domingo, 29 de mayo de 2016

CAPITULO 116





Entro a la sala de la suite, lista para la noche. Visto un minivestido negro de un solo hombro y sandalias altísimas que dicen “fóllame”. Sí. Definitivamente son zapatos del diablo, pero con mucho gusto aceptaré la incomodidad porque me encanta la forma en que Pedro Henry me mira cuando me los pongo.


También visto mi colgante de estrella de diamantes porque nunca me la saco y los aros de diamantes que me dio en la noche que fuimos a la ópera. Me estiro para tocarlos mientras entro a la habitación y tengo algunos queridos recuerdos de la ópera.


—Nena, luces tan condenadamente sexy. —¿Ves? Otro ejemplo de cómo agrega una maldición a la oración y hace que mi ropa interior quiera derretirse.


—Gracias.


—Pero te estás perdiendo algo —sugiere.


He caído en esta trampa antes en el pasado, pero sé a qué se refiere cuando lo dice. Tiene un regalo para mí, uno caro, y siento a la niñita en mí saltar impacientemente en su lugar para ver cuál es su presente.


—¿Qué tienes para mí?


Él se acerca a la mesa de café y toma una delgada y larga caja negra.


—Hice que hicieran esto para ti. —La abre con un clic y dentro hay uno de los más hermosos brazaletes de diamantes que he visto jamás.


—Es hermosa. —Es un continuo patrón de diamantes en forma de estrellas, idénticas a mi colgante, alternado con símbolos de infinito—. Es hermosa.


—¿Quieres adivinar su significado? —Él hace eso; siempre me da joyas con significado.


—Entiendo las estrellas pero no sé de qué se trata el signo de infinito.


—Simboliza dos cosas diferentes. Primero, siempre usas el dedo para trazar un símbolo imaginario de infinito cuando estas nerviosa por algo.


No tenía idea de que hacía eso.


—¿En serio?


—Sí. Y la segunda parte simboliza mi amor por ti. Es infinito… sin límites e imposible de medir. —Paso mi dedo sobre uno de los símbolos de infinito.


Él no tiene mucha competencia, pero ésta es lejos la cosa más dulce que alguien ha hecho por mí jamás.


—Mi amor por ti es infinito y nunca dejas de sorprenderme. —De pronto me siento muy culpable por negarle lo que sé que quiere—. Me desnudaré para ti ahora mismo si es lo que quieres. No te haré esperar hasta más tarde.


—No te tenía por alguien que se doblegara tan fácilmente a mi voluntad, Srta. Alfonso —dice riendo.


Oírlo llamarme así es la guinda en mi pastel.


—Esto hace que sea muy difícil ser dura cuando dices y haces cosas tan dulces y románticas.


—No te dije esas cosas ni te di el brazalete para poder tener sexo.


Como si hiciera falta cualquier de las dos.


—Ambos sabemos que no tienes que decir o darme nada para meterme debajo de ti. Con una gran cantidad de certeza, creo que puedes etiquetarme como tu cosa segura.


—Tanto como me encante oír eso, lo digo en serio cuando digo que te amo infinitamente.


—Sé que lo haces. Y siento lo mismo por ti. —Le ofrezco la muñeca—. Ahora ponme mi pulsera para que pueda mostrar tu amor.


Él abrocha el cierre alrededor de mi muñeca y lleva mis manos a sus labios para un beso.


—Sólo me llevará unos minutos prepararme.


—Nunca me dijiste dónde íbamos.


—Lo sé —dice, sonriendo, pero no ofrece mayor explicación.


Como lo había prometido, él está listo en nada de tiempo. 


Lleva un traje, algo que no le he visto usar en un largo tiempo. Es platino con una camisa a rayas blanca y plata y una corbata azul brillante que pone de manifiesto la impresionante belleza de sus ojos. Verlo así me recuerda la noche que nos conocimos en ese club de blues en Wagga Wagga.


—Mmm... todavía más caliente que el culo del diablo.


—¿Qué es eso, amor? —Él me oyó. Sé que lo hizo. Sólo quiere oírme decirlo de nuevo.


—Sólo decía que todavía luces más caliente que el culo del diablo cuando usas traje.


—Guau. Si hubiera sabido que te sentías así, lo hubiera llevado más a menudo.


—Me gustas mucho sólo con tus jeans y tu sombrero de Indiana Jones. — Especialmente el sombrero. Un día tendré que pedirle que no use nada excepto el sombrero ya que él me pidió que no usara nada excepto las botas.


—¿Encuentras sexy el sombrero que uso para trabajar?


—Sí.


—No lo traje conmigo.


—Está bien. —Me detengo antes de dejar escapar de que podré verlo usándolo cuando regresemos a Australia.


Es un pensamiento tan automático, la idea de regresar con él. Pero, ¿es lo que necesito hacer? El misterio no está en si lo quiero a él o no; está en si puedo dejar mi carrera y familia para tener una vida con él a quince mil kilómetros.


Y todavía no sé la respuesta.




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