domingo, 1 de mayo de 2016
CAPITULO 26
Veo el regalo de Chiara junto a la puerta cuando nos detenemos. Llamé y cancelé el envío al apartamento y en cambio lo traje a la viña en el momento que mi mamá me convenció de pasar la Navidad con mi “novia”.
Mi pobre mamá. Ella pensaba que me enviaba aquí a cortejar a su nuera, no a disfrutar de mi último acto lascivo.
Chiara ve el regalo en el porche cuando salimos del auto.
—Mira esto. Alguien dejó un regalo de Navidad para ti en la puerta.
Trato de no sonreír.
—Hmm, me pregunto quién lo habrá hecho, puesto que todo el personal todavía está afuera para las fiestas.
Abro la puerta y tomo el regalo antes de que tenga tiempo de investigar el nombre en la tarjeta. Vamos a la sala de estar y lo pongo en la mesa de centro.
—¿Quieres seguir adelante y llevar tu bolso a la habitación?
—Claro.
La veo desaparecer por el pasillo, y me hace sonreír. Está familiarizada con todo esto: yo, mi casa, las cosas que quiero hacerle. No ha estado sorprendida o aprensiva por nada hasta ahora. Las otras eran tensas y estiradas, pero Chiara es diferente. Es mucho mejor.
Regresa a la sala de estar y se sienta a mi lado en el sillón.
Le paso uno de las copas de vino que he servido.
—Gracias.
Lo levanta a su boca y luego hace una conjetura sobre el tipo.
—¿Merlot?
—Muy bien, mi joven aprendiz.
Ella sonríe, satisfecha consigo misma.
—Tengo un gran maestro.
—Tal vez. —Tomo el vino de su mano y pongo a un lado nuestras copas. Levanto el gran regalo de la mesa de centro y le entrego la tarjeta—. Estoy muriendo por saber de quién proviene esto. Léeme la tarjeta.
Ella sonríe mientras lo toma.
—Feliz Navidad para Chiara, de Alfonso. —Su sonrisa se desvanece cuando lo registra—. ¿Me compraste un regalo?
—Lo hice.
—¿Cuándo tuviste tiempo?
—El cuándo no es importante. —Pongo la caja en su regazo y me sorprendo de la alegría que estoy sintiendo. He ido desde un extremo al otro hoy. Estaba descontento cuando desperté esta mañana y pensaba en no estar con ella cuando abriera esto, pero en este momento estoy ansioso de ver su reacción—. Ábrelo.
—Pero no tengo un regalo para ti.
Me encojo de hombros.
—No importa. Ábrelo ya.
Desgarra el papel lentamente. Puedo decir que es cautelosa, tal vez pensando en todas las cosas que la enorme caja podría contener. De las cosas que pasan por su mente, no creo que ésta sea una que ella considere.
Cuando abre la caja, ve el estuche adornado con una palabra: Martin. Ella sabe lo que hay dentro. No puedo descifrar lo que veo en su rostro. ¿No está feliz?
Mis otras acompañantes estaban encantadas de recibir regalos. Por supuesto, por lo general les doy algo de lujo, como joyas. Quizás ella estaba esperando algo por el estilo.
¿Debería haberle dado pendientes de diamantes en su lugar?
Traga fuertemente y saca el estuche marrón de la caja. Lo coloca en su regazo y me mira. Parece triste, y no sé por qué. Me gustaría saber lo que está pensando.
Saca el cerrojo de metal. Se queda mirando silenciosamente a la Martin D-45 que admiró en la vitrina de la tienda de música antes de rozarla con sus dedos. No estoy más cerca de saber lo que está pasando por su mente. Es frustrante y me empiezo a preguntar si he hecho algo mal. Tal vez no sea la guitarra correcta.
No puedo soportarlo más.
—Tienes que decirme lo que estás pensando.
Pestañea varias veces y veo las lágrimas en sus ojos.
Mierda. Eso no era a lo que yo iba para nada.
—Estoy pensando que es hermosa pero demasiado cara y no puedo aceptarla.
—No pienses en cuánto costó. Te la compré porque quería que la tuvieras. Quédatela. Ahora, sácala y toca algo para mí.
Ella pone el estuche en la mesa de centro y saca la guitarra.
Desliza la correa sobre su cabeza y vacila, como si todavía estuviera pensándoselo, pero luego rasguea la guitarra por primera vez. Y se acabó. Sé que no habrá más charla sobre
no aceptar mi regalo, porque está encantada con ella.
Empieza a tocar una canción y nada suena familiar sobre ella, pero me gusta.
—¿Qué canción es ésta?
—Paperweight. —Toca unos cuantos acordes más y luego comienza a cantar—: He estado toda la noche despierta, mirándote… Preguntándome que está en tu mente. Ha sido así con tanto otros antes, pero… Esto se siente como la primera vez.
Dos líneas, y estoy completamente perdido en ella. Su voz es desinhibida y me encanta todo de ella cuando canta: la selección de la canción, su voz, sus expresiones faciales, pero sobre todo el sentimiento que tengo. Ella es especial y está destinada a grandes cosas cuando la persona adecuada en la industria musical la descubra.
Cuando termina de tocar, me mira y sonríe.
—Es perfecta y me encanta. Es el mejor regalo que alguna vez me han dado. Gracias.
—No hay de qué.
Ella se levanta y pone la guitarra en su estuche antes de subirse al sofá y sentarse a horcajadas sobre mí. Toma mi rostro entre sus pequeñas y finas manos. No me había dado cuenta de lo delicadas que son hasta que las vi tocando la Martin. Me está mirando a los ojos.
—Y gracias por acordarte de mí.
Me toma por sorpresa porque sus palabras suenan tan íntimas, como aquellas que serían susurradas entre dos personas que se aman. Ella es muy buena en nuestro pequeño juego. Hace que esto se sienta real.
Mi primer pensamiento es llevarla al dormitorio, pero entonces recuerdo que estamos solos y decido que la quiero aquí mismo en la sala de estar. Levanto su camiseta sobre su cabeza y desabrocho la parte posterior de su sujetador para liberar sus pechos perfectos. Succiono una de las puntas rosadas en mi boca y la siento arquearse más cerca mientras deja caer su cabeza hacia atrás. Deslizo mi lengua alrededor del erguido guijarro y luego lo raspo con mis dientes.
—Oh, Alfonso —gime en voz baja mientras mueve su pelvis contra la mía.
Mi dulce chica americana no es muy habladora cuando estamos así, pero voy a trabajar en ella un poco a la vez.
—Dime lo que quieres que te haga, Chiara.
—Sabes lo que quiero que hagas.
—Puede ser, pero no puedo estar seguro, así que necesito oírtelo decir.
Su rostro está rojo porque está avergonzada de decirme, pero eventualmente me la ganaré de modo que no tenga miedo de pedirme que haga cualquier cosa. Froto las manos sobre sus pechos.
—¿Quieres que te bese aquí?
—Sí.
—Entonces dilo.
Ella traga con fuerza.
—Alfonso, quiero que beses mis pechos. —Es un suave susurro, pero dejo que cuente porque esto va a tomar algo de condicionamiento.
Tomo su otro pecho en mi boca y lo chupo con fuerza. Tiro ligeramente sobre su pezón y hace un sonido de estallido cuando la succión se rompe.
Todavía tiene puestos sus pantalones así que la levanto de mi regazo y la acuesto en el sofá.
—Ahora, ¿qué quieres que haga a continuación?
—Quítame los pantalones y las bragas.
—Sí, señora. —Le sonrío mientras halo la cintura de sus pantalones y sus bragas. Levanta las caderas y los desliza hacia abajo por segunda vez en el día. Los bajo por completo y los lanzo al suelo—. ¿Luego?
Ella sonríe y creo que está empezando a relajarse con nuestro juego.
—Quítate la ropa mientras observo.
—Cualquier cosa que quieras. Sólo tienes que pedirlo.
Me desabrocho la camisa y la lanzo con indiferencia sobre el respaldo del sofá.
Saco los dos cuadrados de papel aluminio de mi bolsillo y los coloco sobre la mesa de café antes de desabrochar mis pantalones y dejarlos caer al suelo junto con mis bóxers.
—¿Ahora?
Ella se está lamiendo los labios.
—Quiero tu boca sobre mí.
Sonrío ante su vaga petición.
—Tienes que decirme dónde.
Señala a su piercing en el ombligo.
—Comienza aquí. Entonces, quiero que vayas hacia abajo.
