar contra ello ya que estoy aquí para quedarme.
Siento una caída repentina de la altitud del avión. Pedro Henry levanta la cara para mirarme, pero no parece alarmado.
—Creo que estamos descendiendo. —Se inclina para tomar su teléfono de la mesita de noche—. Maldita sea. El vuelo está justo a tiempo.
La voz de un piloto llega a través del altavoz de arriba.
—Estamos empezando a descender en Maui, así que nuestro vuelo estará aterrizando en el horario previsto en aproximadamente quince minutos. Ha sido un placer servirlos, Sr. y Sra. Alfonso. Parece que tendrán un buen clima durante su luna de miel. Maui actualmente está soleado, a veintiún grados centígrados con un máximo de veintiocho grados para el día de hoy.
Pongo mi cara enfurruñada.
—Sólo quince minutos.
—Lo sé. No es tiempo suficiente para hacer lo que quiero hacerte. Y todavía tenemos que vestirnos y estar en nuestros asientos para el aterrizaje. —Me da un último beso—. Tendremos un montón de tiempo para hacer todo lo que queramos una vez que estemos en tierra. Estaremos aquí todo el tiempo que queramos.
Me besa castamente y se levanta. Está desnudo, de espaldas a mí mientras se para, buscando dentro de la maleta un cambio de ropa. Me tomo unos segundos para admirar su físico. Es tan hermoso. Y todo mío.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario