viernes, 3 de junio de 2016
CAPITULO 133
He estado en Australia durante tres días y Pedro Henry ha practicado ser mi marido hasta que todo de mí se cansó, es completamente agotador. No pensé que se podría, pero me equivoqué. Supongo que eso pasa cuando se intenta compensar tres meses en un período de tiempo de setenta y dos horas.
Creo que estoy agradecida por las cinco horas de viaje así puedo tener un descanso de nuestro casi sexo sin parar. Él no lo admitirá, pero creo que Pedro Henry pudo haber tenido suficiente por un tiempo también.
Vamos a su apartamento antes de conducir a donde sus padres. El lugar se ve tan extraño para mí. No pasamos mucho tiempo aquí antes porque Margarita insistió en que nos alojáramos en su casa. Al igual que en el Avalon, de inmediato me doy cuenta de las fotos de nosotros—y de mí.
Están por todas partes. Cojo una adornada con un marco de plata pesada. En ella, parece que estoy soñando despierta acerca de algo, completamente inconsciente de que mi foto está siendo tomada. No tengo el recuerdo de cuando la sacó, o donde estábamos porque es un primer plano, y no puedo distinguir ninguna parte del borroso fondo.
—¿Esto es de cuando estuve antes en Australia o de cuando estabas en los Estados conmigo?
—Es de cuando estabas aquí. Tengo un montón de fotos así.
Sé que tiene razón cuando me fijo en los reflejos color miel en mi pelo. Ya no los tengo, pero creo que los necesito de nuevo. Me veo más radiante y alegre con ellos.
—¿Te refieres a fotos donde estoy mirando hacia el espacio pareciendo una estúpida?
—No. Me refiero a fotos cuando eres natural y franca debido a que no sabías que las estaba tomando. Me gustan más esas; es como te ves la mayoría del tiempo.
Es extraño pensar en él tomándome fotos cuando no lo sé.
—Ya estaba convencida, pero ahora eres un fenómeno confirmado: mordedor de culos. Lamedor de espaldas sudorosas. Obsesionado con dar por detrás. Fotógrafo furtivo. ¿Qué otro tipo de conejos escondes en ese sombrero tuyo?
—Esa es una larga lista. Me haces sonar como si necesitara terapia o algo así.
—Es muy posible —me río.
—La única razón por la que necesitaría terapia sería si no te tuviera en mi vida. Admito que pude haber rozado la necesidad mientras estuvimos separados —Lo entiendo completamente.
Me tira hacia él y besa la parte superior de mi cabeza. Es un gesto de forma pura que sé que él me quiere—nada sexual en ello—y nunca hay un momento en el que me sienta más querida que cuando hace este sencillo acto.
—Te quiero.
Me aprieta y planta otro beso en la coronilla de mi cabeza.
—Te quiero, cariño; más que a nadie ni nada en este mundo.
Adoro a este hombre y no dudo de su amor. La confianza no es fácil, pero le creo cuando dice que nunca me hará daño.
Mi capacidad de sentirme lo suficientemente segura como para darme por completo es un verdadero milagro en sí mismo. Me ha cambiado—tal como yo lo he cambiado. Estos momentos marcan un nuevo comienzo para nosotros—uno que empezaremos como marido y mujer.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario