miércoles, 22 de junio de 2016

CAPITULO 192




Día cuatro. No pensé que estaría tan cansada de esto tan rápidamente pero así es. No quiero quedarme aquí más tiempo. Quiero volver a casa, en Avalon. Anoche lloré como un bebé luego de que finalmente Pedro Henry se fuera a dormir porque no quería que me viera.


He estado aguantando, mostrando un exterior fuerte, porque no quiero que él o Margarita vean mi debilidad y lo confundan con egoísmo.


Puedo ver cómo alguien podría estar aquí y volverse depresivo. Quizás eso es lo que me está pasado ahora, pero seguiré haciendo lo que tenga que hacer por este bebé y rezaré que las membranas se hayan retirado.


Espero muy nerviosa, acostada hacia abajo en una cama de clavos, a la vez que contengo la respiración esperando el veredicto.


—Paula, no veo la hinchazón. Creo que podemos programar la cirugía y hoy realizarte el cerclaje.


¡Aleluya! Quiero saltar de la cama y dar volteretas por el pasillo.


Pedro Henry me aprieta la mano y se inclina para besarme.


—Sabía que lo lograrías. Nunca dudé por un segundo.


Las cosas se mueven rápidamente, preparándome para la cirugía, y estoy nerviosa. No… más bien como petrificada. 


Todavía hay riesgos con este procedimiento, así que aún no
estamos fuera de peligro. Pero el diagnóstico ha mejorado mucho del de hace cuatro días.


Mi enfermera quirúrgica y anestesista entran a la habitación para llevarme al quirófano.


Pedro Henry se ve tan asustado como lo estoy yo.


—Vas a hacerlo perfecto y la Dra. Sommersby va a cuidar bien de ti. Estaré esperando aquí. —Se agacha y me besa en la boca—. Te amo, P.


—También te amo.


Estoy siendo llevada por el pasillo marcha atrás, las luces fluorescentes parpadean mientras nos movemos debajo de ellas. Es desorientador moverse en la dirección equivocada y el parpadeo no ayuda. Es nauseabundo.


—No me siento bien.


La cama se detiene y un paño es colocado sobre mi rostro.


—Cierra los ojos y no mires las luces de arriba. —Recuerdo a las enfermeras diciéndome que les notificara inmediatamente si sentía náuseas. Vomitar podría causar que mis membranas se hincharan aún más o posiblemente se rompieran—. Concéntrate en tu respiración, respira lenta y profundamente. Casi hemos llegado. —Siento que algo es colocad en mi mano—. Esto es un paño con alcohol. 


Huélelo. Ayudará a que las náuseas pasen.


Lo llevo a mi nariz e inhalo profundamente. Milagrosamente, ayuda. Ojalá hubiera conocido ese truco hace un par de meses.


El aire frío de la sala de operaciones me golpea en el segundo que soy llevada dentro y mi cuerpo tiembla involuntariamente antes de que haya tenido la oportunidad de enfriarme.


Mis dientes se aprietan con fuerza y una rigidez me causa temblores.


—Tengo algunas mantas calientes una vez que te traslademos.


Soy deslizada con las sábanas y una camilla a una mesa en medio de la sala. Luces brillantes iluminan directamente mi entrepierna. Los estribos esperan, y estoy bastante segura de que sé lo que sigue. Estaré abierta para que todos en la sala vean. Qué humillante. Espero que primero me duerman.


Alzo la mirada y veo al revés el rostro de la enfermera anestesista poniendo la máscara de oxígeno en mi boca y nariz.


—Sra. Alfonso, solo un poco de aire fresco para usted. —Un momento más tarde la mujer parada a mi lado dice:
—Voy a darle algo vía intravenosa para hacerla dormir.


—Está bien.


Y todo se pone negro.








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