viernes, 6 de mayo de 2016

CAPITULO 41





Pasar el día con Paula tendido en una tumbona junto a la piscina es una manera perfecta de pasar el día de Año Nuevo. La vista es muy buena con su escaso bikini negro, pero me preocupa que su piel no esté preparada para el duro sol de Australia.


—Deberías ponerte protector solar así no te broncearás demasiado.


Se levanta sobre los codos y me mira por encima de sus gafas de sol.


—Pensé que podría atrapar un poco el sol antes de ponérmelo.


—Temo que te va a sorprender.


—Supongo que lo sabrás mejor que yo.


Se sienta y toma la botella de SPF 70 de la mesa y comienza a masajeárselo por la piel.


—Esto es algo nuevo para mí. Nunca he nadado en el día de Año Nuevo.


—Creo que un montón de cosas parecen imposibles para ti.


No puedo ver sus ojos a través de sus gafas de sol, pero ella sonríe y me pregunto que está pensando.


—Sí, un par de cosas. —Ella mantiene el bote hacia mi dirección—. ¿Me lo pasarías en la espalda por mí?


La cubro en una aplicación generosa. Cuando termino, vuelvo a hojear la edición de verano de la revista de la Bodega y Viñedo. Encuentro el artículo que escribí sobre injertos de vid y estoy a la mitad de él cuando Paula pregunta:
—¿Qué estás leyendo?


—Nada en particular.


—Así que estás trabajando incluso cuando no estás trabajando.


Estoy seguro de que para ella es de esa forma.


—Supongo que sí.


Pongo la revista sobre la mesa y ella la alcanza.


—Tal vez debería leer esto así puedo entender más acerca de lo que haces.


—¿Te interesa la elaboración del vino?


—En realidad no, pero tú me interesas.


Ella hojea la revista y la veo detenerse en mi artículo. Entro en pánico mientras rezo para que ella no me reconozca en la fotografía.


—Voy a entrar a la piscina. ¿Por qué no vienes conmigo? Puedes leer todos los artículos interesantes de la elaboración de vino más tarde.


—Injerto de vid. —Ella me mira—. ¿Es el mismo proceso que estás haciendo aquí en Avalon?


Me levanto para tomar la revista y la coloco sobre la mesa.


—Lo es, y puedes leer todo acerca de la emocionante aventura del injerto después. Hace calor. Entra en la piscina conmigo para refrescarnos.


Ella no tiene idea de lo cerca que está de descubrirme, así que tiro de sus manos.


—Vamos.


Ella niega con la cabeza y se levanta de la tumbona.


—Siempre te sales con la tuya, ¿no?


Paula me sigue hacia la piscina. Suelta su cabello del moño y lanza la banda elástica a la acera antes de que hunda la cabeza hacia atrás. Saca la cabeza de la piscina y empuja el agua lejos de su rostro.


Ella es un imán y yo soy metal. No puedo resistir la atracción entre nosotros, así que me acerco más y pongo mis manos alrededor de su cintura. Ella pone sus brazos alrededor de mis hombros y envuelve sus piernas a mi alrededor, pero no de una manera sexual. Está siendo juguetona.


—Así que, ¿la Sra. Porcelli y Daniel viajan contigo cuando eres destinado a distintos viñedos?


Destinado. Esa es una buena palabra para describir la forma en la que viajo con el trabajo.


—Vienen conmigo en cualquier momento que me quedo más de una semana, y yo trato de darles varios días para estar en casa con sus familias antes de irnos de nuevo.


—¿Qué crees que piensa la Sra. Porcelli sobre que nunca llevas a una mujer a casa?


Me río mientras me imagino a Paula pavonearse en la cocina en nada más que en su ropa interior y mi camiseta.


—Probablemente pensó que era gay hasta que apareciste en la cocina apenas llevando lo suficiente para cubrir esto. —Deslizo mis manos sobre la parte inferior de su bikini.


—No es gracioso, Alfonso. —Intenta estar enfadada, pero no acaba de llevarlo a cabo, no con la subyacente sonrisa tratando de abrirse paso.


—Siento mucho que estuvieras avergonzada, pero te dije que estaría aquí hoy.


—Lo sé, pero se me olvidó ya que sólo hemos estado los dos solos en la casa desde mi primera noche contigo.
Me gusta la privacidad a tiempo completo cuando somos los únicos aquí. Quizás debería darles a Daniel y a la Sra. Porcelli algunas vacaciones adicionales durante nuestra estancia en Avalon.


No le he explicado las rutinas de mis empleados a Paula.


—Ninguno de los empleados está en la casa antes de las ocho o más de las cinco al menos que sea solicitado.


—Oh. ¿Ellos no duermen en la casa?


—No, tienen sus propias habitaciones en la casa de huéspedes. Ellos también necesitan su intimidad.


Veo el alivio en su rostro.


—Por supuesto que sí.


La Sra. Porcelli sale de la casa llevando una bandeja con dos platos.


—Pensé que podrían tener hambre, así que traje algunos sándwiches y fruta.


—Gracias, Sra. Porcelli. Vamos a almorzar en la mesa del patio. —Ella deja la comida y vuelve dentro de la casa—. ¿Tienes hambre?


Paula me guiña el ojo.


—Desayuné tarde, pero podría comer de nuevo.


—Siempre desayunas tarde, dormilona. —Ella se venga salpicándome agua en el rostro. Levanto la mano y hago un espectáculo de limpiar el agua de mis ojos. Paula se suelta de mí y comienza a retroceder, porque sabe lo que viene—. Oh, tú pediste esto. Ahora no hay marcha atrás.


La agarro por el brazo y la jalo hacia mí. Cierro mis brazos alrededor de ella, manteniéndolos a sus lados mientras me preparo para remojarla.


—Por favor, no —grita y oigo histeria en su voz.


Libero mis manos así soy capaz de girarla. Estoy sorprendido por el puro terror que veo en sus ojos.


—¿Qué pasa, Paula?


Su rostro cae.


—Nada. —Empuja, por lo que la dejo ir. Sale de la piscina y envuelve una toalla alrededor de su cuerpo antes de sentarse a la mesa donde el almuerzo está esperando.


Salgo para unirme a ella, pero no estoy seguro de si soy bienvenido. Sus ojos siguen evitando los míos y es porque algo no está bien con ella.


—El almuerzo se ve bien.


—Uh-huh. —Eso es todo lo que obtengo.


Empiezo a comer mientras que ella ignora la comida en su plato.


—La señora P. pensará que no te gusta su comida si no comes algo. —Ésta frente a mí no es mi feliz y despreocupada Paula. Ésta es reservada y retraída. Quiero a la otra de vuelta—. No quise molestarte.


Ella tiene una mirada distante en su rostro y me pregunto donde la ha llevado su mente. Desde luego, no está aquí conmigo.


—Mi madre era una adicta cuando yo era una niña. Era adicta a los medicamentos recetados: analgésicos, sedantes, lo que sea en que pudiera poner sus manos. Cuando tenía ocho años, la encontré desmayada y sumergida en la bañera. Traté de sacarla, pero era demasiado pesada. Cada vez que sacaba su cabeza del agua, ella tomaba un respiro y luego se escapaba de mis manos. Me haló dentro de la bañera debajo de ella y me estaba ahogando. Todavía recuerdo lo que se sentía ser sujetada bajo esa agua sabiendo que estaba a punto de morir.


—¿Cómo no te ahogaste?


—Había quitado el tapón en el desagüe en cuanto lo encontré. Tomó un tiempo, pero el agua se escurrió lo suficientemente baja como para que yo respirara.


—¿Qué pasó con tu madre?


—Casi matarnos a los dos fue su llamada de atención. Se rehabilitó y ha estado limpia durante casi quince años. —Eso espero si su adicción casi la mató a ella y a su hija de ocho años.


Está observando mi rostro.


—Nunca le he dicho a nadie eso.


¿Cómo podría no contárselo a nadie?


—¿Qué quieres decir?


—Ha sido nuestro secreto todos estos años. Tú eres la única persona que lo sabe.


—Casi mueren ambas. Ese no es el tipo de cosa que mantienes en secreto.


Aprieta la toalla más fuerte sobre sus hombros.


—Aprendí a guardar secretos a una edad muy temprana, Alfonso. Me habrían alejado de ella si lo hubiese dicho.


—Tal vez deberías haber sido alejada de ella.


—Sobrevivimos y fue a rehabilitación esa noche. Me quedé con mis abuelos mientras ella se limpiaba y yo estaba allí para ella cuando llegó a casa.


Ella era sólo una niña. Su madre debería haber sido la que estaba ahí para ella, no viceversa. Nadie la protegió y su infancia fue robada. Dice que aprendió a guardar secretos a una edad muy temprana, por lo que me tengo que preguntar qué más esconde.








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