miércoles, 4 de mayo de 2016
CAPITULO 36
Entro en mi auto y comienzo a conducir a Lovedale para poder encargarme de los problemas en el Viñedo Marguerite. Mientras esté ahí, hay otro asunto que tengo
que atender. Es personal, y su nombre es Adriana Bagshaw.
Uso el comando de voz para llamar a la única persona en quien puedo confiar con este problema.
—Llama Jim Callaghan.
Hay varios timbrados antes de que conteste.
—Investigaciones Callaghan.
—Jim, soy Pedro Alfonso. —Nos saludamos educadamente, pero ambos sabemos que no estoy llamando para saber cómo está, así que corto la mierda—. Tengo un trabajo para ti. Entiendo que es con poca antelación, pero necesito que
encuentres a alguien por mí rápido.
—Por supuesto, Sr. Alfonso. Sabe que siempre estoy contento de ayudarlo en cualquier forma que pueda.
Quiere decir que siempre está dispuesto a que se le pague una generosa suma, pero no me importan sus motivos. Él consigue los resultados más rápidos que a mí me gustan y siempre mantiene el trabajo que hace para mí en forma secreta.
—Perfecto. Su nombre es Adriana Bagshaw y vive en Lovedale. Ahí es donde estaré por los siguientes tres días y quiero verla mientras esté en la ciudad. Hay unos mil extra para ti si puedes localizarla para mí esta noche.
Le transmito la información que tengo y me asegura que estaré reunido con la acompañante número tres dentro de las siguientes doce horas si la encuentra todavía viviendo en Lovedale.
Es tarde cuando llego a Marguerite, y todo aparenta ser negocios como siempre, pero sé que este no es el caso en absoluto. Hay mierdas malévolas en marcha aquí.
Primero, estuvo el intento de quemar las cosechas en Chalice y ahora alguien ha envenenado una sección de Marguerite. El daño en ambos viñedos ha sido mínimo, pero el intento detrás de la acción es lo que me perturba.
¿Alguien está tratando de arruinarme o de alejarme de Avalon?
Mi capataz, Alfredo, me saluda en la entrada. Es un regordete y redondo italiano con un talento para el vino que sólo compite con el de mi padre.
Mientras vamos hacia el área donde la cosecha está atrofiada y arrugada, Alfredo me informa de los problemas. Detiene el todo terreno enfrente de una vid dañada
y camina hacia ésta. Toma las hojas en la mano.
—Le digo, es envenenamiento por glifosato, Sr. Alfonso.
No tengo que inspeccionar más porque él está en lo correcto. Lo he visto antes.
—Tienes razón, Alfredo.
—Nosotros no usamos glifosato aquí. Esto fue traído y hecho a propósito.
—Sí, estoy de acuerdo.
—No sé quién lo haría, Sr. Alfonso. Nadie que trabaje aquí tiene un problema con usted.
Parece nervioso, como si pudiera culparlo ya que es el capataz del viñedo, pero sé que no es el responsable.
—Esto no fue culpa tuya, Alfredo. Es sabotaje, pero no creo que sea de alguien de Marguerite. Hay otra parte involucrada y pretendo descubrir quiénes son y qué esperan lograr.
Él me lleva para que podamos inspeccionar las vides dañadas. Es un área mucho más grande de lo que esperaba y me pregunto si hay un daño que no veamos aún.
De ninguna manera es una cosecha arruinada, pero es un serio intento de arruinar mi sustento. Con este segundo sabotaje, estaré forzado a poner a las otras viñas en alerta. Necesitaré personal adicional para vigilarlas y patrullarlas hasta que sea tiempo de cosecha. El personal extra en marzo será un enorme gasto.
Puede que la parte responsable no haya logrado lo que se disponían a hacer, pero lograron bastante al tener a mis bolsillos como blanco.
Cuando termino de inspeccionar los campos, Alfredo me lleva de vuelta a la casa.
Se siente solitaria. No tengo a Daniel o a la Sra. Porcelli conmigo en este viaje ya que sólo voy a quedarme por unos días, pero eso no es lo que extraño. Ya me he acostumbrado a tener a Paula conmigo.
No podía pedirle que viniera porque planeo visitar a Adriana.
A pesar de los términos sobre nuestra relación, no esperaría que ella respondiera bien a ser dejada en la casa sola mientras yo estoy con una acompañante anterior.
No he estado en la viña Marguerite en meses, así que la casa ha estado libre y encuentro la cocina vacía. No veo el punto en viajar al supermercado ya que no tengo a la Sra. Porcelli aquí para cocinar, así que soy reducido a comer solo, lo cual odio.
Los restaurantes de Lovedale no son formales, pero decido cambiarme para cenar.
Todo lo que encuentro en el guardarropa son pantalones y camisas de vestir.
Nada de jeans o camisetas. Ése es el problema de no tener una casa permanente.
Nunca sé qué necesito y dónde.
Voy a mi restaurante favorito en Lovedale y soy escoltado hacia el fondo del restaurante. Estoy sentado en una de las mesas que he compartido con Adriana muchas veces durante nuestra relación de un mes hace más de tres años. Estoy examinando la selección de vinos cuando suena mi teléfono. Es Jim. Perfecto.
Espero que tenga buenas noticias para mí.
—Pedro Alfonso.