—Cualquier cosa por ti. —Mi chica americana se está volviendo cada vez más valiente. Esto va a ser muy divertido.
Beso el piercing enjoyado sobre su ombligo, porque ella me lo ha pedido, pero sé que no es ahí donde realmente quiere mi boca, así que comienzo a trabajar mi camino hacia el verdadero premio. Ella relaja las piernas a medida que avanzo más bajo, pero me detengo justo antes de llegar a ese punto.
—¿Es esto lo suficientemente abajo?
—No.
—Dime cuando llegue a donde me quieres.
Empiezo de nuevo y la oigo dirigirme:
—Baja un poco más.
Sé cuándo llego al lugar porque ella arquea la espalda en respuesta.
—Sí. Justo ahí. No te detengas.
Lamo su centro y luego uso mi lengua para rodear el rígido nudo, pero es cuando deslizo mis dedos en su interior debajo de mi lengua que ella comienza a deshacerse. Siento su mano agarrar mi cabello mientras chilla.
—No dejes de hacer eso, Alfonso.
Cuando ha terminado de correrse, la siento relajarse y me suelta el cabello. A este ritmo, podría terminar calvo a tirones al final de nuestro tiempo juntos.
Alcanzo el condón sobre la mesa y lo desgarro. Ella se sienta en el sofá y me observa ponérmelo. Cuando termino, me arrastro por su cuerpo y busco su rostro.
—Ahora, dime lo que quieres que te haga.
—Quiero que... Me folles. —Ella titubea y habla con voz baja.
No es lo suficientemente bueno. Agarro sus muslos y la halo contra mí.
—Dilo como si lo dijeras en serio. —Estoy duro contra su resbaladiza entrada y ella está levantando sus caderas para frotarse contra mí. Quiere que entre en ella y lo haré, pero no hasta que la oiga decirlo de la manera que quiero.
Ella me agarra por el cuello y me hala hacia abajo hasta que estamos cara a cara y no hay nada suave al respecto.
—Fóllame. Ahora. Alfonso.
Esa es mi chica.
—Está bien, está bien. Todo lo que tenías que hacer era pedirlo. —Me río.
Le doy lo que ambos queremos y me hundo profundamente dentro de ella. Lleva sus piernas alrededor de mis caderas y me persuade a continuar.
—Más duro, Alfonso.
—Te gusta rudo, ¿no es así?
Aprieta sus piernas alrededor de mí.
—¡Sí!
Me estrello contra ella, llenándola tan profundamente como puedo cuando no tengo más remedio que explotar. Sus piernas están envueltas alrededor de mí apretadamente y hay una sensación desconocida profundamente en su interior.
¿Qué fue eso?
No era ni mala ni buena. Sólo algo que nunca antes había sentido.
—¿Sentiste algo diferente en este momento?
—No, pero es obvio que tú lo hiciste por la expresión de tu rostro.
—Sí, lo hice. Sentí algo dar un tirón. O estallar.
Todavía estoy dentro de ella, así que me retiro para investigar y ver si tenemos un problema. El condón está malditamente roto.
—¡Joder! Se rompió.
Mi primera reacción es de pánico, pero luego recuerdo que Chiara está usando la píldora.
—Has estado tomando tus píldoras anticonceptivas, ¿no es así?
Los condones son la única cosa sobre la que tengo el control absoluto en mis relaciones sexuales. Me niego a depender de alguien para ser responsable. El costo del fracaso es demasiado grande, pero ahora me veo obligado a ceder el control a Chiara y realmente necesito oírla decir que ha estado haciendo lo que prometió que haría.
Ella se sienta y agarra mi rostro.
—Sí, Alfonso. Tomo mi píldora a la misma hora todos los días, así que relájate. Nos tengo cubiertos.
Nos tiene cubiertos. Sus palabras funcionan para calmarme un poco.
—Tienes razón. Me entró el pánico por un momento. ¿Cuándo se supone que debe comenzar tu período? —Necesito saber cuánto tiempo tengo que preocuparme por esto.
—Probablemente el martes.
—Bien. Eso significa que sólo tendremos que esperar unos días para saber con certeza que todo está bien. —Dios, sólo pensar en que todo no estuviera bien me dan ganas de vomitar.
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Re intensos los 3 caps, me encanta esta historia.
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