jueves, 28 de abril de 2016
CAPITULO 15
He escuchado que el miedo es un regalo. En caso de que es cierto, hoy estoy muy dotada. Casi estoy temblando mientras espero llegar a Alfonso.
Mi teléfono empieza a tocar “Talk Dirty to Me”, así que contesto y trato de sonar como si no fuera un manojo de nervios.
—Buenos Días.
—Buenos días a ti, estoy casi en tu lugar. ¿Necesito venir a la puerta para desafiar al chulo por tu mano?
Ese podría ser el caso si Benjamin estuviera aquí, pero no lo está.
Gracias a Dios.
—Soy la única aquí. Estoy lista así que voy a bajar y reunirme contigo.
Cuelgo y deslizo mi celular emitido por Alfonso dentro de mi bolso junto a mí.
Agarro mi bolso floral y lo cierro.
Mientras salgo del edificio de apartamentos, Alfonso sale de un elegante convertible usando vaqueros desteñidos y una camisa caqui abotonada hasta arriba. No es elegante; es salvaje, más como a lo que espero que alguien use en el interior. Y que me condenen si él no está usando un sombrero de Indiana Jones.
Incluso sin un traje, es más caliente que el trasero del diablo.
Éste va a ser un par de estupendos días.
El me encuentra a la mitad del camino en la acera.
—Ningún traje hoy, ya veo.
—Como prometí.
Una promesa cumplida. Ya veremos si mantiene la otra.
—Ya veo que tienes un bolso. —Él sonríe y me besa en la mejilla mientras llega para tomar mi bolso.
—Eso no significa que me voy a quedar. —Eso es una gran mentira. Me pregunto si puede decirlo por mirarme.
Él ladea su cabeza.
—¿Una bolsa de viaje no significa lo mismo en Estados Unidos como en Australia?
—Esto solo significa que me gusta estar preparada por si acaso.
—Se siente pesado para mí, como si estuvieras preparada para quedarte un par de noches. —Alcanza mi mano y la sostiene mientras caminamos hacia el auto. Este es él consiguiendo un temprano inicio de liberarnos de nuestra extraña ansiedad.
—Ya veremos cómo van las cosas.
Abre el maletero y coloca mis cosas dentro del deportivo, y muy caro, convertible negro.
—Nunca he visto un auto como éste antes. ¿Qué clase es?
—Un Fisker Karma Sunsent.
—Nunca he escuchado de eso antes. Es... impresionante.
—Lo sé. —Él abre la puerta para mí. Ingreso y observo su hermosa figura caminar al lado del conductor. Seamos honestos, ¿quién no estaría de acuerdo a una aventura de tres meses con este hombre?
Sé que voy a estar de acuerdo. Y él lo sabe también. Él lo dijo, pero no puedo dejarle pensar que me rendiré muy fácilmente.
Enciende el auto. Tiene un rugido profundo.
—¿Capota arriba o abajo?
—Abajo, pero déjame coger una coleta de mi cartera.
—Hay algunos en la guantera.
Es solo una coleta, pero de ninguna manera voy a usar algo perteneciente del número uno al doce. Él se acerca para abrirlo y nota mi expresión.
—No te pedí usar la ropa interior de otra mujer. Mi hermanita tiene cabello largo y a ella le gusta ir con la capota abajo. Ella mantiene muchos guardados ahí.
Buena recuperación.
Tomo el sujetador de él y recojo mi cabello, preguntándome si él me está mintiendo con lo de su hermana.
—Lista.
El paseo a las afueras del viñedo WaggaWagga es hermoso. Pasamos milla tras milla de uvas en el camino hacia la casa y mientras nos acercamos, veo una tradicional mansión de estilo-viejo-mundo en la distancia. Parece italiano, no australiano, pero no estoy muy segura de lo que creo que constituye la arquitectura australiana.
—Señorita Beckett, esto es el viñedo Avalon.
Wow. Es increíble.
—Tu jefe debe creer mucho en ti si te pone en un lugar así de agradable.
—Podría decirse eso.
Cuando salimos del auto, Alfonso camina al lado del maletero, levanta una ceja y pregunta:
—Ya que no sabes si vas a quedarte, ¿tu bolsa va adentro o se queda en el maletero?
Él muere por escuchar mi confirmación, pero no he terminado de divertirme con este pequeño juego.
—Umm… creo que está bien llevarlo dentro a uno de las habitaciones para invitados.
—No sé por qué estás fingiendo que podrías decir que no.
Porque este es tu juego. Estas son tus reglas. Necesito sentir que tengo el control sobre algún aspecto de esto, incluso si es sólo por un breve momento.
Nuestra primera parada es la cocina. Es hermosa y adecuada para la casa, es como una de esas grandes cocinas Italianas que se ven en las revistas de hogares lujosos.
Por lo menos, esta es la única vez que he visto algo como esto.
Hay un canasto de productos en el mostrador, así que me acerco y miro dentro.
Está lleno con una gran variedad de comida, y por supuesto, una botella de vino.
—Muy bien.
—No puedo tomar todo el crédito. La Sra. Porcelli empacó el almuerzo para nosotros.
—¿Quién es la Sra. Porcelli?
—Ella me cocina y hace la limpieza.
Qué extraño. Su empleador le paga lo suficiente como para contratar a alguien para cocinarle y hacer la limpieza.
—¿La conoceré o ella encaja en la categoría de amiga/familiar/o información que pueda identificarte?
—No lo he decidido, pero no será hoy porque ella se ha ido.
—¿Por mi culpa?
—No. Ella se ha ido por las vacaciones de navidad.
Es cierto. La Navidad está sólo a unos cuantos días.
—Entonces, ¿ella tampoco vive en WaggaWagga?
—No. La contraté de la misma manera que lo hice con Daniel. Ellos van donde yo voy.
Ellos van a donde sea con él. ¿Cuánto cuesta tener empleados como esos? No puedo imaginar que sea barato.
—¿Daniel está de vacaciones también?
—Sí. Todos los empleados del viñedo se fueron hasta el lunes, así que sólo tenemos dos días. Solos.
¿Se supone que eso debe asustarme?
—Así que, ¿no hay nadie cerca que pueda escuchar mis gritos?
—Ahora lo estás entendiendo. Ven conmigo y te mostraré el resto de la casa.
Entramos en la sala de estar y un hermoso piano de cola mignon negro está en la esquina. Estoy enamorada.
—¿Tú tocas?
Se ríe ante mi suposición.
—Ni una nota.
Me aproximo y acaricio las teclas de marfil.
—Es hermoso.
—El diseñador de interiores pensó que sería una bonita pieza para llenar el espacio, ya que la habitación es tan grande.
Juego con las teclas, tocando el coro de una canción en la que había estado trabajando antes de dejar mi hogar. El tono es perfecto.
—Es una vergüenza que nunca sea tocado. Tengo la esperanza de conseguirle algún uso en los próximos meses. —El piano no es la única cosa que él espera que consiga algo de acción—. Me encantaría escucharte tocar.
—Ya veremos —digo mientras deslizo la mano por las teclas y me alejo, incluso a pesar de que estoy muriéndome por sentarme y ponerlo en uso. Habrá bastante tiempo para eso más tarde. Tres meses para ser exacta.
—Las habitaciones están por acá.
Lo sigo por el pasillo y usa el recorrido para informarme que el dueño anterior, quién murió en un extraño accidente, ahora se aparece en el cuarto en el que voy a dormir.
Buena ésa. Ya quisiera él poderme engañar de esa manera.
—Suelo llevarme bien con los fantasmas y poltergeists, así que debería estar bien.
Me conduce a través del pasillo.
—Si decides quedarte en la habitación de huéspedes y te asustas en esa gran cama solitaria, aquí es donde me encontrarás.
Su cuarto es de género neutral y contemporáneo. Su ropa de cama tiene un patrón geométrico moderno mayormente en gris y blanco con detalles en amarillo y negro. Todo, desde el suelo hasta el techo, hace juego. El dormitorio es estéticamente atractivo, pero no tiene nada romántico, así que coincide con nuestra relación perfectamente.
Cada habitación en la casa está impecable, e imagino si es que a la Sra. Porcelli está haciendo las cosas porque a él le gusta todo ordenado o porque es una especie de maniática de la limpieza.
