domingo, 22 de mayo de 2016

CAPITULO 93





Claudio me da esa mirada la mayor parte del tiempo mientras tocamos, y estoy bastante segura que no necesito que nadie traduzca su significado. Me recuerda lo que una vez vi en los ojos de Pedro Henry; una advertencia de lo que se avecinaba.


Todavía recuerdo la forma en que podía hacerme temblar cuando veía esa expresión en él. Deseaba todas las cosas que mi sexy australiano me tenía reservadas. Y todavía lo hago. Desesperadamente.


No estoy siendo justa con Claudio. Él no merece lo que le hecho pasar los últimos meses. Es un tipo dulce y es tan bueno conmigo. Ha sido increíblemente gentil y comprensivo en lo que respecta a Pedro Henry. Incluso dijo que está dispuesto a esperarme, pero esta noche hay algo diferente en sus ojos. Es un fuego y es nuevo. Lo considero una advertencia de que él podría cambiar de opinión sobre esperarme pacientemente para que supere a un hombre al que nunca volveré a ver. 


O al que nunca dejaré de amar.


Terminamos el show y la banda se dirige al backstage hacia el salón. Estoy exhausta cuando caigo en el sillón. Sólo quiero regresar al hotel, ducharme y arrastrarme a la cama para poder dormir por un año; o hasta que el dolor en el
corazón me haya abandonado. Pero no puedo. Claudio quiere hablar y no hay forma de que permita que esta conversación suceda en cualquiera de nuestras habitaciones de hotel.


Se sienta junto a mí en el sillón y me descubro a solas con él. Se estira para tomar mi mano y la toma dentro de la suya mientras su pulgar acaricia la parte superior del mío.


—Quiero hablar sobre lo que está sucediendo entre nosotros.


Tiene razón. Tenemos que hablar sobre lo que sea que sea esto. Necesito decirle que no vamos a suceder, así que es correcto que lo sepa antes de que tenga una oportunidad de decir demasiado.


—De acuerdo, pero necesito hablar primero.


La mano de Claudio suelta la mía y la mueve hacia mi rodilla. 


Comienza a frotarla como Pedro Henry lo hacía cuando nos sentábamos en el sofá y charlábamos. Me descubro cerrando los ojos para poder pretender que es la mano de mi
cavernícola la que siento; no la de Claudio.


—Ya sé lo que vas a decir y por eso quiero hablar primero. Necesito decirte cómo me siento antes de que tengas la oportunidad de rechazarme.


Eso lo confirma. Está a punto de avanzar.


—Sé que no lo has superado. No soy estúpido. Pero realmente creo que puedo hacer que lo olvides si tan sólo me permites intentarlo. —Sube más la mano por mi muslo y gira el cuerpo para enfrentarme—. ¿Sería tan difícil dejarme entrar?


¿Sería tan terrible si dejaras ir todo tu dolor y encontraras la felicidad conmigo?


Eso es lo que quiero, ser feliz de nuevo, y dormir una noche entera sin verlo en mis sueños. En mis fantasías de ensueño, él toma mi rostro con sus manos preguntándome si quiero intentar que las cosas funcionen. Entonces despierto y mi corazón se rompe una vez más. Es un ciclo vicioso y sin importar cuánto lo intente, no puedo hacer que se detenga.


No digo nada, porque no puedo, y Claudio no deja de rogar por su caso.


—Aquellos que no pueden olvidar el pasado están condenados a revivirlo. Eso es lo que te está sucediendo, y tiene que parar. Tienes que dejarlo ir. Han pasado tres meses. Él está en Australia y tú estás aquí. El bastardo ni siquiera ha hecho un intento de llamarte. —Él se estira para tomar mi rostro y su pulgar atrapa la solitaria lágrima que rueda por mi mejilla—. Quiero ser la calma en tu tormenta, no el naufragio que te hunde. Eso es lo que él es para ti.


Toma mi rostro y se inclina hacia adelante para besarme. Se lo permito porque estoy tan desesperada por sentir algo aparte del dolor que me consume día y noche. Me ahoga y muero un poco cada día.


Los labios de Claudio son suaves y su beso es gentil. No hay nada demandante en él. O estimulante. Y es en ése momento que soy tragada por el miedo de jamás poder encontrar un hombre que me haga sentir como lo hacía Pedro Henry.


La puerta del salón se abre y PJ entra. Me aparto de golpe, avergonzada de ser atrapada besando a Claudio. Él se detiene y luce sorprendido.


—Lo lamento. Quizás debería haber tocado pero no tenía idea de que iban a estar besándose.


—No hay problema. Todos compartimos este salón. No tienes que golpear. —No sé qué más decir.


Él me ofrece una rosa roja.


—Tienes un admirador.


Tomo la rosa y la llevo a la nariz. Que te den un ramo de flores no es inusual después de un show, pero nunca antes me habían dado una sola rosa. Parece tan íntimo.


—¿Un fan, supongo?


—Encontré a este tipo parado afuera de la puerta mirando aquí dentro recién. Le pregunté quién era, pero no lo dijo. Sólo me dijo que te diera la rosa y esta guitarra. Oh, y que te dijera que disfrutó el show; que estuviste malditamente fantástica. —Pone el estuche a mis pies y el mundo alrededor de mí comienza a girar demasiado rápido.


Es mi Martin. Eso sólo puede significar que Pedro Henry estuvo aquí. Justo fuera de esta puerta, la puerta entreabierta, mientras Claudio me besaba.


Me levanto del sillón de un salto y corro por el pasillo, llamándolo como una loca.


—¡Pedro Henry! ¡Pedro Henry!


No tengo idea de hacia dónde ir, pero corro hacia el auditorio. Está vacío excepto por el personal de limpieza, así que corro hacia el vestíbulo y hacia la calle donde ruego encontrarlo de pie en la vereda.


Hay una tormenta y las gotas de lluvia que caen con fuerza arden cuando golpean mi rostro. Estiro las manos para alejar mi cabello mojado de los ojos y ahí es cuando lo veo. Está subiéndose a un taxi más arriba en la calle.


—¡Pedro Henry! —grito a todo pulmón, pero no me oye. Está demasiado lejos—. ¡Pedro Henry!


Corro hacia el auto gritando su nombre y llego al taxi cuando éste se va. Golpeo la tapa del baúl con tanta fuerza como puedo antes de observarlo alejarse, alejándolo de mi vida una vez más.


—¡Nooo! —grito con tanta fuerza, que mis cuerdas vocales tienen un espasmo.


Caigo de rodillas allí en el frío y mojado concreto. Intento gritar y, una vez más, nada sale porque me han robado el aliento.


Por favor, no te vayas. Por favor, no te vayas de mi vida para siempre .


El taxi se mueve por un momento pero luego veo las borrosas y brillantes luces rojas a través de la lluvia torrencial contra mi rostro y el pesado lente de las lágrimas que cubre mis ojos. Las luces de freno del taxi. El auto se ha detenido, como yo; y luego veo abrirse la puerta trasera.


Es mi Pedro Henry.





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