domingo, 24 de abril de 2016

CAPITULO 1





Estoy enferma de estar en este avión. El vuelo de cuatro horas y media de Nashville a Los Ángeles estuvo bien. La escala fue tolerable, gracias al bar del aeropuerto. Pero el último tramo de nuestro vuelo a Australia se está volviendo más y más insoportable con cada minuto que pasa.


Trato de calcular cuánto tiempo queda para aterrizar en Sidney. El cansancio me hace difícil hacer la simple ecuación en mi cabeza, pero al parecer todavía faltan casi dos horas para que sienta la tierra firme debajo de mis pies. Suspiro y me digo a mí misma que debo ser paciente. Lo he sido hasta ahora. Puedo aguantar otras dos horas. Quiero decir, en realidad no tengo opción en este momento, ¿cierto?


Miro a mi mejor amiga durmiendo en el asiento junto al mío y estoy irritada.


Aldana ha dormido la mayor parte del vuelo, dejándome para entretenerme yo sola. Me ofreció compartir su Valium, pero lo rechacé, segura que no lo necesitaría. Me equivoqué.


Brinco sobre Aldana y camino por el pasillo para estirar mis piernas, lo cual ayuda a sentirme mejor. En cuanto regreso a mi asiento, decido que leer me ayudará a pasar el tiempo, así que agarro mi e-reader y sigo donde me detuve en el romanticismo-de-zorras 1 que había comenzado anteriormente. Solo en el capítulo seis, por supuesto, la mujer está enamorada del tipo caliente, pero está en negación. Qué típico.


El capítulo veinte está perdiendo potencia cuando el piloto anuncia que estaremos aterrizando en Sidney en diez minutos. Aldana se mueve, así que guardo mi historia obscena y le doy un codazo a ella, sabiendo que tomará los siguientes diez minutos para sacarla de su hibernación inducida-por-drogas.


—Despierta, Aldana. Casi estamos en Sidney.


Apenas se mueve, así que le doy otro codazo.


—Aldana. Levántate. Estamos en Sidney. Necesitas ponerte el cinturón de seguridad para aterrizar.


Levanta su cabeza y se me queda mirando con ojos desenfocados. Se estira en su asiento y toma otro momento para orientarse.


—Guau, eso fue más rápido de lo que esperé.


—Supongo ya que estabas en un maldito coma. Fueron las trece horas más largas de mi vida. No pegué un ojo en todo el vuelo porque estaba muy ocupada preguntándome si iba a terminar siendo comida de tiburón.


Eso salió un poco más cabreada de lo que tenía previsto.


—Bueno, no hay razón para estar triste cuando no tienes que estarlo. Deberías de haber tomado una pastilla feliz y tal vez no estarías tan enfadada ahora mismo. — No tendrá que ofrecérmelo dos veces en el vuelo a casa en tres meses desde ahora. Lección aprendida.


Con el cinturón de seguridad puesto en mi asiento, aprieto mis ojos mientras las llantas del avión chirrían contra el pavimento. Nuestros compañeros pasajeros estallan en júbilo y aplausos cuando estamos sin peligro en tierra. No soy la única alegre por estar saliendo de este avión.


Recogemos nuestro equipaje de tres meses y tomamos asiento en la terminal para esperar por nuestro último vuelo. 


Con una hora de escala, decido visitar el bar del aeropuerto.


—Voy a conseguir un muy-necesitado y muy-merecido ponche.


El teléfono de Aldana suena y reconozco el ringtone de su hermano. Antes de que ella conteste, me da una advertencia.


—Regresa en treinta minutos o voy a enviar a seguridad por ti. —No contesto con palabras, pero me aseguro que vea el gesto con la mano que tengo para ella.


El bar del aeropuerto no está lejos de nuestra terminal y me dejo caer en el banco.


—¿Qué te ofrezco? —Podría no ser capaz de decir por mi entorno, pero sé que estoy en Australia cuando oigo su acento.


—Me gustaría algo de la cervecería local. Tiendo a estar a favor de los sabores más ligeros.


Él me sirve una cerveza pálida de una cervecería de Sidney. Es fuerte, pero buena.


Me siento en el bar para disfrutar de mi cerveza. El barman no trata de hablar sobre mi lugar de origen o a dónde me dirijo. Parece estar en sus cincuentas, así que solo puedo asumir que ha oído más mierda de la que le gustaría a lo largo de los años y por consiguiente no está interesado en la mía. Funciona para mí.


Cuando termino, vuelvo a donde Aldana está guardando nuestro enorme montón de equipaje.


—¿Benja estaba llamando para comprobarnos?


—Sí. Se estaba asegurando de que nuestro vuelo estuviera corriendo a tiempo. Le dije que esperara a que aterrizáramos alrededor de las tres. Dijo que llevará a un amigo para que nos ayude con nuestro equipaje.


Veo cuantas bolsas tenemos y juro que parecemos una banda de gitanas nómadas.


La mayoría es de Aldana, pero tengo mi parte justa; no hay forma de empacar ligeramente para una estadía de tres meses.


—Esa no es una mala idea.


—Es mi hermano. Sabe que soy cara de mantener. —Me siento y subo mis pies en la maleta enfrente de mí—. No lo dijo, pero está realmente emocionado por conocerte.


—No te atrevas a siquiera pensar en alentarlo. —No estoy interesada en tener citas con nadie justo ahora. Ella sabe esto más que nadie. Todo este curro en Australia es sobre escapar de toda esa mierda, no encontrar otra pila de ella.


—Él no ha salido con muchas australianas mientras ha vivido aquí. Solo estoy diciendo que no deberías estar sorprendida si él trata de empezar algo contigo.


Oh, infiernos no. Ni siquiera estamos allá todavía y ya está tratando de engancharnos.


—No va a pasar, Aldana.


—Estarás viviendo en el mismo apartamento con él por los siguientes tres meses. ¿Quién sabe lo que podría pasar?


Bien. Ahora me estoy cabreando porque se siente como que estoy siendo emboscada.


—Podría no saber lo que pasará, pero sé lo que no pasará, así que olvídalo.


—Bien, bien, no lo mencionaré otra vez. Benja quiere sacarnos esta noche, pero sé que no has dormido mucho. Le dije que podrías no sentirte en condiciones de hacerlo.


—Tal vez me sentiré con ganas de ir si puedo pillar una siesta energética en el vuelo a WaggaWagga.






No hay comentarios:

Publicar un comentario