martes, 3 de mayo de 2016
CAPITULO 30
Nuestra primera parada después de dejar el departamento es la farmacia. Entro en el coche después de una compra rápida y le paso la bolsa de condones.
—¿Cuántos compraste? —Abre la bolsa para mirar adentro y me sonríe—. ¿Les compraste todo su inventario?
—Oye, no me quedaré estancado sin un respaldo en caso de que tengamos otra maratón.
Ella sacude la cabeza hacia mí.
—¿Sigues preocupado por eso?
Demonios sí, aún estoy preocupado. ¿Porqué ella no?
—Sí, y lo seguiré estando hasta que comience tu período. Si no lo tienes antes de que me vaya, quiero que me llames tan pronto como ocurra.
—Sí, señor. —Creo que está cabreada.
Sé que sueno irracional. No es mi intención, pero un embarazo en estas circunstancias podría ser desastroso.
—Lo siento. No quiero molestarte. Prefiero hacerlo de la manera correcta.
Ella sonríe y sé que estoy perdonado.
—Necesito hablar de algo contigo.
—De acuerdo.
Salgo del estacionamiento, pero no tengo idea hacia dónde voy.
Estoy nervioso por sacar el tema a colación, pero lo hago porque me doy cuenta de que es importante para mí.
—Quiero llamarte Paula.
Miro hacia adelante mientras conduzco, pero tengo un vistazo de Paula girando su cabeza rápidamente en mi dirección.
—Veo que Aldana me delató. No le conté sobre la parte anónima del acuerdo.
—Me alegra que te haya delatado porque quiero llamarte por tu verdadero nombre. Paula te sienta mejor que Chiara.
—No creo que tengas el derecho a saber mi verdadero nombre si yo no sé el tuyo. —Está enojada. O tal vez derrotada. No estoy muy seguro.
—Hay razones muy legítimas para eso. —Ella vuelve su cabeza en la dirección opuesta—. No puedes estar enojada conmigo por esto. —Estiro la mano para tomar la suya y la pongo en mi pierna. Le doy un suave apretón—. Fui honesto
contigo sobre todo.
Ella me mira.
—Excepto el porqué. No me has dado ningún tipo de explicación. Estoy segura poder aceptar el no saber si solo me dieras algún tipo de razón.
—Pero no lo haré. —Sueno firme cuando lo digo porque tengo que ser disciplinado por mí mismo. Ella me hace querer rendirme y contarle todo. Es extraño; nunca he querido hacer eso antes. Ella me hace querer un montón de cosas nuevas.
—No es justo, pero supongo que no tiene sentido pretender ser Chiara Beckett cuando sabes que no lo soy, así que supongo que estás consiguiendo lo que deseas. Una vez más.
No está feliz conmigo, pero aun así me llevo su mano a los labios y la beso.
—Gracias, Paula.
—Bueno, no son aceptadas y te puedes olvidar de conseguir mi verdadero apellido.
Está enojada porque se siente derrotada. No quiero que se sienta de esa manera.
Me dan ganas de dejar escapar que me puede llamar Pedro, pero no lo haré. Porque no puedo.
Paula. Paula. Paula. Es un nombre delicado y femenino y lo digo en mi cabeza una y otra vez, envolviendo mi cerebro alrededor de él para que fluya de mi lengua cuando esté listo para decirlo de nuevo. Es tan fácil olvidar que alguna vez la llamé Patricia.
—¿Puedo llevarte a almorzar ya que estamos en la ciudad?
—Claro. ¿Qué hay de la cafetería de los años 50’s que está en la plaza? Benja dice que es genial y me estoy muriendo por ir.
Benja. Odio la sensación que me provoca cuando dice su nombre. Realmente odiaré tener que llevarla de vuelta a ese lugar una vez más. Me enoja pensar que él crea que tiene una oportunidad con la mujer que yo he reclamado. Quizás
necesite una advertencia para que dé marcha atrás.
—Te llevaré donde quieras ir.
La cafetería es exactamente como suena, y Paula es toda sonrisas cuando entramos.
—Oh, es retro, justo como una verdadera cafetería de los 50’s. ¿Podemos sentarnos en la barra?