Creo que hemos terminado con el tour de la casa, pero él me lleva a una habitación más que no hemos visitado.
—Última parada.
Abre la puerta a una habitación con espejos de pared a pared. El piso está lleno de diferentes tipos de equipos para hacer ejercicio, algunos que nunca había visto antes.
—Cristo, a alguien le gusta admirarse mientras se ejercita.
—El anterior dueño tenía a una bailarina en la familia y éste era su estudio.
—Está bien. Eso suena un poco más aceptable.
—Eres bienvenida a usar este gimnasio en cualquier momento que desees. Tiene sonido envolvente para música o puedes usar la caja tonta. —Señala un armario en la pared—. La pantalla plana y el receptor están ahí. Tiene bluetooth así que puedes poner tu propia música o puedes transferir lo que tú quieras.
Ahí va otra vez, él está asumiendo.
—¿Crees que me voy a quedar el tiempo suficiente para necesitar ejercitarme?
—Puesto que no me has dado una respuesta, aún está por verse.
Me acerco a una elíptica y subo mis pies. Doy algunos pasos.
—Hago ejercicio en casa, pero esto no es lo que hago. Los equipos de ejercicio me aburren.
Él frunce sus cejas.
—Entonces, ¿cómo te ejercitas?
Disminuyo la velocidad de mis pasos en la máquina.
—Si te vas a poner así, no creo que quiera decírtelo.
—Por favor.
Lo pienso un minuto, tratando de decidir si le quiero decir.
—Bailo.
—Bailar es un ejercicio genial.
Aumento la velocidad de la máquina otra vez y miro hacia adelante. No quiero mirarlo a la cara cuando se lo diga.
—Hago pole dance.
Síp. Eso llama su atención.
—¿Pole dance? Quieres decir, ¿cómo una bailarina de striptease?
—Sí, pero no de la manera en que te lo estás imaginando. Es una bella forma de arte cuando se hace con buen gusto. Lo hago porque me gusta, y es un infierno de ejercicio. Muy extenuante. Usas músculos que ni siquiera sabías que tenías. Te sorprendería lo que te duele al otro día. —Aún no lo miro, pero sé que estaba sonriendo.
Camina alrededor de la máquina enfrente de mí y miro hacia abajo a la banda de la elíptica.
—¿Sólo lo haces por ejercicio?
Asiento.
—Sí. Nadie sabe que tomo clases, excepto mi instructor y mis compañeras de clase. Y ahora tú.
Él se lame los labios y los frota entre sí.
—Justo cuando pensaba que no podías ser más caliente, vienes y me dices algo como esto y me demuestras que estoy equivocado.
Levanto una ceja hacia él.
—Hay mucho que no conoces acerca de mí.
—¿Por cuánto tiempo lo has hecho?
Hmm, comencé a hacerlo en mi primer año de universidad.
—Creo que han sido cerca de… cuatro años.
—Tienes que ser muy buena si lo has hecho durante tanto tiempo.
Me encojo de hombros porque nunca he sido de las que presumen, pero sí soy jodidamente buena en eso.
—Supongo. Mi experiencia en la gimnasia no hace daño tampoco.
—Gimnasia también. —Él ríe—. Así que, ¿nunca has bailado en un escenario con tacones de “fóllame” para un montón de bastardos cachondos?
Creo que tengo náuseas.
—Lo dices como si estuvieras bastante familiarizado con la escena.
Él levanta la mano.
—Me acojo a la Quinta Enmienda.
—Esa es una enmienda norteamericana. No aplica para los australianos.
—No has respondido a mi pregunta.
—Tampoco tú.
Tiene una enorme sonrisa en su cara.
—Puede que haya visto una vez una stripper en el tubo. Tal vez dos veces.
Maldito mentiroso.
Detengo la elíptica y suspiro fuerte, como si él me estuviera colmando.
—Sí y no.
—¿Sí a qué y no a qué?
—No, nunca he bailado en un escenario para unos bastardos cachondos. Pero sí, uso mis tacones de “fóllame” para bailar en el tubo.
—Ahora, en mi opinión eres malditamente ardiente. ¿Qué voy a hacer contigo?
—Creo que la respuesta a esa pregunta todavía está por resolverse, ¿no es así?
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