viernes, 13 de mayo de 2016
CAPITULO 64
Las palabras de Margarita Alfonso resuenan en mi cabeza mientras conducimos hacia su casa.
La única manera que te dejaría llamarlo Pedro Henry sería que estuviera enamorado de ti.
Es una buena teoría si él me hubiera pedido que lo llamara así, pero no me lo pidió.
Él se está muriendo por saber el secreto que comparto con su madre. Va a intentar persuadirme para que se lo diga. Se cree que es sencillo, pero he aprendido sus costumbres durante nuestro tiempo juntos. Será divertido dejar que lo intente, pero no tendrá éxito. Mis labios están sellados..
Alfonso se dirige por un largo camino hacia una enorme casa en lo alto de una colina. Quizás una montaña. No estoy segura porque es casi tan impresionante como la mansión que se encuentra en ella.
—¿Acá creciste?
—Sí.
—Es hermoso. —Supera tremendamente los diminutos apartamentos y las casas de alquiler por las que pasé en mis tempranos años.
Alfonso toma nuestras maletas del auto y las lleva dentro. No hay nada de él o mío. Nuestras cosas están empacadas juntas en su caro equipaje por lo que al menos no tengo que avergonzarme por mi conjunto gastado y disparejo.
Entramos por el vestíbulo y no puedo evitar quedarme mirando fijamente la hermosa escalera en espiral que lleva al piso superior.
Escucho a su madre gritar, pero no puedo verla.
—¿Pedro Henry?
—Sí, mamá. Estamos aquí. Voy a llevar nuestras cosas y estaremos abajo en un minuto.
Lo sigo hacia arriba por las escaleras y me lleva a su dormitorio. Me sorprende un poco ver una cama con dosel.
Es muy romántico y no encaja con lo que esperaba ver en la habitación de un hombre. Me acerco y paso mi mano hacia abajo por uno de los gruesos pilares. Necesitamos esta cama en Avalon. Yo podría hacer algunas cosas interesantes en ella.
Bajamos a la sala para encontrarnos con la familia de Alfonso y me recuerdo todo el camino que no es Alfonso.
Es Pedro Henry.
—Pedro Henry.
Él se da la vuelta ante el sonido de su nombre. Su nombre verdadero. El nombre por el que su madre lo llama.
—¿Qué pasa?
Va a llevarme tiempo acostumbrarme.
—Nada. Estoy diciendo tu nombre para acostumbrarme. Temo meter la pata.
—No te preocupes. Si tu lengua se equivoca, les diremos que Alfonso es el apodo que me pusiste. No cavernícola.
—Supongo que funcionará. Es tu apellido. ¿Esa es la razón por la que lo escogiste?
—Lo escogí porque quise escucharte decir alguna semblanza de quién realmente soy.
—¿Siempre haces eso?
—No, solo contigo.
Maldición. La conversación termina cuando entramos a la sala. Me gustaría saber su razonamiento detrás de las cosas que hace. Espero que esta conversación solo se posponga hasta poco después.
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