—Lo que quieras.
La decoración es exactamente como la imaginarías; un piso a cuadros negros y blancos con taburetes de vinilo rojo con un montón de cromo. Ella toma el menú que se encuentra atrapado detrás del servilletero en el mostrador y me pasa uno.
—No sé por qué siquiera lo miro. Ya sé lo que quiero: una hamburguesa con queso, papas fritas y una malteada de chocolate.
Una mesera vistiendo el clásico vestido y delantal blanco se nos aproxima.
—¿Necesitan un minuto para ver el menú?
Supongo que una hamburguesa es tan buena como cualquier cosa que encontraré en el menú.
—No, queremos dos hamburguesas con queso con papas fritas y un par de maltadas de chocolate.
—Enseguida.
Paula devuelve los menús a su lugar y escanea los alrededores.
—Siempre he pensado en los restaurantes de los años 50’s como una cosa estadounidense, pero supongo que no es así.
—No, supongo que no.
Oigo una vieja canción sonando en el fondo y decido tratar de superar a mi pequeña músico.
—De acuerdo, genio musical, ¿qué canción es ésta?
Ella no tiene que escuchar porque ya lo sabe.
—“In the Still of the Night”, de The Five Satins.
Me sorprende cómo sabe. Siempre.
—¿Cómo es posible que tengas toda esa información en tu cabeza?
—Es un don. Oh, vaya. ¡Una rocola! —Sale volando de su taburete y se para junto a la rocola para ver la selección de canciones. Está tan metida en la música, que no creo que se dé cuenta que está siguiendo el ritmo de la música con el movimiento de sus caderas. Wow, amo su culo.
Especialmente cuando lo mueve así.
Escarba en su bolso y coloca varias monedas en la rocola.
Cuando regresa, está sonriendo.
—¿Qué? —pregunto por curiosidad.
—Nada. Es sólo que me gusta el lugar. —Se encoge de hombros—. Me alegra que seas tú el que me trajo aquí.
—Yo también. —La alternativa me molesta.
Nuestro almuerzo llega y Paula no disimula cómo disfruta su comida. La chica ama una hamburguesa y una malteada. No estoy acostumbrado a eso. Sobre todo porque éste no es el tipo de restaurante al que traería a alguna de mis compañías, pero también porque ellas siempre ordenan ensaladas y comen como pájaros.
Me gusta observarla comer mientras disfruta de la música que suena de fondo. La siguiente canción comienza y ella apunta hacia el techo, indicándome que escuche mientras se muerde el labio inferior y mueve sus hombros al ritmo de la canción. Ella mueve sus cejas.
—Ésta es una de las canciones que toco. ¿La conoces?
Por supuesto. Es un clásico.
—“These Arms of Mine”, de Otis Redding.
Mientras terminamos de comer, ella continúa con mi educación sobre el artista y el nombre de cada nueva canción.
—¿Tú piensas, duermes y respiras música todo el tiempo?
—Casi. No creo que pudiera detenerme aunque lo quisiera. Está en mi sangre y si lo tengo lo tengo. Cuando estoy de humor para escribir, es raro como actos tan simples pueden desencadenar letras en mi cabeza. —Espía sobre el hombro— . ¿Ves al hombre y la mujer de allá?
No había notado a nadie en este restaurante excepto a ella, así que echo un vistazo a la pareja de la que ella habla. Veo un hombre y una mujer sentados uno frente al otro en un cubículo. Probablemente tengan poco más de veinte años y
están teniendo lo que parece ser una conversación intensa.
—Están rompiendo. Veo el dolor en sus ojos y hace que las palabras vengan a mi cabeza. Cuando me golpee, trabajaré en eso hasta que pueda llegar a mi guitarra. Veo potenciales letras de canciones sucediendo alrededor de mí.
Tiene razón. Está en su sangre. Sólo alguien genéticamente diseñada en la música puede llegar a hacer las cosas que ella hace.
—¿Y cómo sonaría una canción acerca de nosotros?
Ella levanta la vista mientras sorbe el último trago de su malteada y sacude la cabeza.
—De ninguna manera. No voy a tocar eso con un palo de tres metros.
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