viernes, 27 de mayo de 2016

CAPITULO 110




Pedro Henry y yo estamos paseando por el mercado, ambos en jeans y camisetas, pero él está usando una gorra de beisbol de un equipo del que nunca oí, así que asumo que es australiano. Él empuja el carrito mientras yo camino junto a él.


Estoy lanzando cosas de los anaqueles y metiéndolas en la cesta y no puedo recordar un momento en que me haya sentido más doméstica en la vida. 


Y me gusta.


La Sra. Porcelli continuó haciendo todas las compras luego de que me mudara, así que esta es la primera vez que estamos juntos en una tienda. Sospecho que es la primera vez que Pedro Henry ha estado en un mercado en años, pero parece contento de estar aquí conmigo.


Estoy estirándome para tomar algo del estante cuando siento sus brazos deslizarse alrededor de mí desde atrás.


—¿Qué cenaremos esta noche?


Obviamente no ha estado prestando atención a las cosas que he estado lanzando al carrito o ya lo sabría.


—Creo recordar que tienes una debilidad por mi lasaña.


—Tan buena, que me puso de rodillas.


—No fue la lasaña la que hizo eso. —Rio—. Pero la cocinaré para ti, si eso es lo que quieres.


—Sí, por favor. Y nos detendremos a comprar vino de camino a casa.


Estoy por decirle que nadie en el pueblo tiene sus vinos cuando oigo “Jolene” sonando en mi bolsillo trasero.


—Es mi mamá. No he hablado con ella en un buen rato. Probablemente debería tomar la llamada. Me seguirá llamando si no lo hago.


Me besa la coronilla antes de liberarme y yo me estiro para tomar mi teléfono.


—Hola, mamá.


—Llamaba para saber de mi nena. Quería saber cómo te estaba tratando la vida en la ruta.


Temo esto.


—No estoy en la ruta. Regresé a Nashville.


—¿Por qué? ¿Sucedió algo?


—Sí. Algo malo sucedió. Fernando Phillips me atacó anoche. Estoy un poco golpeada, así que Randy creyó que sería mejor cancelar los shows del resto de la semana. Sólo nos quedaban algunos, de todos modos.


—¿Qué te hizo? —Oigo el horror en su voz.


Estoy parada frente a Pedro Henry en el medio de la tienda. 


Éste no es definitivamente el momento ni el lugar para tener esta conversación.


—Estoy comprando víveres ahora. ¿Te importa si te llamo cuando llegue a casa?


—No. Tu papá y yo vamos a ir para que puedas contarnos exactamente qué te hizo ese hombre.


Maldición. Ella tiene una llave de mi apartamento y no quiero que ande husmeando por mi cuarto. No estoy segura de que hayamos guardado los juguetes en el cajón.


—No, mamá. No hagas eso. ¿Por qué no esperas hasta más tarde? Necesitaré guardar los alimentos. Quizás puedan venir a cenar. —Miro a Pedro Henry y me encojo de hombros—. Pero no estoy sola. Pedro Henry está aquí.


—¿Tu chico australiano?


Miro a Pedro Henry y sonrío cuando respondo.


—Sí, Mamá. Mi chico australiano. —Oírme decir eso lo hace sonreír.


—¿Y sospecho que estás feliz con eso? —Algo en la forma en que lo pregunta me hace pensar que no está feliz de saber que él está aquí.


Feliz es un grave eufemismo.


—Lo estoy. Mucho.


—De acuerdo. Tu papá y yo iremos para la cena y conoceremos a tu novio. ¿A qué hora?


—¿Te parece a las seis?


—Seguro. Te veo entonces.


Termino la llamada y miro a Pedro Henry.


—No cenaremos solos.


Él no luce emocionado.


—Me lo imaginé. Sabía que tendría que conocerla en algún momento. Esta noche es tan buena como cualquier otra.


Él tampoco suena emocionado.


—¿A qué te refieres con que tendrías que conocerla en algún momento? Suenas como si ella no te gustara.


—Ella te trata mal. Ha sido tolerable en la distancia porque no tenía elección, pero ahora estoy aquí. No soportaré que nadie te maltrate, y eso la incluye. No me importa si es tu mamá.


Dios. Estoy prediciendo que esta noche no va a salir muy bien.


—No es sólo ella. Mi papá va a venir también. No hemos hablado de esto, pero en cierta forma han vuelto a estar juntos. —¿Qué estoy haciendo? Éste es Pedro Henry. No tengo que fingir que esto es otra cosa que lo que es—. Él sigue casado, pero duermen juntos. —Suena tan sucio cuando lo digo y no estoy segura de qué es lo hace así; el que él esté casado o el hecho de que sean mis padres.


—Perfecto. Otro padre al cual poner en su lugar Puedo ocuparme de ambos al mismo tiempo.


Esto va a ser horrible.


—Esta noche no vas a poner a nadie en su lugar. Quiero que les gustes y dudo mucho que lo hagas si les dicen los padres de mierda que han sido.


Me mira como si quisiera discutir, pero no lo hace.


—No lo haré esta noche, pero sólo porque me lo pides. Será muy difícil mantener la boca cerrada.


—Puedes hacerlo —lo aliento—. Sé que puedes. Y cada vez que digan algo que te moleste y no reacciones, te recompensaré con algo especial después de que se vayan.


—Chantaje.


—Prefiero llamarlo un sistema de recompensas.


—Bueno, sí disfruto de tus recompensas, así quizás esto me resulte bien después de todo.


Estoy a punto de decirle cómo me di cuenta de que él vería las cosas como yo cuando oigo la voz de una chica joven.


—¿Srta. Alfonso?


Me vuelvo ante el sonido de mi nombre, mi nombre artístico, claro, y veo a una adolecente mirándome.


—Oh. Mi. Dios. Eres la cantante de Southern Ophelia, ¿verdad? Soy una gran fan. ¿Me podrías dar tu autógrafo?


Todavía no estoy acostumbrada a esto y es incómodo.


—Umm… seguro.


Ella rebusca en su bolso y parece no encontrar nada.


—¿Qué hay de mi camiseta? ¿La firmarías?


No es que nunca haya firmado una camiseta antes, pero en general siempre es después de un concierto. Y no estaba siendo usada. Se siente un poco perturbador ser reconocida así.


—No hay problema.


Cuando termino de firmar, le pasa su teléfono a Pedro Henry.


—¿Le importaría sacarnos una foto?


Él saca las manos de los bolsillos y toma el celular.


—Lo que sea por una de las fans de la Srta. Alfonso.


—Es el botón redondo del centro. Pero supongo que ya lo debe saber. Apuesto que hace esto todo el tiempo —dice ella con una risita.


Él luce como el gato que se tragó el canario.


—Tomo algunas fotos muy buenas de la Srta. Alfonso, incluso si lo digo yo.


Intento lo más que puedo para contener la risa ante su taimado comentario sobre mis fotos casi desnuda. Es un chico tan travieso, y me las pagará más tarde.


—Muchas gracias, Srta. Alfonso. Mis amigas nunca van a creer que me la haya encontrado así.


Cuando la chica se ha ido, Pedro Henry me sonríe de oreja a oreja. No puedo evitar preguntarme qué está pasando por su mente.


—¿Qué hay con esa sonrisa tan satisfecha?


—Oh… nada —dice mientras comenzamos a avanzar por el pasillo, pero agrega—. Srta. Alfonso.



No hay comentarios:

Publicar un comentario