miércoles, 4 de mayo de 2016

CAPITULO 34





Por primera vez despierto antes que Alfonso, pero es porque no me siento bien. Trato de volver a dormir por una hora, pero no tengo éxito. Mi cabeza palpita en la base del cráneo y tengo náuseas mientras olas de calor atraviesan todo mi cuerpo. Me quito a patadas las mantas en un fallido intento por ganar un poco de alivio de la incómoda sensación.


Por favor, no vomites.


La urgencia de vomitar se hace cada vez más apremiante. Intento suprimir la exigencia de mi cuerpo, pero mi estómago me traiciona y gana la batalla. Salgo corriendo de la cama al baño y consigo llegar al inodoro justo antes de vomitar.


Trato de mantener el ruido al mínimo, como si bajar el volumen a las arcadas fuese una posibilidad.


Escucho un ligero golpe en la puerta del baño. Mierda. No la cerré con seguro en mi prisa por llegar al inodoro.


—No entres aquí.


La puerta se abre y Alfonso entra a pesar de mi advertencia. Me estiro hacia arriba y tiro de la cadena porque me siento incómoda con él viendo algo de los contenidos anteriores de mi cuerpo. Hay algunas pretensiones que deseo mantener.


—Confía en mí, no quieres ver esto.


—He visto personas vomitando antes. —Tal vez sea así, pero nunca me ha visto a mí.


Él moja un paño con agua fría y lo coloca en la parte de atrás de mi cuello. Toma mi cabello en sus grandes manos y lo sujeta con un broche. Ni siquiera quiero saber cómo aprendió a hacer eso.


—Gracias.


—No hay problema.


Me avergüenza que me vea así.


—Lamento que me estés viendo rendirle culto al dios de porcelana. Sé lo atractivo que esto debe ser, pero en mi defensa, te dije que no entraras.


Él está frotando mis hombros para consolarme.


—Sobreviviré a verte vomitar. ¿Crees que terminaste por ahora?


Esto ha estado sucediéndome desde hace tiempo y conozco la rutina. Una vez que vomito, estoy bien.


—Estoy mejor ahora.


Alfonso me ayuda a volver a la cama.


—¿Crees que comiste algo en mal estado?


—No. Esto me sucede inesperadamente a veces. Tengo un dolor de cabeza durante la noche y cuando me despierto, el dolor es tan malo, que me hace vomitar. Es raro, porque una vez que vomito, estoy bien. El dolor se va y lo mismo ocurre con las náuseas.


—¿Le has contado a tu médico de esto?


—Sí. Me han hecho escaneos y todo parece normal. Mi doctor me diagnosticó migraña.


Él examina mi rostro como si no estuviera tan seguro.


—Creo que deberías acostarte y descansar.


Camino hacia el lavabo para poder lavarme los dientes y discuto con su reflejo en el espejo.


—Estoy bien, Alfonso. Era una migraña y ahora se acabó. Lo prometo.


Me deja terminar de cepillarme los dientes antes de oponerse a lo que estoy diciendo.


—Tengo que salir y comprobar los injertos hoy. Quiero que te acuestes mientras estoy fuera.


No me pasa nada malo, pero esto es lo que él quiere, así que accedo.


—Me acostaré mientras estés fuera, pero que conste en acta que sólo lo haré para hacerte feliz, no porque me suceda algo malo.


Él me mira en el espejo mientras me besa en la mejilla.


—Gracias.


Es ridículo ir a la cama cuando no me ocurre nada malo, pero lo hago porque me lo pide. Escucho la ducha abrirse y considero levantarme para meterme con él, pero sé que eso no tendrá una buena acogida.


¿Por qué estoy tan ansiosa por complacer a este hombre?


Cuando él termina de alistarse, sale del baño y se sienta junto a mí en la cama.


Acaricia mi frente con los dedos y me aparta el cabello del rostro. Toma mi teléfono de la mesita de noche y lo pone en la cama para un fácil acceso.


—Estaré fuera un par de horas, pero tendré mi teléfono conmigo si necesitas cualquier cosa. No dudes en llamar. —Se inclina y me besa en la frente—. Mejórate.


Podría argumentar que no me sucede nada malo, pero no lo hago.


—Claro, jefe.


Cuando se ha ido, tomo mi teléfono y reviso las fotos que nos tomamos anoche.


Él tiene las semidesnudas en su teléfono. Yo tengo las dulces donde él está besando mi rostro, mi boca y mi cuello. 


Me topo con una en la que él está mirándome como si me adorara. Hace que sea muy fácil olvidarse de nuestro acuerdo, pero entonces recuerdo que hay una razón muy lógica de por qué. Él es bueno en este juego porque lo ha jugado antes. En doce ocasiones previas para ser exactos.


Dejo el teléfono y cierro los ojos. Cuando los abro de nuevo, Alfonso está sentado en la cama junto a mí. Levanto la cabeza para ver el reloj. Mierda, son casi las diez en punto; debo haberme quedado dormida.


Él me pasa un vaso de jugo de naranja.


—¿Te sientes mejor?


Es tan considerado. Me siento y tomo un trago.


—Sí. ¿Puedo salir de la cama ahora, Dr. Henry?


—Supongo que puedes, pero resulta que me gustas en mi cama.


—A mí también, pero no es divertido aquí sin ti.


Él sonríe y besa la parte superior de mi cabeza.


—Deja que te prepare el desayuno. ¿Te apetece un bagel con queso crema o un poco de queso crema en un bagel?


—Hmm... creo que me quedaré con el bagel con queso crema.


—Buena elección. Ven a la cocina después de alistarte y lo tendré en la tostadora esperando por ti.


No le pregunté a Alfonso qué íbamos a hacer hoy, así que me ducho y luego me visto con unos shorts de jean, una camiseta sin mangas y sandalias.


Entro a la cocina y según lo prometido, hay un bagel en la tostadora. Alfonso me ve caminar hacia la cocina y lo mete rápidamente.


—Ahora eso es lo que yo llamo servicio. —Camino hasta donde él está parado y pongo mis brazos alrededor de su cintura—. ¿Me vestí bien?


—¿Para qué?


—¿Para lo que sea que vamos a hacer hoy?


Desliza sus brazos alrededor de mi cintura y me aprieta.


—Voy a estar muy ocupado en los próximos días. Pensé que podríamos pasar el rato aquí y tomarlo con calma. ¿Te importa?


—No. Para nada. —Pero sé por qué él no quiere salir de casa. Está preocupado por lo que sucedió en la mañana. Por mí. Estoy bien, pero no creo que lo convenza de eso. Es realmente una lástima verme obligada a permanecer a su alrededor todo el día. Claro.







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