miércoles, 18 de mayo de 2016
CAPITULO 79
Tras llegar a Nashville, veo la cabeza rubia de mi madre en la distancia. Ella es alta, así que es fácil encontrarla, y me alivio al ver que está sola. Casi esperaba verla con él, aunque en lo profundo sé que esa era una posibilidad irreal.
Me envuelve en sus brazos y me doy cuenta de lo mucho que la necesito de una manera que nunca necesité antes.
Me muero por contarle todo sobre Pedro Henry.
Quiero que me asegure que todo estará bien. Aún si es una mentira, estoy desesperada porque me diga que algún día estaré bien sin él.
—Mmm —murmura mientras me aprieta en sus brazos—. Estoy tan feliz de tener a mi niña de regreso.
—También te extrañé, mamá. Es bueno volver a casa.
Ella se hace hacia atrás sosteniendo mis manos, y extiende mis brazos estudiándome.
—Te ves diferente, Pau.
No tiene ni idea de lo diferente que soy a la chica que vio hace tres meses.
—Estoy bronceada.
—Sí, tienes muchísimo color, pero no es eso.
No sé qué es lo que piensa que es diferente físicamente en mí. No es posible que pueda ver el dolor de mi corazón.
—Tienes razón. Hay muchas cosas diferentes en mí ahora.
—Y no puedo esperar a escucharlo. ¿Qué te parece si tenemos un almuerzo tardío? Me puedes contar todo.
—Seguro. Suena genial.
Me lleva hacia mi restaurante mexicano favorito, y se me empieza a hacer agua la boca cuando huelo el especiado aroma que sale de la cocina. No es más que un agujero, pero la comida es auténtica. Lo había extrañado. Como es casi media tarde, no están muy ocupados y tomamos nuestra mesa usual en la esquina.
—Paula, tengo maravillosas noticias.
Supongo que ella va primero y que lo que tenga que contarle sobre Australia y Pedro Henry tendrá que esperar hasta que haya terminado.
—De acuerdo. Te escucho.
—Es sobre tu papá y yo. —Se ve extasiada por lo que supongo que él le debe haber dado alguna clase de atención o señal de afecto. Si se trata de eso, es patética. Y yo estoy siguiendo sus pasos—. Sabes que vino a verme cuando estabas en Australia…
—Sí. Me dijiste que quería conocerme.
—Y lo hacía. Todavía quiere. Pero las cosas han cambiado mientras estuviste lejos. Hemos re-conectado.
Re-conectado. Sólo hay una traducción para eso: están durmiendo juntos de nuevo y, a juzgar por la estúpida sonrisa en su rostro, ella no podría estar más feliz.
—¿Qué hay de su esposa?
Puedo ver que no le importa que pregunte por la Sra. Beckett.
—No la ama. Podría haberlo hecho cuando recién se casaron, pero ha pasado mucho tiempo.
Y es por eso que está casado con ella en vez de contigo.
—Y supongo que siempre nos ha amado, y que ha sido una agonía para él pretender que no existíamos durante los últimos 23 años. —Estoy siendo una total perra y debo detenerme. Estoy segura de que sería igual de tonta si Pedro Henry reapareciera en mi vida dentro de unos años. Probablemente no me importaría si estuviera casado. Estoy segura de que correría a su cama si me lo pidiera—. Lo siento mamá. No debería haber dicho eso. Estoy realmente feliz por ti. Espero que te dé todo lo que has querido estos años.
Nuestra conversación se mantiene en un sólo tema. La escucho hablar y hablar sobre mi padre, como si ella fuera mi mejor amiga de la secundaria hablando sobre su novio.
Es incómodo. No quiero oír sobre lo que mi mamá hace con un hombre casado —o cualquier hombre en absoluto— incluso si es mi padre.
Ella no menciona ni una vez Australia, así que yo tampoco lo hago. Este es sólo otro claro ejemplo de cómo mi mamá siempre se pone antes que nadie, excepto a él. Él siempre vendrá primero.
Yo necesitaba que se comportara como una madre hoy —que me escuchara y guiara— pero como es usual estoy jugando el rol de la confidente.
Y duele.
—¿Sabes qué mamá? Estoy realmente cansada por mi vuelo. ¿Podrías llevarme a mi apartamento y hablamos de esto luego?