—Sr. Alfonso, lo estoy llamando con algunas buenas noticias. Parece que la Srta. Bagshaw todavía está viviendo en Lovedale. Tengo su dirección actual y su número de teléfono. ¿Quiere que se los envíe por correo electrónico?
—Envíame por correo la dirección pero dame su número ahora.
—55-7031-3210.
—Gran trabajo. Tendrás tu dinero, junto con los mil extra, en tu cuenta esta noche.
—Gracias, Sr. Alfonso. Como siempre, ha sido un placer hacer negocios con usted.
Sí, ha sido un placer de cinco mil dólares.
Inmediatamente marco el número de Adriana y va al buzón de voz. Yo fui Drake Connelly para ella tres años atrás, pero descubrió mi verdadera identidad así que no hay razón para pretender ser alguien más que yo mismo.
—Adriana, es Pedro Alfonso . Tengo que verte tan pronto como sea posible. Por favor, llama a este número.
Ordeno un merlot y la lasaña y estoy terminando cuando mi teléfono suena. Veo el número de Adriana y estoy feliz de que haya regresado mi llamada tan pronto.
Quizás acceda a encontrarse conmigo esta noche.
—Hola, Adriana.
—Hola, Pedro. Tanto tiempo sin verte. ¿Cómo has estado?
—Estoy muy bien. ¿Y tú?
—He estado mejor, pero creo que ya sabes eso.
—Quiero verte.
—Oh, así que ahora tú quieres verme. ¿Se supone que tengo que ir corriendo porque el gran y todo poderoso Pedro Alfonso ha cambiado de opinión?
Le digo con voz ronca.
—No seas así, Adriana.
Ella duda, pero ambos ya sabemos que estará de acuerdo.
—Bien. ¿Dónde quieres que nos encontremos?
—El lugar de siempre. Te enviaré el número de habitación.
—¿En cuánto tiempo?
No estoy lejos del hotel, pero quiero terminar la cena. No estoy tan ansioso de verla.
—Una hora.
Después de que termino la llamada, le hago señas a mi mesero.
—Necesitaré otro merlot. —Y luego probablemente otro por lo que estoy a punto de hacer.
Tres vasos de vino más tarde, entro al Hotel Armand y le mando a Adriana el número de habitación. Estoy ahí menos de diez minutos cuando la oigo tocar la puerta.
La abro y ella viste un abrigo negro con tacones muy altos.
Ha cambiado su largo y salvaje cabello por un corte de largo medio con flequillo. Lo odio.
—Hola, Pedro.
—Hola, Adriana. —Abro más la puerta—. Por favor, entra.
—Gracias.
Ella me pasa el dedo por el pecho al entrar.
—Por favor, siéntate. —Camino hacia el bar—. ¿Quieres beber algo? ¿Un bourbon, quizás? Creo recordar que ése era tu favorito.
—Recuerdas bien.
Le sirvo su bebida y se lo llevo adonde está sentada en la cama. Lo levanta hacia mí.
—¿Un brindis?
—¿Por qué deberíamos brindar?
—Por las reuniones.
Me siento junto a ella y choco mi copa con el de ella.
—Por las reuniones.
Sorbemos el bourbon y luego ella se pone de pie y pone su vaso en la mesa.
Desata la cintura de su abrigo y lo abre para revelar su cuerpo desnudo debajo.
Camina hacia mí y se para entre mis piernas.
—Te he extrañado tanto, Pedro.
Se inclina para besarme y la detengo poniendo un dedo sobre sus labios.
—No te invite aquí para eso.
Ella intenta subirse a la cama para sentarse a horcajadas de mí y yo la tomo de la cintura.
—Puedo hacerte cambiar de opinión, Pedro. Sabes que puedo.
—No, me temo que no puedes.
Ella cae de rodillas frente a mí y se estira para tomar mi cinturón.
—Sabes qué puedo hacer por ti y lo amas. Sé que recuerdas cuánto amas estar en mi boca.
Trato de apartar su mano, pero su asidero es de acero.
—No, Adriana. Hay alguien más.
Ella se detiene de inmediato, pero su asidero no cede. Está furiosa. Lo veo en sus ojos.
—Nunca habrá nadie más para ti. Soy la única que te conoce, Pedro. —Pone énfasis en mi nombre al decirlo.
—Puedes saber quién soy, pero nunca serás la indicada para mí.
—Esta nueva mujer no sabe tu nombre. Sólo es otra para ti. No le debes monogamia. —De nuevo, ella torpemente manipula mi cinturón—. Tengo razón, ¿verdad? Ella no es nadie especial. Sólo otra de tus falsas relaciones.
He tenido más que suficiente de esto y sólo hay un modo de detenerla.
—Detente, Adriana. —Me inclino hasta que quedamos cara a cara. Ella cree que voy a besarla, pero está equivocada—. Sé que comenzaste el incendio en Chalice.
También sé que envenenaste Marguerite y estoy aquí para darte la cortesía de una advertencia. No jodas conmigo, Adriana.
Ella se sienta sobre sus talones.
—Pedro…
—No quiero oírlo. Vine aquí para hacerte saber que sé qué tramas. Ahora lo he hecho, así que ponte tu abrigo y sal de mi vista. No quiero verte de nuevo.
Ella toma el abrigo del piso y se ajusta el cinturón.
—Te arrepentirás de lo que me has hecho.
—Ya lo hago.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario