domingo, 22 de mayo de 2016

CAPITULO 94





Sale del taxi y se para en la fuerte lluvia mirándome. No sé cómo, porque mi cuerpo se ha convertido en papilla, pero me pongo de pie y corro hacia él. Lo inmovilizo contra la puerta abierta cuando lo abrazo y aprieto los brazos con fuerza, usando toda la que puedo rendir. Mis rodillas están demasiado débiles para pararme en sus brazos sin caerme. 


Entierro el rostro contra su cuello e inhaló su aroma. Aquí es donde quiero estar para siempre; en los brazos de Pedro
Henry.


—¿Te quedas o te bajas, amigo? —Oigo la voz del conductor exclamar desde el interior.


Pedro Henry no responde y aflojo el apretado asidero en él para poder mirarlo a los ojos. Le toco el rostro porque no puedo creer que sea real.


—Tienes un poco de barba. Casi. Me encanta. Es sexy.


Cuando tomo su rostro entre las manos, me preocupa lo que veo. Éste debería ser el momento más feliz de nuestras vidas, lo es para mí, pero su expresión me deja con una sensación diferente. 


Algo no está bien.


—¿Qué sucede?


Su rostro muestra dolor.


—Tenemos que hablar.


Por supuesto que necesitamos hablar, pero su tono me pone incómoda. Si voy a ser honesta, me asusta como la mierda porque suena tan ominoso.


—De acuerdo.


—¿Necesitas regresar a buscar tus cosas?


—Sí. Pero sólo tomará un minuto. —Tomo su mano porque no quiero estar lejos de él siquiera por un segundo. Temo que desaparezca—. Quiero que vengas conmigo.


Él se inclina dentro del taxi.


—Me quedo —le dice al conductor antes de cerrar la puerta.


Aprieto su mano con fuerza mientras caminamos hacia la entrada del auditorio.


Estoy segura de que vio a Claudio besarme. ¡Mierda! 


Probablemente piense que lo superé. Pero se lo explicaré. 


Le haré ver que siempre será el único para mí.


Cuando llegamos a la puerta del salón, se detiene.


—Creo que es mejor si me quedo aquí afuera.


Sí. Definitivamente vio a Claudio besarme.


—No tardaré mucho.


Atravieso la puerta del salón y Claudio todavía está sentado en el mismo lugar en que lo dejé. No tengo idea de qué decirle. Ha pasado los últimos dos meses siguiéndome pacientemente en la forma más dulce. Va a ser doloroso para él por un tiempo, pero mi corazón sabe que es la única manera. Él merece ser todo para alguien, no estar en segundo lugar de un hombre al que nunca podría dejar de amar.


Me siento junto a él para explicarle, porque es un amigo y siento que se lo debo, pero él ya lo sabe. Lo veo en su rostro.


—Él eligió venir por ti la noche en que yo planeaba hacer mi gran avance.


Asiento porque no puedo responder. Claudio me ama y ha sido tan bueno durante los últimos dos meses. Es doloroso herirlo así.


Sus antebrazos están apoyados en sus muslos cuando se inclina hacia adelante, mirando el suelo.


—Está bien. Mereces ser feliz. Pero seguro desearía que él hubiera venido antes de que yo tuviera la oportunidad de enamorarme de ti.


Maldición. ¿Por qué tiene que ser tan duro?


—Lo lamento. Honestamente no tuve intención de que esto sucediera.


Él continúa mirando el suelo y sospecho que es porque no quiere que vea las lágrimas en sus ojos.


—Lo sé, y no es tu culpa. Eres demasiado fácil de amar. Me dijiste desde el principio que no pensabas que pudieras amar a nadie más después de él. Ahora nunca tendrás que intentarlo.


Quiero decirle que se merece mucho más que yo y asegurarle que encontrará a la que le dé todo el amor que merece, pero no está en un lugar donde esté listo para oír eso.


—Tengo que irme, Claudio.


—Por supuesto que sí. —Me mira. Tenía razón. Tiene enormes lágrimas en los ojos y mi corazón se rompe por él—. No te olvides de que el bus parte mañana a las nueve en punto.


¿Él teme que yo no regrese?


—Estaré ahí. —Levanto mi Martin y la pongo en el sofá junto a él—. ¿Puedes pedirle al equipo que se asegure de que esto llegue al bus?


—Seguro.


Pedro Henry está esperándome en el corredor. Está parado en el lado más alejado del pasillo y me pregunto si es porque él teme poder oír algo de lo que Claudio tiene para decir. 


Camina hacia mí cuando me ve.


—¿Dónde quieres ir?


Quiero ir donde sea que puedo desnudarme con Pedro Henry y mostrarle cuánto lo he echado de menos. Y no quiero arriesgar encontrarme con nadie de la banda o el equipo.


—¿Dónde te estás quedando?


—Tengo una suite en el Fairmont.


—Quiero que me lleves allí.


Ambos estamos en silencio en el taxi camino al hotel. Mira hacia adelante mientras lo miro desde donde estoy sentada. 


Estoy segura de que debe verme pero no me importa. No puedo detenerme porque temo que desaparezca como un
fantasma.


Quiero que me bese como loca todo el camino al hotel, pero no lo hace. De hecho, ni siquiera me mira. Desearía ser lo suficientemente valiente para tomar su mano para poder obtener algún tipo de reacción de él, pero no lo soy. Tengo
demasiado miedo; no estoy segura dónde está su cabeza después de ver a Claudio besándome.


Esto no va a ser bueno. ¿Por qué tuvo que ver eso?


Atravesamos el lujoso vestíbulo del hotel y nos subimos al elevador. Estoy encerrada con él y otras dos personas en el pequeño espacio por sólo un minuto aproximadamente, pero la tensión sexual que irradiamos es casi sofocante. Lo deseo tanto, que duele. Necesito tocarlo, sentir su piel contra la mía.


No tengo tiempo de rozarme contra él porque el ascensor llega al sexto piso donde su suite está ubicada. Después de que la puerta se cierra detrás de nosotros con un clic, mi corazón, y mi cuerpo, se deleitan. Finalmente estamos solos. 


estoy terriblemente aterrada.


Hemos estado separados durante tres meses y otro hombre está besándome cuando Pedro Henry me ve por primera vez. 


La situación es una pesadilla que nunca contó como factor en cualquier sueño o fantasía que tuve de nuestra reunión.


Maldición, esto apesta. ¿Qué piensa? ¿Está enojado conmigo? ¿O herido? O peor; quizás no le importe lo suficiente para preocuparse para sentir dolor o ira. No puedo decirlo porque está siendo tan misterioso.


El aire acondicionado está encendido y el cuarto está realmente frío. Estoy empapada hasta los huesos y me siento temblar. O quizás tiemblo de miedo. De cualquier manera, él lo nota.


—Estás empapada y congelada. Ve a tomar una ducha caliente para entibiarte y hablaremos después de que termines.


Creo que es una mala señal que no quiera llevarme a la cama y sacarme esas ropas frías y mojadas para poder entibiarme él mismo. Eso es lo que mi Pedro Henry haría, sin ninguna vacilación.


—De acuerdo —digo, sintiéndome desinflada. Esto no es lo que tenía en mente.


Había esperado que me deseara tanto como lo deseo yo. 


Pero no es así.


Voy al baño y me miro en el espejo. Mierda, luzco horrible. 


No es sorprendente que quiera que me duche. ¿Quién querría mirar esto? Luzco como un mapache ahogado gracias al rímel negro corrido bajo mis ojos. Beetlejuice nunca lució tan mal.


Abro el agua tan caliente como puedo tolerar y me meto debajo del calor que cae como lluvia. Se siente bien y me entibio en cuestión de minutos. Uso sus productos masculinos para lavarme el cabello y el cuerpo y recuerdo la forma en que esos aromas se mezclan con su piel para crear la esencia más intoxicante. Oh, he echado de menos ese aroma .


Me apresuro con la ducha porque estoy ansiosa por estar con él. Junto a él. Con suerte, debajo de él.


Una vez que salgo, me seco el cabello con el secador que ofrece el hotel. Bajo la cabeza y mis mechones están salvajes e indómitos. Realmente me vendría bien un cepillo. Revuelvo mi bolso y encuentro una viejo flotando en el fondo. Cepillo los enredos y desearía tener una plancha de cabello para alisarlo.


Uso su pasta de dientes y mi dedo para lavarme los dientes antes de enjuagarme con un bocado de agua. Hubiera preferido encontrar un cepillo de dientes en mi bolso en lugar de un cepillo de cabello.


Dos lujosas batas de velour cuelgan de la parte trasera de la puerta. Me pongo una. Realmente no quiero usar esto. Me gustaría volver a colgarla en el gancho y salir desnuda. Pero no lo hago porque él dice que quiere hablar.


Salgo del baño y lo veo sentado en el sofá. Ha cambiado su ropa mojada por una camiseta y un par de pantalones de pijama como solía usar en Avalon en sus días libres. Bebe de un vaso corto y transparente que contiene un líquido ámbar oscuro con hielo. Sospecho que es algún tipo de whiskey, lo cual no es para nada como Pedro Henry. Él nunca bebió whiskey puro antes y de repente tengo más miedo de lo que ya tenía.


Me detengo al salir del baño, insegura de qué hacer. Él me observa desde donde está sentado. Parece más relajado que cuando llegamos, y me pregunto cuántos de esos pequeños tragos color ámbar ha bebido desde que entré a la ducha.


Él levanta el vaso.


—¿Quieres un trago?


—No. Pero gracias.


Sacude el vaso para acomodar el hielo.


—Ven a sentarte conmigo.


No digo nada pero camino hacia allí y me siento junto a él. 


No sé si ahí es donde me quiere, pero es donde quiero estar. 


Me vuelvo para enfrentarlo; tengo que mirar sus brillantes ojos azules. No quiero pasar otro minuto sin buscar en ellos
todas las cosas que está a punto de decirme. Bueno o malo.


Deja el vaso a un costado y se estira para tomar mi mano. 


Se la lleva a los labios y cierra los ojos cuando presiona un beso contra mi piel y acaricia mi mano contra su rostro barbudo.


—Te he echado tanto de menos, Paula.


Mi estómago da un salto antes de correr contra mi corazón hacia arriba hacia mi garganta para ver cuál puede llegar ahí primero. Él ahora me mira y no puedo resistir extender la mano para tocar su mejilla.


—Yo también te he echado de menos… más de lo que jamás podrías saber.


Se vuelve hacia mi palma y cubre la parte superior de mi mano con la suya.


—Créeme… sé demasiado bien cómo es extrañarte. He sido un desastre desde que me dejaste. Pensé que perdería la cordura antes de encontrarte. No me lo hizo fácil, Srta. Paula Chiara Chaves.


Él acaba de decir mi nombre; completo.


—¿Hace cuánto que estás tratando de encontrarme?


—Desde la semana en que te fuiste.


¿Tres meses? Mi cabeza da vueltas. Todo este tiempo creí que él no había pensado de nuevo en mí porque estaba demasiado ocupado follándose a la número catorce. Estaba equivocada. Ha estado buscándome todo este tiempo.


Y ahí es cuando ya no puedo soportarlo más. Tengo que sentirlo contra mí.


Pongo las rodillas a cada lado de sus caderas para sentarme a horcajadas de él, como lo he hecho tantas veces antes. 


Bajo mi boca a la suya y él estira la mano hacia la parte trasera de mi cabeza para acercarme más.


Compartimos una multitud de besos mientras estuvimos juntos, pero nunca uno así. No puedo etiquetarlo porque no es el beso de un hombre haciendo un arreglo temporal con una mujer que no le importa. Esto es diferente a todo lo que jamás sentí mientras estaba en Australia.


Él se aparta de nuestro beso pero presiona la frente contra la mía.


—Por favor, dime que no estás enamorada de él.


¿Él? Oh. Me lleva un momento darme cuenta a quién se refiere… Claudio.


—¡No! No estoy enamorada de él.


Lo miro a los ojos y puedo ver que mi negativa no va a ser suficiente.


—Pero le permites que te toque… y te bese —dice a través de los dientes apretados, como si le doliera decir esas palabras.


No quiero tener esta conversación en este momento. Y aunque quiero que me lleve a la cama y compense el tiempo que hemos perdido, sé que tenemos que hablar de lo que vio.


—He pasado los últimos tres meses en agonía creyendo que no te importaba nada. Sólo necesitaba un escape de esta montaña rusa emocional. Pensaba que Claudio podría ayudarme a olvidarte por un tiempo.


Él deja caer la cabeza contra el sofá y cierra los ojos con fuerza. Puedo ver que está a punto de decir algo y su expresión me dice que no le va a ser fácil. 


Y me aterra.






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