—Por supuesto, nena.
Pero no espera a luego para hablar sobre él. Continúa diciéndome cosas que no quiero saber de su relación, y miro por la ventana intentando ahogar lo que está diciendo.
Mi teléfono suena con un mensaje de texto. Aldana.
¿Llegaste a casa?
Rápidamente tecleo una respuesta, mientras ignoro lo que mi mamá está diciendo sobre papá.
Estoy en camino.
Prácticamente no hay demora en la respuesta de Aldana.
Te quiero. Llámame si me necesitas .
Tal vez debería haber ido a casa con ella, en vez de regresar a Nashville.
Definitivamente estoy re-pensándome la decisión mientras Julia sigue y sigue sobre su amorío con Jake Beckett.
Yo también te quiero, lo haré. Pero estoy bien.
No puedo resistirme a agregar la última parte.
Mi mamá me ayuda con mi equipaje y de inmediato noto lo encerrado que huele el lugar. Tendré que abrir las ventanas mañana para airearlo. Gracias a Dios no se queda. He oído más que suficiente sobre ella y mi donante de esperma.
Cierro la puerta luego de que se va, y el sonido de sus botas alejándose confirma que estoy completamente sola. Me apoyo contra la puerta y miro a mi alrededor.
Nada ha cambiado. El sofá de cuero marrón está justo donde lo dejamos contra la pared. La alfombra beige, aún se ve recién aspirada. Pero hay algo que ha cambiado… no soy la misma persona que estuvo aquí la última vez. En ese
entonces no tenía ni idea de lo que era estar desesperadamente enamorada o devastadoramente herida.
Ahora, conozco ambos.
No sé por cuánto tiempo me quedo aquí con mi espalda presionada contra la puerta de enfrente. Podrían ser segundos, podrían ser horas. Los elementos del tiempo son indistinguibles en el oscuro lugar al que he entrado sin Pedro Henry en mi vida.
En algún punto me transformo en una patética pila en el piso, mi mejilla presionada contra el frío piso de cerámicos.
Mi nariz se congela porque está helado, y tiemblo contra la fría corriente de aire que entra por debajo de la puerta. Me siento y miro por la ventana. Está oscureciendo, así que se pondrá cada vez más frío a medida que el sol se oculte.
Enciendo la chimenea, pero decido que la mejor manera de sacarme el frío es con una ducha. Pongo el agua caliente al máximo, y el baño rápidamente se llena con vapor. Ajusto la temperatura y me meto bajo la cálida lluvia. Se siente bien contra mi cuerpo, pero no tranquiliza mi mente. Todo lo que puedo pensar es en todas las veces que Pedro Henry estuvo conmigo en la ducha. Recuerdo la forma en que me hacía sentir cuando lavaba mi cuerpo. Estoy desesperada por sentirme de esa manera de nuevo, pero nunca lo haré. Y no sé cómo lidiar con eso.
Cuando termino de ducharme, me pongo una de las camisetas de Pedro Henry que me robé, la que él estaba usando la última vez que fuimos juntos a la cama. La llevo a mi nariz e inhalo profundamente. Caigo en la cama porque el cansancio se ha vuelto mi maestro. Pasaré la noche sola por primera vez en más de dos meses.
Es una sensación extraña y no me gusta.
Pedro Henry ya debe haber ido a la cama sin mí por primera vez. No puedo evitar preguntarme si me habrá extrañado mientras yacía junto a mi lugar vacío. ¿Se habrá despertado y extenderá la mano antes de recordar que ya no estoy ahí?
Desearía saber si él ha perdido sueño por mí.
Siento las lágrimas llegar y no puedo hacer nada para contenerlas. Estoy sola, así que no hay motivo para intentarlo. Mi llanto explota en mi garganta. Entierro una almohada en mi cara para acallarlo porque no quiero alarmar a los vecinos.
Pataleo fuerte contra mi colchón como una niña caprichosa.
Debería admitir que estoy totalmente loca si alguien presenciara mi muestra de enojo. Pero necesito sacarlo.
Siento tanta agonía. Podría haberme pedido que me quedara, pero no lo hizo. Le dije que lo amaba, pero no me respondió de vuelta.
Eso es porque hubiera sido una mentira, y fingir no es algo que haríamos.
Sin embargo, es una mentira que no me hubiera molestado.
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